En primer lugar, hay que hacer una reflexión crítica sobre los grupos juveniles que forman parte de los partidos políticos, para que no se conviertan en un refugio de personas desconectadas de lo que sucede en las calles, en las pequeñas y medianas empresas. Ciertamente, es fundamental escuchar la opinión de los jóvenes, pues son el presente que dará lugar al futuro, sin embargo, es urgente hacerles ver la importancia de adentrarse en el laberinto de la política, renunciando a la idea de buscar la riqueza a costa del Estado. En otras palabras, elegir sólo a los que tengan el perfil necesario, pues la idea es que de dichos grupos surjan los nuevos candidatos, lo cual, a su vez, exige o cuando menos supone que los jóvenes que se encuentren activos por la causa o por el movimiento en cuestión, sean personas preparadas, capaces de exponer claramente sus ideas en un debate televiso, conocedoras de la cultura, abiertas al diálogo y a la crítica, pues de otra manera se pierde el sentido, el significado, el anhelo de construir un Estado que se acerque a la justicia. Cuidar los detalles. ¡Cómo es posible que un futuro político no sepa escribir respetando las reglas ortográficas! Algunos dirán que es lo de menos, sin embargo, todo cuenta, todo suma, al momento de gobernar.
En segundo lugar, conviene aprender del pasado. Si bien es cierto que el siglo XX se caracterizó por políticos tiranos, como Adolf Hittler (18891945), no es menos cierto que también se dieron liderazgos valientes, firmes y creativos. Por ejemplo, Winston Churchill (18741965), quien mantuvo la resistencia de Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial o Margaret Thatcher, cuyo carácter la llevó a enfrentarse cara a cara con el socialismo radical, consiguiendo dejar una economía estable, aún cuando esto trajo como consecuencia que tuviera que ser muy criticada. Tanto Churchill como Thatcher, desarrollaron su programa político a partir de un ideal. Se atrevían a contradecir incluso a la opinión mayoritaria, mientras que ahora falta fuerza, vitalidad, personalidad, preparación y, especialmente, coraje. No se trata de abolir la democracia, sino de educarla, formarla y consolidarla, entendiendo que hay casos en los que a la opinión mayoritaria no le asiste la razón.
En tercer lugar, hay que quitar la etiqueta de que la política es intrínsecamente mala, pues sin ella el mundo sería un caos. El ejercicio del poder público, dentro de un marco de legalidad, resulta imprescindible para mantener el orden. Por lo tanto, dejemos a un lado los prejuicios, pues el que haya un déficit de políticos comprometidos verdaderamente con la transformación de la sociedad, no quiere decir que sea inmoral aspirar a un cargo de elección directa o indirecta. Es lógico que haya interesados en llevar una carrera política, lo que resulta ilógico es que por el simple hecho de tratar de hacer algo por el bien común, aparezca el calificativo de “corrupto”.
En cuarto lugar, los partidos políticos deben conseguir nuevos perfiles, prospectos, candidatos potenciales. Buscarlos tanto en las grandes universidades, como en las periferias, pues entre la gente más pobre, también se esconden talentos insospechados. Urgen políticos que crean en sus propias palabras, que hagan suyos los proyectos que realmente darán paso a la educación, a la salud, al comercio, al empleo, a las fuentes de energía alternativa etcétera. Cuando faltan ideales nobles, es decir, a favor de la humanidad, no se tiene la fuerza para plantarse delante del Congreso de la Unión o del Parlamento, para defender las reformas que el Estado necesita, como tantas veces lo hizo Margaret Thatcher. Hay que volver a la argumentación, al derecho, a la búsqueda de soluciones, involucrando a los expertos en la materia. Constituir un gabinete en el que cada secretario o ministro sea un especialista en la rama que se le confía de la administración pública.
Basta de títeres, necesitamos hombres y mujeres apasionados, dispuestos a darse en medio de los obstáculos, de la falta de estabilidad, de la violencia tan lamentable. Políticos y políticas que quieran dejar huella, desarrollando un programa creativo y bien estructurado. El primer paso, es creer que esto es posible.