Al hablar de las fuentes extracristianas sobre Jesús, es decir las que no forman parte ni de los textos canónicos ni de los escritos realizados por los primeros cristianos, las diferenciábamos en tres grandes grupos: las fuentes latinas, a las que ya nos hemos referido en otra ocasión (); las fuentes judías, a las que hemos de dedicar alguna entrada en estas columna; y las fuentes griegas, a las que nos vamos a referir precisamente ahora.
Las que damos en llamar fuentes griegas vienen caracterizadas por su inferior cercanía a los hechos a los que se refiere, Jesús, la vida del primer cristianismo, por comparación a las que hemos dado en llamar “fuentes latinas”; y quizás también su menor concreción. Son varias. Nos referimos hoy a una de ellas, Luciano de Samosata.
Luciano es componente de la llamada Segunda Sofística, y aunque no se pueden concretar excesivamente las fechas de su nacimiento y muerte, se estima que nace hacia el año 125 d. C. y muere hacia el 180.
Por lo que a nuestro propósito concierne, Luciano es autor de “De morte Peregrini” (“La muerte de Peregrino”), obra que hubo de ser escrita entre el 165, fecha en que fallece su protagonista Peregrino Proteo, cuya muerte se describe en la obra, y el 180, fecha de la muerte del escritor. Hablamos pues de una obra unos 65-80 años posterior a las últimas obras canónicas (Apocalipsis, Evangelio de San Juan), y medio siglo más tardía que las que damos en llamar “fuentes latinas”.
Escrita en griego y en forma de epístola a un tal Cronio, en ella narra a éste en el tono sarcástico que domina toda la obra de Luciano la vida de un personaje de nombre Peregrino Proteo, al que, por cierto se refieren también otras fuentes, entre las cuales los cristianos Tertuliano, San Justino y Atenágoras, por lo que ha de considerarse como personaje históricamente cierto.
Pues bien, este Peregrino Proteo, durante su estancia en Palestina, se une a los cristianos, lo que le vale incluso la cárcel. Hablando de esa fase de la vida de Proteo, Luciano hace una ligera incursión en la vida de la comunidad cristiana, de la que dice:
“Estos cristianos lo honraban como Dios, lo consideraban un legislador y lo elevaban como su guía, […] aquél hombre que fue crucificado en Palestina por haber introducido esta doctrina nueva en el mundo”. (op. cit. 11)
Y más adelante:
“De hecho, estos desventurados estaban convencidos de que serían inmortales y vivirían por toda la eternidad y en base a ello desprecian la muerte y la mayor parte de ellos se entregan conscientemente a la muerte. Además, su primer legislador les convenció de que son todos hermanos entre sí una vez que tras haber rehusado venerar a los dioses griegos se postran ante aquel mismo sofista que fue crucificado y viven de acuerdo con sus normas” (op. cit. 13).
Donde llama poderosamente la atención el título que otorga a Jesús como sofista, algo que no oímos decir por primera vez, y que aparece también en un apócrifo de reciente descubrimiento (pinche aquí si desea profundizar en el tema)
©L.A.
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