En 1944, Editorial Ibérica publica Una visitandina ejemplar (La Madre María Alacoque Muntadas), escrita en 388 páginas por el padre Jaime Pons, de la Compañía de Jesús. Las Madres de la Visitación de Chile han transcrito el capítulo XII de esta obra que corresponde a los años 1935-1936. Bajo estas líneas, antigua iglesia de las Salesas, actual parroquia de San Francisco de Sales (del arciprestazgo barcelonés de la Purísima Concepción).
«Desde que el 14 de abril de 1931, en que fue implantada la república en España el orden público anduvo incesantemente de mal en peor, pues la nación entera era juguete de masones y judíos, socialistas, anarquistas, sindicalistas y marxistas. Antes de transcurrido un mes desde su violenta implantación, empezaron los incendios de iglesias y casas religiosas, sobre todo en Madrid, Málaga y otras muchas ciudades. Los religiosos de ambos sexos, los sacerdotes y aún los buenos seglares católicos se veían perseguidos y vejados en todas partes por el populacho, fanatizado por una prensa sectaria, corrompida y venal, sin que las autoridades públicas, igualmente sectarias e impías, pusieran coto a tales vejaciones y desmanes; antes al revés, más o menos disimuladamente los fomentaban… Con todo el orden público exterior no se alteró gravemente con incendios y asesinatos ni en Barcelona ni en toda Cataluña, excepción hecha del conato de república catalana del 7 de octubre de 1934, reprimido enérgicamente por el general Batet. Había, sin embargo, mar de fondo muy agitado y encrespado en todo el Principado Catalán, lo mismo que en todo el resto de la nación, que iba dando tumbos y saltos mortales hacia el abismo.
Tal era la situación de España a mediados de 1935 y principios de 1936, cuando la Madre María Alacoque Muntadas fue reelegida nuevamente para Superiora. Cierto que la comunidad gozaba de relativa paz y tranquilidad, más bien aparente que real, como lo indica la siguiente carta que escribió Madre Mª Alacoque Muntadas a principios de junio de 1936:
“Ahora de un modo especial la tengo muy presente al saber lo que ocurre allí y lo que estará usted sufriendo. ¡Cuánto hemos de amar hoy a Jesús y cuantísimo reparar sus ofensas las almas que de un modo especial le pertenecemos! ¡Cuánto, cuantísimo hemos de procurar que encuentre en nuestro corazón un oasis, un cielo de amor y de reposo en medio del mundo!... ¿No le parece, querida N., que todo nos ha de parecer poco, nada, aun los mayores sacrificios para ello? ¡Ciertamente! Y sobre esto, dejamos en el tintero lo mucho que sobre lo dicho pudiéramos decirle y que usted lee sin necesidad de letras. Aquí, gracias a Dios estamos tranquilos, a pesar de todo, porque hay grande empeño en mantener el orden público de manera que, visto lo que en otras partes acaece, estamos mucho mejor, recobrando así la fama que de Cataluña actualmente se tenía, nada buena, por cierto. Bien lo sabe usted. Veremos hasta cuándo durará, puesto que el temporal arrecia y la tempestad es general y, ¿qué sucederá? Sólo Dios tiene de ello el secreto. ¡Merecemos tanta purificación, aún los que nos llamamos buenos!... De su salud, ¿qué me dice usted? Con tantas impresiones, sustos… con tan malos ratos… Nada de esto es propio para poner bien un corazón enfermo y que ama a Aquél que ve que no es amado ¿verdad? En cuanto a mí, estoy bastante bien, mejor que de costumbre. Ya ve, como mala hierba…”
Tristes, en verdad, estaban los tiempos y un malestar indecible oprimía los corazones, viendo rodar de abismo en abismo a nuestra pobre Patria. ¡Qué días aquellos!... ¿Quién no los recuerda?
La Madre Alacoque, como era de su deber, tomaba sus medidas y nada omitía de lo que estaba a su alcance, para poner a sus hijas en seguro, por si algo grave venía a ocurrir, buscando en todas sus determinaciones la luz del cielo y arrojando en Dios sus cuidados, que eran muchos, sin que por ellos se alterase en lo más mínimo su paz; ¡tan firmemente establecida en Dios estaba!
Un ambiente de mayor oración, de silencio y mortificación o espíritu de penitencia hizo que reinara en la casa para hacer violencia al cielo, y sus recomendaciones a que se dieran de veras a la santidad, se hicieron más y más apremiantes…
Después de las desastrosas elecciones de febrero de 1936, sus preocupaciones y zozobras aumentaron. Mucho la tranquilizó sobre este punto, una inesperada visita de nuestro santo Prelado, el Doctor Irurita, de santa memoria. ¡Qué peso me ha sacado de encima, decía- ¡cuán bueno es Dios!
Así llegamos a julio. La Madre había estado mal de un reuma agudísimo, que casi no la dejaba mover, y del cual decía, al pie de una carta escrita por su secretaria: “Las hijas exageran; lo que tengo es el mal del rico…”
Pocos días antes del Glorioso Movimiento, una tarde, antes de completas, fue la comunidad a su cuarto para que le diera su bendición, pues ella necesitaba todavía acostarse temprano. Estaba sentada delante de su mesita de trabajo, e hizo que se acercaran a ella mucho, de manera que quedaron apiñadas a su alrededor.
“Hermanas mías, les dijo, siento que ha llegado la hora de las grandes purificaciones, de las grandes inmolaciones para España… España necesita purificarse…, todos lo necesitan; nosotras también. No es que haya tenido ninguna revelación, no, pero estamos en unos momentos muy solemnes… muy graves… Parece que va a haber un levantamiento; dicen que estemos tranquilas, que esta vez no va contra las Comunidades Religiosas. Pero, hermanas mías, estemos preparadas para todo… Sí, a todos los sacrificios y a todos los despojos. Al martirio quizás, ¿quién sabe lo que nos pedirá el Señor?
Pero, no teman -añadió-; confianza en Dios y gran fidelidad, fidelidad a toda prueba y generosidad grande. No rehusemos nada a su amor y Dios no nos abandonará”.
Más tarde habiéndosele acercado una hermana para decirle algo sin importancia, con tono algo serio le dijo:
“Déjese de tonterías ¿no me ha oído? Oración, oración y sacrificio. Gran fidelidad”.
Entretanto ultimaba sus disposiciones, proveyéndolo todo para el caso en que tuviera que dispersarse la comunidad. El sábado siguiente, 18, tuvo Capítulo, como de costumbre, exhortándola a la confianza, pero repitiendo con fuerza que estuvieran preparadas para todo, y que permanecieran muy fieles y generosas…
Y amaneció para Barcelona el nefasto 19 de julio…