La gracia y amor de Cristo Nuestro Señor sea siempre en nuestra ayuda y favor. Así comenzaba San Francisco Javier[1] las cartas que dirigía a su padre Ignacio. Padre mío en las entrañas de Cristo único: así ceso rogando a vuestra santa Caridad, Padre mío de mi ánima observantísimo; las rodillas puestas en el suelo el tiempo que ésta escribo, como si presente os tuviese, que me encomendéis mucho a Dios Nuestro Señor en vuestros santos y devotos sacrificios y oraciones, que me dé a sentir su santísima voluntad en esta vida presente y gracia para la cumplir perfectamente.
[Sobre estas líneas, La muerte de San Francisco Javier de Goya. El lunes, 3 de diciembre, celebraremos su fiesta].
Eso pedimos también entre nosotros: que Cristo esté en nuestras entrañas. Que pidamos para unos y para otros la gracia del Señor, la santificación de nuestra vida, y sepamos conocer y sentir su voluntad.
Con este primer domingo de Adviento se abre el nuevo año litúrgico. Y más específicamente se inicia el periodo que nos prepara para la Navidad. Toda la Iglesia, peregrina en el mundo, se pone en camino hacia el Mesías esperado. Dios es aquel que viene. Vino a nosotros en la persona de Jesucristo, sigue viniendo en los sacramentos de la Iglesia y en todo ser humano que implora nuestra ayuda, y vendrá, como hemos escuchado en la lectura del santo evangelio, en la gloria, al final de los siglos. Por eso este tiempo del Adviento se caracteriza por la esperanza, por una espera vigilante y activa, que se alimenta por el amor a Cristo, que se expresa en la alabanza y la súplica y se debe traducir en obras concretas de caridad fraterna.
Escribe en uno de sus Sermones sobre el Adviento el alemán Knox[2]:
Quizá hayamos tenido la experiencia de lo que es caminar en la noche y arrastrar los pies durante kilómetros alargando ávidamente la vista hacia una luz en la lejanía que representa de alguna forma el hogar. ¡Qué difícil resulta apreciar en plena oscuridad las distancias! Lo mismo puede haber un par de kilómetros hasta el lugar de nuestro destino, que unos pocos cientos de metros. En esa situación se encontraban los profetas cuando miraban hacia adelante, en espera de la redención de su pueblo. No podían decir, con una aproximación de cien años ni de quinientos, cuándo habría de venir el Mesías.
Sin embargo, cuando está para acabar el Antiguo Testamento con los antiguos profetas, se oye la voz de Juan el Bautista a lo largo de todo el Adviento, anunciándonos la llegada del Mesías. Y se van a oír las voces de los ángeles cuando el Señor nazca, empujando a los pastores para que acudan a la cueva de Belén porque el Mesías ha nacido allí.
En cambio, aquellos profetas no sabían el momento exacto en que la estirpe de David retoñaría de nuevo, la época cercana que traería la llave para abrir las puertas de la cárcel y romper con el pecado. La luz que se divisaba entonces era un punto débil; pero hoy no es así para nosotros. Hoy tenemos ya la presencia del Señor resucitado, el Cristo que nace pobre en Belén y que se entrega a nosotros.
Otra vez, al escuchar este evangelio, en Lucas o en cualquiera de los paralelos, podemos volver a llenarnos de miedo. Sin embargo, nos quedamos con las últimas frases, que son las que el Señor añade para dar sentido a lo que nos dice: Se acerca vuestra liberación. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo. Muchos serán los falsos profetas que vendrán con mensajes distintos a deciros que ya se acaba este tiempo. Pero, sin embargo, vosotros tened la seguridad de que cuando esto acontezca el Hijo del hombre se presentará ante vosotros de pie.
