Lo de la aprobación del aborto en Argentina es uno de los tantos frutos podridos del endiosamiento de la democracia, porque avanza esta obsesión por someter a votación los principios morales más básicos. De hecho, suceden anomalías como las del Diputado Vasco, que dice tener convicciones profundamente “éticas y católicas”, pero que, mejor se guarda sus convicciones porque el gobierna “para la sociedad”. Lo traduzco: “soy capaz de traicionar mi consciencia por una cuestión de consensos”. Gente así no puede gobernarse a sí misma, y ciertamente menos una nación.
Es que parece seguir primando la ignorante bandera de que la defensa de la vida es una cuestión religiosa, como si la afirmación médica de que la vida comienza desde la concepción y que el feto posee un ADN distinto al de la madre, fuese un dogma eclesiástico que se ha promulgado en algún Concilio. Es que hay gente que está tan ideologizada que cuando se afirman postulados básicos de biología, los entiende como proselitismo religioso. Luego, con gente así, ¿cómo se entabla un diálogo, si para ello se requiere del uso de la razón discursiva? ¿Es posible que esta generación esté en tal grado de involución que sea necesario volver a los palos, a las piedras y a quién grita más fuerte?
Ciertos grupos abortistas – bien financiados, como es propio de una buena agenda ideológica – hoy celebran porque están a las puertas de legalizar el asesinato. Debe ser una sensación emocionante el saber que se le priva la existencia a un nuevo ser. Sin embargo, para el resto de personas decentes, esta es una situación macabra que solo parecía posible en novelas de George Orwell estilo 1984. Hoy más que nunca la Iglesia (que no la compone sólo la jerarquía, sino todos los bautizados) debe alzar la voz en defensa de la razón y de la vida.