Breve historia
El Cristo de Medinaceli es un Ecce Homo, es decir, un Cristo atado y flagelado que presenta Poncio Pilatos al pueblo mientras pronuncia las palabras “He aquí el hombre” (“Ecce homo”), la talla fue encargada por la comunidad de Padres Capuchinos de Sevilla, y casi con toda seguridad proviene del taller de Juan de Mesa, donde la pudo tallar él mismo o alguno de sus discípulos, durante la primera mitad el s. XVII.
Fue llevada por los capuchinos al fuerte que las tropas españolas tenían en la ciudad marroquí de Mehdia, rebautizada Mámora o San Miguel de Ultramar, y será apresada por los moros cuando en 1681, el Rey Muley Ismail arrebata a los españoles la ciudad que éstos habían conquistado en 1614. Trasladada a Mequínez (Meknes), donde según se dice fue profanada y hasta arrojada a las fieras (a la derecha, pintura de Juan de Valdés Leal, en 1681), de allí la rescatarán en 1682 los monjes trinitarios. La orden de la Santísima Trinidad y de la Redención de Cautivos, popularmente conocida como de los trinitarios, fue fundada por San Juan de Mata y San Félix de Valois en 1198 y su apostolado comienza dedicándose a liberar a los cristianos capturados por los piratas berberiscos del Mediterráneo. Algunos frailes trinitarios llegaban a ofrecerse en rescate de los cautivos a los que reemplazaban. Entre los rescatados más famoso se cuenta a Miguel de Cervantes, y por supuesto, la hermosa talla del Ecce Homo de San Miguel de Ultramar que de ahí en adelante llevara el escapulario que los trinitarios imponían a los que se beneficiaban de sus rescates.
La historia del rescate comienza cuando la imagen es vista por el monje trinitario Fray Pedro de los Ángeles en Mequinez. Decidido su rescate por los trinitarios, el rey Muley Ismail la tasa por su peso en oro, produciéndose el milagro de que al pesarla, la balanza se equilibraba en el exacto momento en el que se colocaban en el platillo treinta monedas de oro, con lo que Jesús volvió a ser vendido por el mismo precio por el que lo hiciera Judas.
Liberada, procesiona por Madrid en 1682, cosa que hace el primer viernes del mes de marzo, una fecha que quedará incorporada en adelante a su tradición. En cuanto a su emplazamiento, en 1689 la imagen es depositada en el convento de los Padres Trinitarios Descalzos, bajo el patrocinio de los Duques de Medinaceli de quien recibe el nombre, junto al cual los Duques deciden edificar una capilla ex professo para ella. Destruído el convento durante la Guerra de la Independencia, -momento en el que el Cristo se traslado al convento de los Capuchinos de San Antonio del Prado-, y con su reconstrucción iniciada, es expropiado con ocasión de la Desamortización en 1836, volviendo a poder de los Duques de Medinaceli en 1845. Cuando en 1890 el que se demuele ahora es el convento de los Capuchinos de San Antonio del Prado, éstos pasan a alojarse en el vacío y antiguo convento de los trinitarios, y con ellos, vuelve la imagen a su emplazamiento original. No sin sufrir todavía algún nuevo avatar, ya que en 1922, el convento, que amenaza ruina, se ha de derribar, y en su solar se levanta un templo nuevo que es aquél en el que hoy día veneran los madrileños la imagen, en la plaza de Jesús, 2, de Madrid. El 1 de septiembre de 1973, el Papa Pablo VI eleva la nueva iglesia a basílica menor. Sobre estás líneas "la fila" en 1919.
 
Escondido para evitar su martirio
Según narra Fray Domingo Fernández Villa en “Historia del Cristo de Medinaceli” (León 1988) esto es lo que sucedió durante la Guerra Civil española.
