Permítanme recordar al nuestro amado Papa Benedicto XVI. En una conferencia pronunciada el 30 de noviembre en la Universidad Católica San Antonio de Murcia. Allí indicó algo que creo que se va haciendo más y más importante, cada día:
La síntesis entre catolicidad y unidad es una sinfonía, no es uniformidad. Lo dijeron los Padres de la Iglesia. Babilonia era uniformidad, y la técnica crea uniformidad. La fe, como se ve en Pentecostés en donde los apóstoles hablan todos los idiomas, es sinfonía, es pluralidad en la unidad.
Esto es justamente lo que la Hermandad del Paráclito nos ofrece. Vivir en armonía, dentro de la sinfonía de la creación de Dios. ¿Seremos capaces de interpretar unidos y reunidos, la Sinfonía de la Voluntad de Dios? No se trata de ser copias idénticas unos de otros. Se trata de permitir que el Espíritu Santo nos ayude poner nuestros carismas y talentos al servicio de Dios.
En Pentecostés el Espíritu Santo se hizo presente y conocimos la verdadera hermandad que nos une a todos los sinceros creyentes. Una hermandad que hace posible que cada uno hable en el idioma, forma, estética o modo y todos nos entendamos. Una hermandad que nos permite unir carismas y talentos diferentes, para mayor gloria de Dios.
A veces pensamos en las "hermandades" como grupos sociales aislados, separados, especiales, que incluso se pueden sentir "elegidos" entre los demás. La verdadera fraternidad cristiana es algo muy diferente. Les recomiendo que lean el libro: "La Fraternidad de los Cristianos" del entonces Sacerdote Joseph Ratzinger. Es un libro breve, pero tiene muchas pistas que deberíamos de tener en cuenta. Les pongo un ejemplo:
Si pasamos del nivel dogmático a las relaciones humanas concretas, ya hemos dicho que la comunidad fraterna la forman inmediatamente aquellos que comparten una misma fe. (Joseph Ratzinger. La Fraternidad de los Cristianos. Epílogo)
El Espíritu Santo permite que quienes tenemos una misma fe, dialoguemos sin problema alguno. Si existen resquemores, indiferencias o sospechas, entonces la unidad está herida y la comunión se transforma en división. El Espíritu Santo es esencial para que la hermandad sea realmente fraterna y no sólo el nombre que demos a una estructura social determinada.
Tiene esto algo que ver con la nueva Evangelización. Es esencial que estemos unidos para que la evangelización tenga sentido. Unidos y reunidos en torno a Cristo. Actualmente la postmodernidad nos hace tender a crear grupos. Grupos cada vez más reducidos y separados entre sí. Grupos que siguen a segundos, terceros o cuartos salvadores, dejando a Cristo un puesto meramente honorífico. Nos cuesta mucho ver más allá de las reivindicaciones identitarias que queremos que nos llenen de sentido. El Logos es Cristo, no las diferencias formales que tanto nos gusta crear y potenciar. Podríamos decir, que en la era de las comunicaciones instantáneas, las video conferencias casi gratuitas y los espacios sociales virtuales, vivimos una nueva Torre de Babel que nos enfrenta y separa.
No es nada sencillo superar esta realidad. Sólo el Espíritu Santo puede darnos las herramientas necesarias para ser realmente "fieles de Una Iglesia". Fieles hermanados por el Paráclito, que causen asombro al mundo por el amor que nos tenemos unos a otros. Decía tertuliano que los paganos el siglo II se sorprendían de los cristianos y exclamaban: "Mirad cómo se aman". ¿Podemos decir hoy en día lo mismo? Más bien no es así. Andamos enfrentados o nos ignoramos unos a otros. Si alguna persona se acerca para hablar de fe, casi siempre es para que te unas a su "grupo".
Ahora ¿Cómo podemos unirnos de forma que se establezca una verdadera fraternidad entre nosotros? No creo que la unidad pueda establecerse si no ofrecemos a los demás los dones que hemos recibido de Dios. Tampoco hacemos nada, si los demás rechazan los dones que cada uno poseemos. Un grupo de personas, matrimonios, amigos, conocidos, puede ser un estupendo espacio en el que se manifieste el Señor. Pero, el Señor debe ser el centro, no la excusa. No lo digo yo, lo dice el propio Cristo:
Porque donde están dos o tres congregados en mi Nombre, allí estoy yo en medio de ellos. (Mt 18, 20)
¿Para qué nos reunimos? ¿Es Cristo el sentido y centro de la reunión? ¿Cómo reunirnos en Nombre de Cristo en este siglo del individualismo? Creo que lo primero a considerar es negarnos a nosotros mismos. Intentar ayudar, apoyar, catalizar la acción del Señor. ¿Todo esto sin ser nosotros el centro? Eso es lo importante, que Cristo sea el centro y el sentido.
Es frecuente que nos hablen de que la Iglesia debe cambiar en muchos sentidos. Cambios de paradigma, estructura, formalidades o incluso, cambios de aspectos sustanciales de la fe. Quizás lo sustancial es que cambiemos nosotros. Si asistimos al Banquete de Bodas con un vestido inapropiado, no iremos mucho más lejos. ¿Quién quita el pecado del mundo? Sin duda es Cristo.
El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. (Jn 1, 29)
San Juan Bautista señala a Cristo, indicando que es quien da sentido a todo lo que nos rodea. Es el Cordero de Dios. Es quien hace que el pecado desaparezca. Pecado que nos impregna desde que Adán y Eva comieron del fruto prohibido: querer ser cómo Dios. Ninguno podemos suplantar a Dios. Sólo Él es nuestro Maestro.
Tenemos que tomar la cruz que Dios nos ha dado. Es decir, aceptar todo aquello que nos lastra, lastima y limita. No intentar esconder que somos pobres pecadores, limitados y necesitados de la Gracia de Dios.
Tenemos que seguir los pasos de Cristo, porque sólo él es el Camino, Verdad y Vida. Sólo Él tiene Palabras de vida eterna. Sólo Él es la fuente de Agua Viva que nos permite saciar la sed de sentido.
Oremos al Espíritu Santo para que sus dones nos ayuden a ser uno como Cristo y el Padre son uno. Dios lo quiera, porque lo necesitamos de verdad.