El Concilio Vaticano II lo dejó claro (Cf. Decreto Apostolicam Actuositatem). Los laicos no están en segunda línea, ni son el plan b, cuando hay déficit de religiosos y/o religiosas. Tienen una tarea particular que llevar a cabo.
El liderazgo de los laicos necesita resurgir, sin embargo, para que esto suceda, hay que prepararse y, por ende, ofrecer espacios en los que puedan crecer. Las universidades católicas constituyen la respuesta, pues cuentan con la infraestructura y el personal más capacitado para alcanzar dicho objetivo. Se trata de que los jóvenes comprendan que se puede alcanzar el éxito profesional y, al mismo tiempo, tener una fe viva, abierta al compromiso público.
Hay que tener en cuenta una regla de oro “ad intra”: el laico nunca podrá sustituir al sacerdote, ni el sacerdote podrá sustituir al laico. Lo anterior, termina con conflictos y disputas que no tienen ningún sentido. La idea es hacer equipo, aportando la originalidad de cada vocación.
Ahora bien, hay algunos problemas que tomar en cuenta para conseguir resolverlos en la media de las posibilidades. En primer lugar, los laicos tienen derecho a que si se les invita a dar una conferencia, cuenten con algún apoyo económico, pues si bien es cierto que no cobran el hecho de compartir la fe, es verdad que necesitan solventar una serie de gastos significativos. En segundo lugar, es importante que se construya una sólida cultura vocacional en la que no sólo se promueve la figura del sacerdote o de la religiosa, sino también la del casado. En tercer lugar, el laicado tiene derecho a expresarse a través de su propio lenguaje, sin tener que copiar los usos y costumbres de los religiosos. Lo anterior, permite darnos una idea de los desafíos actuales, de los aspectos que se deben ir trabajando.