Suena bien. Yo diría que suena magnífico, aunque hay que contar con algo evidente: la sociedad actual no está muy dispuesta a dejarse guiar para salir del desierto donde habita. Seguramente este año de la Fe nos permita profundizar en aspectos tan interesantes como la fe que profesamos (credo), la que celebramos (liturgia), la que vivimos (moral), la que rezamos (oración) y la que comunicamos (evangelización). Pero tal Fe tiene más aspectos que tenemos que considerar: la Fe que entendemos y la que sentimos y por la que actuamos.
¡Cuantos tipos o dimensiones de la Fe! Parecería que la Fe sólo es lo que se cree de manera personal e intransferible, pero no es así. La Fe no es algo personal, sino algo colectivo que se vive en comunión con la comunidad parroquial, diocesana o universal.
La Fe además conlleva un dimensión de confianza que es muy complicada de entender por quien la desconoce. La Fe confianza nos permite pacificar nuestro corazón y disfrutar del fecundo silencio de la oración.
La Fe se contagia cuando se vive de forma completa. ¿Quién no va a sentirse atraído por personas coherentes, abiertas, alegres y activas? La Fe es algo que se admira o se rechaza de pleno. Difícilmente podremos quedar indiferentes antes quien tiene verdadera Fe. Dice la carta Apóstólica Porta Fidei:
“No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 1316). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14).”
¿Realmente deseamos acercarnos a escuchar a Cristo en el borde de pozo? No es nada fácil dar el primer paso hacia delante, ya que esto nos compromete y nos aleja de la “normalidad social” que tanto apreciamos. No nos importa volvernos sosos, ya que la sociedad premia perder la capacidad de dar sabor (tolerancia) y recrimina a quien se atreve a señalar al rey desnudo.
La Fe es un estorbo para moverse en muchos ámbitos de la sociedad, por eso la ocultamos y la terminamos olvidando. Una sociedad que se avergüenza de la Fe, la termina perdiendo y haciendo que la Fe se pierda para siempre dentro de las apariencias, costumbres y festejos.
¿Cómo plantearnos el Año de la Fe? La Congregación para la Doctrina de la Fe nos dice que a título individual: “Todos los fieles, llamados a reavivar el don de la Fe, tratarán de comunicar su propia experiencia de fe y caridad, dialogando con sus hermanos y hermanas, incluso de otras confesiones cristianas, sin dejar de lado a los creyentes de otras religiones y a los que no creen o son indiferentes. Así se espera que todo el pueblo cristiano comience una especie de misión entre las personas con quienes viven y trabajan, conscientes de haber «recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos»”
Se espera que realicemos una especie de misión que nos permita dar testimonio de la Fe a quienes viven alejados o incluso no son católicos. La esperanza no es una certeza, pero a través de ella podemos conseguir aquello que nos señala el Señor. Quien no tiene esperanza, simplemente se sienta a esperar que todo acabe mal, lo que representa un peligro potencial para todos nosotros. Las indicaciones de la Congregación de la Doctrina de la Fe, termina con el siguiente párrafo:
“La fe «es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo». La fe es un acto personal y comunitario: es un don de Dios, para vivirlo en la gran comunión de la Iglesia y comunicarlo al mundo. Cada iniciativa del Año de la fe busca favorecer el gozoso redescubrimiento y el renovado testimonio de la fe. La indicaciones aquí ofrecidas tienen el objetivo de invitar a todos los miembros de la Iglesia a comprometerse para que este año sea una ocasión privilegiada para compartir lo más valioso que tiene el cristiano: Jesucristo, Redentor del hombre, Rey del Universo, «iniciador y consumador de nuestra fe» (Heb 12, 2).”
La Fe nos permite ver con ojos nuevos las maravillas que hace Dios por nosotros y además nos permite ser signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. ¿Qué más podemos pedir al Señor? Simplemente que nos aumente la Fe, para que vivamos la esperanza que nos permite vivir nuestra vida con caridad.