La idolatría es la elección de llenar nuestro vacío con algo diferente a la verdad que Dios tiene guardada para nosotros (Neil Lozano)
Hoy, Viernes Santo, es el día del vacío. Como todos los años, la naturaleza se conmociona, tomando la forma de las pesarosas nubes que envolvieron el Gólgota hace dos mil años. Cristo muere, el mundo se queda huérfano de Él hasta el tercer día, y nos vemos confrontados con el vacío de la muerte, el dolor, la injusticia y el sinsentido. Las iglesias cierran, la reserva Eucarística se consume y todo invita a un luto en el que solo cabe la espera.
En un día como hoy, tenemos que elegir si abrazamos ese vacío existencial o lo llenamos con otras cosas. Lidiar con el duelo, la decepción, la duda y el dolor, también es parte de la experiencia humana. Sentir el abandono del Padre, el desgarro de la traición de los más íntimos, la incomprensión de aquellos a quienes bendecimos y la propia impotencia ante la maldad de los hombres, no solo son los sentimientos de Cristo; lo son de toda la humanidad.
Dios no nos pide desear la cruz, sino ser capaces de bendecirla sabiendo que donde hay muerte habrá vida, y todo el mal y el pecado serán convertidos en resurrección gloriosa, pues las penas y los sufrimientos de ahora, serán parte de la gloria venidera.
No hay pobreza existencial más profunda, ni vacío más doloroso que la muerte de Dios ante nuestros ojos. Es un vacío que conmueve a la creación y a las criaturas, y que si no lo gritamos nosotros, lo gritarán las piedras.
La pregunta es si elegimos el vacío en la espera de que Dios lo llene, o nos abrazamos a los falsos ídolos de la seguridad, el hedonismo, la autosuficiencia y la ilusión de ser dueños de nuestras horas.
Si ayer Jueves Santo era el día de la predilección, (los amó hasta el final), hoy Viernes Santo es el día de la elección.
Cristo eligió morir por ti y por mí. Y hoy solo te pide que abraces el vacío, en la fe y la espera de lo que no se ve. La contradicción de la cruz, es el único camino factible para la resurrección.
Bendita Cruz, dulces clavos, donde la vida empieza...