Un lugar de honor merecen los catequistas por su entrega a la educación y transmisión de la fe. Ellos son los pedagogos que conducen hasta Cristo si ellos mismos han tenido un encuentro personal con el Señor, una solidez formativa y una vida interior, litúrgica, constante.
 
El único motor que les mueve -si son verdaderos catequistas- es la transmisión de la fe por amor a Jesucristo. Son enviados por la Iglesia, que discierne y avala, y con ese sentido eclesial, lejos de comunicar sus propias ideas originales, representan a la Iglesia Madre engendrando hijos por la fe.
 
El problema de la catequesis es amplio, nada fácil. Quienes vienen a catequesis normalmente carecen hasta de los mínimos fundamentos, sin respaldo familiar o social, sino viviendo a la intemperie de la cultura de hoy. Catequizar así no es fácil y requiere el esfuerzo del catequista para: primero, ser un testigo, ofrecer un testimonio de vida cristiana que los interpele; segundo, para transmitir con claridad y precisión la fe de la Iglesia; tercero, para acompañar suavemente, sin forzar, pero sin limitarse al rato de la sesión de catequesis.

Este problema, por lo complejo que es, no se resuelve con soluciones simplistas: cambiar el libro de catequesis, cambiar las "dinámicas de grupo"... Parecería que el problema es de método didáctico o pedagógico; a lo que se le suma el silencio en los grandes temas de la fe procurando un lenguaje del "buenismo" más crudo y rancio. Sólo hay que ser amigos, se trata de ser "buenas personas", educar en valores, el compromiso con los pobres, con la ecología... Ya vendrán los grandes entendidos en "catequética" que repiten la misma catequesis y modelo antropocéntrico de los años 70.
 
No es extraño que a veces se experimente cansancio, resignación, tristeza, ante estas situaciones.
 

Algunas líneas podrían orientarnos:
 
1) Cuidar la propia formación de los catequistas de manera continuada, con nivel, con una programación anual para ir estudiando los grandes ejes de la fe, tal vez, siguiendo el Catecismo: fe, liturgia, moral, oración; lectura de discursos del Papa o encíclicas, artículos sólidos de teología, etc.
 
2) Integrar a todos los catequistas en una misma formación doctrinal y espiritual (retiros mensuales en la parroquia, por ejemplo): allí, como familia cristiana de diversas edades, estarán los catequistas de adultos, pero también los de infancia, adolescentes y jóvenes.
 
3) Potenciar la vida espiritual del catequista: no puede ser que un catequista sólo aparezca en su rato de catequesis, y luego a Misa a cualquier otro sitio según le convenga, sin insertarse en la vida cristiana parroquial. A un catequista hay que conducirle al descubrimiento de la vida cristiana y en ella vivir: la Misa dominical (y sugerirle la Misa diaria), la confesión frecuente, la adoración al Santísimo expuesto, retiro mensual, el Triduo pascual vivido en la propia parroquia.
 
4) Claridad en el contenido que se transmite. Quienes participan en la inmensa obra catequética de la Iglesia en España, ¿salen con conceptos claros? ¿Saben las verdades de la fe? ¿Conocen la moral cristiana? ¿Saben el valor de los ritos y signos de la liturgia? Esa claridad doctrinal es sumamente importante atajando el relativismo y, por otra parte, rechazando la ignorancia del pueblo católico (que apenas sabe dar razón de su fe). Un buen Catecismo es fundamental. Y sobra el psicologismo en las catequesis, o las distracciones para que no se aburran.


La Escuela de catequistas por parroquias -igual que algún sistema serio de formación de adultos- debe ser una prioridad que transmita realmente teología y Magisterio, no un entretenimiento para vernos las caras y estar juntos. Eso supone mucho más trabajo en una parroquia, pero es una inversión que da el ciento por uno y repercute en el bien de muchas personas.