El Sínodo de los Obispos para la Nueva Evangelización ha terminado su andadura. El mensaje final hecho público este viernes intenta ser, sobre todo, una invitación a la esperanza. Por muy mal que nos parezca que van las cosas, nunca debemos olvidar que estamos en manos de Dios, que es el Señor de la historia. Hace también un recorrido por distintos ámbitos de la evangelización, destacando el papel de la familia, de la misa dominical, de los medios de comunicación, y exhortando a los laicos a estar presente en sus respectivos ámbitos de actividad. Con respecto a la cuestión de la comunión de los divorciados vueltos a casar, nada nuevo –como no podía ser de otro modo-: una apelación a que sean tratados con amor y a que ellos no se sientan rechazados por el hecho de que se les niegue la confesión y la comunión.

La cuestión de fondo es que para llevar a cabo esta nueva evangelización lo que de verdad hace falta es un nuevo ardor, un nuevo entusiasmo, un nuevo celo por las almas. Falta pasión y hace falta pasión. Pasión por Cristo. Aquella pasión que tuvieron los apóstoles, que han tenido los santos y que siguen teniendo los misioneros. Pasión por amar y por hacer amar al Amor. Sin esto, que nace del encuentro personal con el Señor, no hay nada que hacer.

 Hace falta también compasión. Si la pasión y el entusiasmo deben ir dirigidos a Dios, la compasión está dirigida hacia el prójimo, singularmente hacia el prójimo más próximo: los familiares y los amigos. El siglo XIX –desde la Revolución Francesa- y el XX se construyeron, ideológicamente, a partir de una premisa: Dios es superfluo o incluso es nocivo para el desarrollo del hombre. Los filósofos proclamaron una cruzada: hay que matar a Dios para recuperar para el hombre los espacios que éste le ha dado en su alma, en su familia y en la sociedad. La tesis era clara: el creyente es un alienado, un “sub hombre”, y para ser un hombre pleno, un “súper hombre”, hay que acabar con la religión, hay que desterrar a Dios del corazón del hombre y de la vida pública. Esta era la tesis, la teoría, el punto de partida.

 Ahora dos siglos después, podemos decir, con los datos en la mano y a la vista de todos, que este mundo sin Dios es un mundo inhumano, que al intentar acabar con Dios lo que han hecho es poner en peligro de muerte al propio hombre. De ahí tiene que nacer la compasión. Compasión hacia aquellos de los nuestros, a veces muy próximos y muy queridos, que están destruyendo su vida precisamente porque se han alejado de Dios. No podremos forzarles a la vuelta a su casa, pero sí debemos hacer todo lo posible para que se den cuenta de que sólo en la casa del Padre el encuentra su verdadero hogar.

Pasión por Cristo y compasión por el que vive sin conocerle. Ese es el camino de la nueva evangelización.

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