Desde febrero de 1936, la iglesia de Jesús de Medinaceli ha de estar custodiada todo el tiempo que permanece abierta; durante la noche se relevan los religiosos en turno de guardia. El viernes 17 de julio se retira del camarín la imagen. Previendo los acontecimientos, Fray Antonino de la Mata había construido una caja de roble para ocultar la imagen en caso de necesidad. En este día, a las 22,30, terminada ya la adoración, se baja y se la esconde en el sótano (hoy cripta). Se la envuelve en sábanas para preservarla de la humedad y se cubre la caja de escombros. Así pasó desapercibida durante varios meses
A mediados de febrero de 1937 el batallón de “Margarita Nelken” se había alojado en el convento e iglesia de Jesús. Al escasear el combustible los soldados recorrieron todos los rincones buscando algún tablón. Intentaron quemar bancos de la iglesia, pero don José Escudero, capitán del batallón, se lo impidió. Bajó con ellos al sótano. Allí encontraron varias tablas, y al final dieron con un tablero de una puerta vieja, cubierto de escombro. Al levantarlo, apareció la caja de roble. Se hicieron toda clase de cábalas. El capitán pensó que se trataba de la imagen de Jesús. Mandó desalojar inmediatamente el sótano y lo cerró con llave.
En seguida comunicó el hallazgo al jefe del batallón, Juan Manuel Oliva. Eran las diez de la mañana, aproximadamente. El jefe, enterado del asunto, vino por la tarde. Y a eso de las cuatro, procedieron a la apertura de la caja en el mismo sótano. Una vez identificada la imagen, comunicaron a la llamada Junta de Defensa de Madrid, al general Miaja y a Margarita Nelken, personaje cuyo mando era grande en el batallón que llevaba su nombre. Entre la una y las dos de la madrugada del día siguiente, se procedió al traslado de la imagen desde el sótano a la sala pequeña, que en otro tiempo sirvió para reuniones de la Esclavitud. Ya en la sal la despojaron de sus vestiduras para secarla bien; estaba empapada de humedad, principalmente en los hombros, donde ya se notaba algún desperfecto de la pintura.
No todos opinaban lo mismo con respecto al destino de la imagen. El jefe del batallón deseaba conservarla en el convento. Alguien que formaba parte de la Junta de Defensa pidió que se la entregaran para custodiarla. Margarita Nelken pretendía trasladarla a las Vascongadas, territorio que entonces permanecía fiel a la República. Con ello intentaba testimoniar al País Vasco la religiosidad de la zona central.
Transcurridos seis días, miembros de la Junta y del Tesoro Artístico se personaron en la iglesia para hacerse cargo de la imagen. Se levantó acta de entrega, firmándola Margarita Nelken y los señores encargados de la Junta y el Tesoro Artístico. Se embaló cuidadosamente, con la corona y la cabellera, primero en sábanas, y después en mantas. Un camión pasó hasta el interior de la iglesia y en él se colocó la imagen. Así salió el Cristo de Medinaceli nuevamente cautivo, de su iglesia en la que había recibido tantas muestras de amor del pueblo de Madrid.
Desde Madrid fue trasladada la imagen a Valencia. Lo sucedido de este momento nos lo relata Manuel Arpe y Retamino en su libro inédito mecanografiado “Notas sobre lo ocurrido al Tesoro Artístico Nacional durante nuestra guerra (19361939)”, (Archivo Conventual Jesús de Medinaceli, carpeta 2/E/2).
Los cuadros, las imágenes, los objetos de arte que llegaban a Valencia se guardaban en tres lugares distintos, a saber: Torres de Serranos, Iglesia-Colegio del Patriarca y un banco. La imagen de Jesús iría a la iglesia del Patriarca. En Valencia permanece el Tesoro Artístico hasta marzo de 1938. Ante el avance de las tropas nacionales, “una tarde, a última hora, se da orden de trasladar las obras de arte a Cataluña”. La caravana se componía de ocho camiones. Pasamos por Tarragona a las 2,30 de la madrugada; a las seis de la mañana llegábamos a Barcelona por las afueras de la capital; proseguimos viaje a Badalona; recorrimos los pueblos de la costa… A las 12,30 del día llegamos a Figueras (Gerona), atravesándola y penetrando los camiones en los fosos del Castillo. Se descargaron las cajas; pero por poco tiempo. Dos meses más tarde, en mayo de 1938, son nuevamente trasladadas; ahora al Castillo de Perelada, a cuatro kilómetros de Figueras (Girona).
