Confieso que me estoy adelantando algo al tiempo litúrgico que vivimos. Para el Adviento queda todavía más de un mes, pero algo me tira a mirar más allá de los límites litúrgicos estrictos y relacionar el comienzo del Año de la Fe con el Adviento que tenemos cercano.
Dijo Benedicto XVI en la homilía de las Primeras Vísperas del I Domingo de Adviento del 2009:
“Otro elemento fundamental del Adviento es la espera, espera que es al mismo tiempo esperanza. El Adviento nos empuja a entender el sentido del tiempo y de la historia como "kairós", como ocasión favorable para nuestra salvación. Jesús ilustró esta realidad misteriosa en muchas parábolas: en la narración de los siervos invitados a esperar la vuelta del amo; en la parábola de las vírgenes que esperan al esposo; o en aquellas de la siembre y de la cosecha. El hombre, en su vida, está en constante espera: cuando es niño quiere crecer, de adulto tiende a la realización y al éxito, avanzando en la edad, aspira al merecido descanso. Pero llega el tiempo en el que descubre que ha esperado demasiado poco si, más allá de la profesión o de la posición social, no le queda nada más que esperar. La esperanza marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos está animada por una certeza: el Señor está presente en el transcurso de nuestra vida, nos acompaña y un día secará también nuestras lágrimas. Un día no lejano, todo encontrará su cumplimiento en el Reino de Dios, Reino de justicia y de paz.”
¿Cómo podemos afrontar el Año de la Fe y la conmemoración del Concilio Vaticano II sin introducir la espera, que es esperanza, en nuestros corazones?
Las tres virtudes teologales están íntimamente ligadas. La Fe sin Esperanza se marchita. La Fe sin Amor es un sinsentido. La Esperanza sin Amor, es pura fantasía. Por eso creo importante remarcar que el Año de la Fe debería ser un año en que los católicos renováramos la Esperanza que llevamos dentro y a partir de esa esperanza, pongamos empeño renovado en la Nueva Evangelización.
En homilía de la Santa Misa, con que Benedicto XVI ha abrió el año de la Fe, hizo expresa referencia a la esperanza.
“En estos decenios ha aumentado la «desertificación» espiritual. … Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza. La fe vivida abre el corazón a la Gracia de Dios que libera del pesimismo. Hoy más que nunca evangelizar quiere decir dar testimonio de una vida nueva, trasformada por Dios, y así indicar el camino.”
La Fe nunca puede estar ligada al pesimismo y mucho menos, aceptar la derrota como mal menor. Tal como sucede con el Adviento, el Año de la Fe nos debe llevar a entender el tiempo que vivimos como un Kairós, es decir, como un momento especial, oportuno, adecuado, propicio y providencial en el que tenemos la oportunidad de salir de la cómoda penumbra de lo socialmente correcto y proclamar la Fe a quienes están cerca de nosotros. ¿Tenemos miedo? ¿Sentimos escrúpulos? Eso significa que en nosotros hay ignorancia que debemos vencer. No se trata de coger la espada apologética y dar mandobles a diestro y siniestro. Se trata de vivir la Fe en nuestra vida con autenticidad e inducir preguntas en quienes nos rodean. La Fe es creativa, ya que transforma la vida.
Quien vive lleno de Esperanza es un ser extraño y diferente. Es una isla en la desolación que atenaza a la sociedad occidental. Es como una luz que atrae con curiosidad a quienes se acercan. La Fe que se vive son sinceridad es creativa, diferente, retadora,… ¿Hay algo mejor para vencer la indiferencia?