Se cumple este sábado, 6 de Octubre, el X aniversario de la canonización de San Josemaría Escrivá de Balaguer. Yu estuve presente en el multitudinario acto de Roma. Y el mejor homenaje que se le puede hacer a un santo es contemplar que el camino que abrió, con la Gracia de Dios, sigue despejado y por él transitan muchos que han encontrado en él el modo de vivir una fe comprometida.
Traigo aquí un bonito terstimonio de un expresidiario que, leyendo un libro de San Josedmaría, descubrió a Jesucristo. Es mejor que lo explique él.
Tenía 29 años y llevaba dos en prisión a causa de un delito. Por aquel entonces, veía a Dios muy lejos de mi vida. Le veía a Él en el cielo y a mí en la tierra. Lo único que tenía claro era que existía.
En mi infancia recibí una buena educación católica pero en la adolescencia mis amigos me decían: “Dios no existe, qué tontería, hay que progresar, hay que modernizarse…”. Y yo me dejaba llevar... A veces es bueno que venga alguien y te hable claro, y a mí, San Josemaría me habló a través de ese libro.
Me di cuenta de lo lejos de mi vida que había dejado al Señor y de cuánto le había defraudado. Ahí empecé a entender que Dios no es un número de socorro para llamar en caso de emergencia; descubrí que hay que quererle en las buenas y en las malas, y hay que tenerle siempre al lado, porque sin Él, no se puede hacer nada.
Gracias a ese libro empecé un camino que hasta hoy no me he arrepentido de tomar. Empecé a leerme todos los libros de San Josemaría y se los prestaba a mis compañeros de la cárcel, ¡que no me los devolvían!
Por aquel entonces mi hermana tenía 20 años, estudiaba en la Universidad y no contaba con los recursos económicos para poder venir. Mi familia se rompió hace seis años: mi padre abandonó a mi madre y las dejó, a ella y a mi hermana, prácticamente desahuciadas. Mi hermana, es cierto, estudia gracias a mi padre, pero con muchos esfuerzos.
Con esta ilusión, puse toda mi esperanza en el Señor y, después de un año de privarme de hasta lo más mínimo, logré reunir el dinero y enviárselo. Así, ella pudo inscribirse en la JMJ con la delegación oficial de la Conferencia Episcopal de mi país.
Cuando parecía que el sueño empezaba a hacerse realidad, a mí me denegaron el permiso para asistir a la JMJ. Llevaba cumplidos 4 años de una condena de 6, me quedaban 3 meses para obtener la libertad condicional, e inexplicablemente, la prisión, sabiendo que mi hermana venía y que yo había reunido el dinero con mucho sacrificio, me denegó los permisos sin razón alguna.
Ya me había hecho a la idea de que sólo mi hermana estaría en Madrid en agosto; para mí eso era lo más importante. Sin embargo, no dejaba de sentir por dentro la impotencia de que, a pesar de tanto esfuerzo, de tantas privaciones, no iba a poder acompañarla y que tendría que conformarme con verla dos horas tras un cristal. Tanto viaje para verla así.
No podía creerlo, pero por fin llegó la fecha de la JMJ y volví a ver a mi hermana. El momento culmen de esa semana fue el encuentro de los jóvenes con el Papa en Cuatro Vientos. Aquella noche decidí no hacer esperar más al Señor; decidí entregarle mi vida, vivir sólo para Él. Vivir en santidad, santificar mi trabajo, mis estudios, que empiezo a retomarlos; y santificar mi vida y la de los demás.
Ahora que ya he cumplido mi condena, he vuelto a mi tierra distinto de como entré a la prisión; y todo gracias a Dios, que tomó mi vida para reconstruirla de nuevo. Ahora que le he entregado mi vida me estoy preparando para, si Dios quiere, acceder al seminario.
Fuente: www.es.josemariaescriva.info/articulo/por-un-libro-de-san-josemaria-en-una-carcel