El pasado 28 de octubre, se cumplía el quinto aniversario de la beatificación de 497 mártires de la persecución religiosa española (19311939): eran elevados a la gloria de los altares, en el centro de la Cristiandad, bajo la atenta mirada de nuestro querido Papa, Benedicto XVI. Igualmente, hoy 6 de noviembre, celebramos el quinto aniversario de su fiesta litúrgica, aunque en muchos lugares han ido celebrando en el dies natalis (la fecha en que tuvo lugar su martirio) esta fiesta martirial y gozosa. La generación del Papa polaco ha conocido los campos de concentración y la persecución. “En mi patria, sacerdotes y otros fieles fueron deportados a los campos de exterminio: sólo en Dachau fueron internados casi tres mil sacerdotes”. Según David Barrett, autor de la Enciclopedia del Mundo Cristiano, este siglo ha producido más víctimas cristianas -el doble- que los diecinueve siglos anteriores. Barrett ha contado 26,68 millones de mártires en los últimos cien años.
Fue una experiencia única el poder participar de los preparativos de la que fue la mayor beatificación de la Historia de la Iglesia: ¡Y era de nuestros mártires españoles! Luego, organizar la peregrinación diocesana a Roma. Antes, haber tenido el privilegio de exhumar los restos de tantos mártires de nuestra geografía diocesana: el Beato Saturnino Ortega en Talavera; el Beato Libero González en Torrijos; Toledo y sus santos canónigos de la Catedral; los Hermanos de La Salle en Consuegra; Mora de Toledo con el protomártir del clero toledano, Beato Agrícola Rodríguez… Poder tocar la santidad, mostrar al pueblo de Dios las señales del martirio de aquellos que con su sangre regaron nuestro suelo español.
El Beato Juan Pablo II nos había contado su experiencia directa de los sufrimientos de los mártires y confesores de la fe de este siglo. Su misma biografía contiene un episodio que meditó muchas veces: en abril de 1944, la Gestapo detuvo y fusiló en Cracovia a un seminarista amigo suyo (juntos ayudaban a misa al cardenal Sapieha), mientras que él se salvaba.
Benedicto XVI nos mostraba, con los 497 beatos de 2007 y los casi 500 que serán, D.m., beatificados el 27 de octubre de 2013, el mismo camino emprendido en 1987 con las beatas Carmelitas de Guadalajara: mostrar al pueblo de Dios que peregrina en nuestra patria el gozo de un testimonio que se recuerda y que debe imitarse, que se celebra en la Sagrada liturgia, mientras se encomienda a su protección ante Cristo Jesús.
¡Gloria a los mártires!
Ellos han sido y son una fuerza de la fe cristiana vivida hasta el extremo del amor, testigos singulares de Dios vivo que es Amor en la vida de los hombres, ellos son fuego, luz, renuncia a todos los egoísmos, espléndida manifestación de vida de entrega a Dios por las causas más nobles que puedan darse: la del triunfo de Cristo en la sociedad, la del amor sobre el odio, la del perdón sobre la venganza, la de la paz sobre la guerra. Conservar y vivir la memoria de los mártires es un deber del cristiano.
Ellos han sido los frutos o los retoños más insignes de la madre Iglesia en el siglo XX, sus hijos más ilustres, las cimas más altas de humanidad en nuestras tierras en muchos años, lo mejor de nuestros pueblos. Cuando recordamos aquella jornada gloriosa en Roma por estas beatificaciones el corazón se ensancha, y dice uno... “¡Qué Iglesia es ésta! ¡Qué Madre tan fecunda, que, en cualquier momento de la historia, engendra estos hijos! ¡Qué fuerza lleva dentro de sí la Iglesia del Señor para ser tan perfectamente capaz de realizar esto: el que tantos hijos suyos amen al Señor y al depósito de la fe que la Iglesia custodia, hasta derramar su sangre!”(Cardenal Marcelo González Martín).
Instrumentos de paz
Hay un aspecto inolvidable en los mártires, en nuestros mártires, bienaventurados porque trabajaron por la paz. Nuestros mártires, en efecto, son insignes colaboradores de la paz. Porque, en todo momento, ellos han servido, antes con su apostolado, y después con esa generosidad con que se entregaron a la grandeza de la convivencia humana: porque murieron perdonando, no odiando, sin que hubiese un solo caso de apostasía de su fe en Dios que es Amor, y de Jesucristo, Rey y Señor de todo y de todos.
Ellos han sido, y son, para todos ejemplos innegables y conmovedores de personas con entrañas de amor y de misericordia, capaces de perdonar y morir perdonando como su único Señor. Ellos son hoy y lo serán siempre memoria viva, llamada y signo, garantía de una honda y verdadera reconciliación, que nos marca definitivamente el futuro: un futuro de paz, de solidaridad, de amor y de unidad inquebrantable entre todos los españoles.
¡Gloria a los mártires!