San Agustín nos habla del tiempo previo a su conversión. Nos habla de cómo veía San Ambrosio de Milán y de todo lo que ignoraba de él. Al repasar la vida de los santos, nos parece que su vida estaba guiada por Dios hasta el punto de no padecer ni dudar un momento. Desconocemos todo aquello que aflige y turba a estas venerables personas que son ejemplo de todos.
Después, si nos atrevemos a mirarnos a nosotros mismos, terminamos por darnos cuenta de nuestra incapacidad e ineptitud. Lo que no llegamos a intuir es lo fácil que resulta colocar a los santos en el pedestal y mirarlos como estatuas perfectas que no padecen ni sienten en sus carnes. No nos damos cuenta que ellos comparten nuestra propia naturaleza y que padecían mucho más de lo que sus rostros mostraban.
Esta es una duda que muchas personas tienen y que hace unos días comentaba con mis hijos. ¿Cómo se puede ser feliz en medio del sufrimiento? Les comentaba que la felicidad no es consecuencia del placer y de la diversión. Tampoco es consecuencia de tener riquezas, poder o fama. Más bien podemos encontrarnos que las fuentes de felicidad que la sociedad actual nos muestra como “deseables” llevan a la desesperación e insatisfacción a muchas personas. ¿Qué nos hace felices entonces?
El ser humano se siente pleno cuando su vida tiene sentido, aunque conlleve sufrimientos o penurias. El sentido conlleva conocerse a si mismo, saber porque Dios nos creó y ser consciente de la naturaleza que portamos en nosotros. También necesita de un punto de destino, es decir, tener claro que nuestro objetivo es Dios y que hemos de ir hacia Él desde que nacemos. La peregrinación por la vida puede ser un camino recto hacia Dios o un laberinto desesperante.
Esta tarde reflexionaba sobre la sinrazón de la muerte de varias jóvenes en una Macro fiesta en Madrid. ¿Qué sentido tiene perder la vida en medio de un lugar de diversión intrascendente? Cuánto dolor provocado por un conjunto de sinsentidos unidos a la fatalidad de un error humano. Es evidente que necesitamos vivir buscando algo más de instintos, deseos y placeres. Que diferentes estas muertes a la de Pedro Manuel Salado, un consagrado del Hogar de Nazaret, que dejó su existencia hace unos meses, tras salvar a 7 niños del mar y haber dedicado su vida a hacer el bien. ¿Hemos de temer a la muerte? Yo creo que no. La muerte es nuestra Esperanza, siempre que lleguemos a ella en el camino hacia Dios. Lo que tenemos que temer es una vida sin sentido ni trascendencia.
Volvamos a lo que San Agustín nos dice de San Ambrosio. Sin duda es relevante que nos cuente que atendía sin descanso y con servicialidad a todos los que se acercaban a él. Después, rompía su labor con la sencillez de la comida y la lectura. San Agustín consideraba que San Ambrosio era feliz debido a los honores que se brindaban las autoridades y por la devoción que despertaba en la comunidad cristiana. Pero la felicidad no estaba ni en lo uno ni en lo otro. La felicidad de San Ambrosio estaba en el sentido de cada sacrificio que hacía y cada paso que daba hacia del Señor.
Sin duda la referencia a los “divinos sabores encontraba en rumiar tu pan” indica que los sacramentos eran parte importante en el camino hacia el Señor. Cuando San Agustín escribió Las Confesiones, ya conocía gran parte de los “secretos” que guardaba San Ambrosio y por eso nos relata con clarividencia aquello que no era evidente a los ojos del extraño.
Sin duda, la santidad conlleva sacrificios, pero también una inmensa felicidad. Nos cuesta aceptar lo primero y por eso dejamos lo segundo para unos pocos “héroes”.
Oremos con gemidos, como los que nos señala San Agustín, por las chicas que dejaron su vida en el Madrid Arena. Que Dios acoja sus almas con misericordia y dé paz a sus familias.