Allí permanecen hasta el 3 de febrero de 1939. Las tropas nacionales toman Barcelona y, ante el peligro inminente, la Junta del Tesoro Artístico ordena evacuar las obras de arte, sacándolas del territorio nacional. A las 21,30 de aquel día 3, salían los primeros camiones con obras de arte, camino de Francia. En los días siguientes, se prepara una expedición, y del 8 del mismo mes, a las cero horas, partían otros quince camiones llevando lo principal que quedaba en el castillo. “Formé los camiones -dice Arpe- poniendo a la cabeza el que conducía al Cristo de Medinaceli para que nos protegiera. A las 3,30 llegamos al primer pueblo francés. Después de una breve parada, siguió la comitiva hasta el Castillo de Ceret, a cuatro kilómetros del pueblo con el mismo nombre. Aquí descansamos cuatro días, durante los cuales tras pasaron las obras de arte a un tren especial que saldría de Ceret para Ginebra el 12 de febrero de 1939”.
Al día siguiente, a las 23,25 horas el convoy llegaba a la estación de Cornavin, de Ginebra. El tren lo componían veintidós unidades “atestadas de obras de arte de todas clases”. Allí estaba lo mejor de los museos españoles: Velásquez, El Greco, Goya, Murillo… Rafael, Tiziano, Tintoretto, Rubens… Van Dick, el Bosco, Durero, Van der Weyden… Colecciones enteras de tapices; códices; esculturas… Entre los días 14 al 17 de febrero se descargaron las cajas, siendo transportadas por camiones al Palacio de la Sociedad de Naciones. El 4 de marzo se comenzó en dicho Palacio a hacer el Inventario de todo lo traído en presencia del Secretario General de la Sociedad de Naciones, señor Avenlo, y de los miembros de la Comisión Internacional.
Respecto a la imagen de Jesús el señor Arpe escribe en su Diario el lunes 20 de marzo de 1939:
Hoy pude presenciar algo muy curioso y emocionante para mí. Por casualidad llegué cuando en la selección de objetos habían desembalado a N. P. Jesús de Medinaceli. Dejé caer la tiza que llevaba en la mano para con este pretexto poder poner una rodilla en tierra al llegar a su lado. El Cristo tiene tamaño natural, y en aquel momento de llegar yo, tenía puesta aún la peluca sobre su pelo tallado, la corona y el escapulario. Cerca de él estaban algunos expertos, mientras que los demás lo rodeaban y tocaban con la indiferencia de quien solamente observa y juzga a un objeto más, como realmente era lo que hacían.
En medio de aquel grupo, Jesús parecía tener más vida aún, estando en su actitud muda y digna. Cuando lo llevaron a Caifás sería exactamente lo que yo vi hoy. Lo estaban juzgando, ahora para el inventario, y su severa actitud empequeñecía a todos los que le rodeaban. Yo, a dos metros, contemplé la escena que espeluznaba porque vi al Jesús con vida. La mirada serena y penetrante de aquel rostro ennegrecido hablaba en silencio: humildad, indiferencia al momento, poder; todo aquello lo advertía yo. Sentí un gran orgullo cuando recordé como busqué su caja en Perelada la madrugada del 8 de febrero y lo puse a la cabeza de la expedición de los quince camiones de obras de arte que saqué”.
Terminada la Guerra Civil, se traslada a Ginebra como representante del nuevo Gobierno español, don Fernando Álvarez Sotomayor, antiguo Director del Museo del Prado de Madrid. En medio de sus muchos trabajos y ocupaciones, el señor Arpe encuentra tiempo para escribir al Obispo de Madrid-Alcalá y comunicarle la gran noticia: ¡la imagen de Jesús de Medinaceli se encontraba a salvo en Ginebra!
Se nombró al capuchino padre Laureano de Las Muñecas con el encargo de trasladarse a Ginebra para conseguir la devolución de la preciada talla. Ante el argumento de la expectación del pueblo de Madrid por recibir la venerada imagen que había sido arrebatada de su lugar de culto, se consiguió que el 10 de mayo de 1939 un tren especial partiese de Ginebra, atravesando nuevamente el sur de Francia. Hecho el cambio de trenes en Irán, el Jesús de Medinaceli regresó por San Sebastián, Vitoria, Burgos, Valladolid, Ávila… hasta Pozuelo de Alarcón (Madrid).
El 14 de mayo de 1939, después de ser rescatado por segunda vez, Nuestro Padre Jesús de Medinaceli hacía su segunda entrada triunfal en Madrid. Los periódicos de la capital relataron ampliamente la llegada y acogida de la imagen por las autoridades y el pueblo de Madrid… pero esa, es otra historia.