Es María otro de los grandes personajes que nos acompañan a lo largo de este tiempo del Adviento. Ella nos enseña esa actitud que contemplamos al final de la vida de Jesús en el Calvario: María de pie, delante de la cruz. Manteneos en pie. Para mantenerse en pie no vale hacerlo de cualquier manera. Es necesaria la confianza. Necesitamos pedir raudales de fe muchas veces ante lo que se avecina. Es necesario el amor del Señor; es necesario llenarnos de esperanza. Este tiempo en espera no es ignorancia de lo que va a venir, sino todo lo contrario. A diferencia de los profetas nosotros ya tenemos la seguridad de lo que estamos esperando. Adviento tras Adviento, Navidad tras Navidad, año tras año, nosotros debemos fortalecer el corazón en esta espera. El Señor viene y es preciso que nos preparemos con fuerza. Escuchad lo que decía Jesús al final del evangelio de hoy: Estad siempre despiertos, pidiendo fuerzas para escapar de todo lo que está por venir. Esas dificultades muchas veces son nuestros propios pecados, las inconveniencias de tener que estar luchando constantemente. El Señor solo nos pide que estemos preparados, que luchemos día tras día; si caemos, Él mismo tenderá su mano para levantarnos. Pero, eso sí, no dejemos que este mundo nos embote con sus cosas, cierre nuestra mente y nos haga tener otras creencias distintas, otros ideales diferentes de los que Jesús mismo nos propone.
PINCELADA MARTIRIAL
En la madrugada del lunes, 3 de diciembre, celebraremos el aniversario del martirio del Obispo de Barcelona, siervo de Dios Manuel Irurita Almándoz. El lunes -como ya hemos recordado- Hispania Martyr celebrará, a las doce de la mañana en la Catedral de la Ciudad Condal una misa funeral por él. El aniversario de este año coincide también con el 75º aniversario de la traslación a la Catedral de Barcelona el 10 de diciembre de 1943 de sus restos mortales desde el cementerio de Montcada a la capilla del Santísimo en que él había dispuesto ser inhumado lo más cerca posible del Sagrario, a los pies del Santo Cristo de Lepanto.
El escudo episcopal del Dr. Irurita fue Oportet Illum regnare (Es necesario que Cristo Reine). Por ello traemos aquí unas palabras suyas sobre la necesidad de procurar el Reinado del Corazón de Jesús. Son del 13 de noviembre de 1934.
«Mucho podéis hacer en este negocio, vosotros amados diocesanos, y primeramente por medio de la oración fervorosa y continua. Tiempo propicio para ello es el Adviento, durante el cual quiere la Iglesia que nos dispongamos para conmemorar digna y provechosamente la venida histórica del Mesías, nacido en Belén, proponiéndonos como modelos a los Profetas y justos de la Antigua Ley, que por largos siglos suspiraron por el advenimiento del Salvador.
A imitación de estos santos varones, debemos en estos tiempos desear a Jesús, suspirar por Jesús, pedir que venga a nuestras almas y que venga también a la sociedad por el establecimiento de su Reinado de amor. El Adviento es el tiempo propio de aquella petición del Padre Nuestro: adveniat Regnum tuum (venga a nosotros tu Reino), y el de aquel clamor amoroso, que lanza el Profeta de Patmos, al final de su Apocalipsis: veni, Domine Iesu (¡Ven, Señor Jesús!). Y este es el clamor, cabalmente, que lanza la Iglesia en las grandes Antífonas de los siete días que preceden inmediatamente a la noche de la Navidad: “Oh, Sabiduría…, ven a enseñarnos el camino de la prudencia”. “Oh, Adonai y caudillo de la Casa de Israel…, ven a redimirnos con tu brazo extendido”. “Oh, Sol de justicia…, ven, ilumina a los que están sentados en las tinieblas y sombras de muerte”. “Oh, Rey de las gentes y deseado de ellas…, ven, salva al hombre que formaste del barro”. “Oh, Emmanuel…, ven a salvarnos”. Repetid estas jaculatorias con frecuencia y con fervor; orad con confianza, pedid al Corazón de Jesús por intercesión de María Inmaculada, cuya fiesta no sin designio especial se ha puesto al principio del Adviento, pedidle que salve a España, que la saque del cautiverio de la masonería, que la libre del laicismo.
Y con la oración juntad la penitencia y la acción por los medios lícitos; preparad el camino al Señor, con una confianza sin límites en su Providencia y con una desconfianza total en vuestras propias fuerzas… Es preciso desarrollar una campaña intensa contra el laicismo, especialmente contra el laicismo docente. Hagamos nosotros lo poco que nos corresponde; lo demás lo hará Jesús por María. Y el triunfo total no se hará esperar».
[1] SAN FRANCISCO JAVIER, Carta a San Ignacio. Cochín (India), 12 de enero de 1549.
[2] Ronald Arbuthnott KNOX, Sermón sobre el Adviento, 21 de diciembre de 1947.