Si ayer hablábamos del libelo de sangre en general (), vamos a hablar hoy del caso del muchacho Guillermo de Norwich que aunque no es el primer libelo de sangre conocido, pues casos similares podemos encontrar en los tiempos de Imperio Romano, sí es el que se constituye en el antecedente inmediato de los que se van a registrar en una coordenada histórica muy concreta, cual es la del medievo europeo y la convivencia entre judíos y cristianos en la mayoría de los burgos europeos de cierta importancia.
 
            La historia de William of Norwich, Guillermo de Norwich, la conocemos gracias a Thomas de Monmouth, un monje de la catedral de Norwich que la relata al final del segundo libro de su obra “Vita et Passio”.
 
            Los sucesos comienzan cuando el sábado de gloria del 25 de marzo de 1144 en Thorpe Wood, cerca de la ciudad inglesa de Norwich, aparece el cuerpo de un muchacho de unos doce años de edad, el cual presentaba síntomas de haber recibido una muerte violenta en grado sumo. Dos días después, el lunes de Pascua, el chico, un aprendiz de tintorero, recibía sepultura. La tumba será abierta un mes después por su tío, Godwin Stuart, que era sacerdote, y unos días más tarde, el obispo de la diócesis de nombre Eborard acusaba a los judíos de la muerte.
 
            Lo que cuenta la crónica es que William frecuentaba la comunidad judía. De hecho, lo último que se le vio hacer es entrar precisamente en casa de un judío. El resto de la historia se corresponde perfectamente con lo que luego esbozará el tipo del libelo: el muchacho habría sido coronado de espinas, crucificado y atravesado en el corazón, cuando no incluso cardiotomizado. Testigo del lance habría sido una sirvienta cristiana, quien habría contemplado los hechos a través de la rendija de una puerta, todo lo cual vendría a ser corroborado por las señales halladas en el cadáver de Guillermo una vez que se hubo procedido a su exhumación.
 
            El testimonio, siempre según la “Vita et Passio” de Thomas de Monmouth, viene acompañado de la declaración de un judío converso (los judíos conversos van a ser particularmente dañinos para con su comunidad de origen), Theobald, que era monje, el cual habría indicado que “en los escritos de sus padres, se consignaba que los judíos no podrían obtener su libertad ni volver a la Tierra Prometida sin el derramamiento de sangre humana. De ahí que debieran sacrificar a un cristiano en alguna parte del mundo”.
 
            La acusación contra los judíos no surtirá efectos judiciales, no tanto por una cuestión de fondo como de forma, ya que al ser los judíos un realengo, es decir, de “propiedad real”, el obispo carecía de jurisdicción sobre ellos. Aunque lógicamente sí produce una gran revuelo entre el vulgo, y da lugar a importantes desórdenes que caben encuadrar en el clima de desencanto general y de guerra civil existente durante el reinado de Esteban I de Inglaterra.
 
            De hecho, muy posiblemente el caso habría caído en el olvido salvo porque cinco años después, cuando un judío es asesinado por un noble inglés, en el juicio se recurre al precedente contrario que representaba el caso de Guillermo. El litigio alcanzará las máximas instancias donde finalmente se resuelve como tantas veces se terminan resolviendo estos casos en el medioevo, a saber, con el pago de una fuerte multa por parte de la comunidad judía. Y eso que, por esta vez, la cosa no pasa a mayores, como sí acontecerá en otros casos posteriores saldados con copiosas y humeantes hogueras. Contribuyendo eso sí, en todo caso, a abonar el terreno al odio del vulgo contra una comunidad muy concreta, la judía, por lo que no es casual que menos de dos siglos después, en 1290, -y por cierto, dos antes de que lo fueran en España-, los judíos sean expulsados de Inglaterra.
 
            En cuanto al muchacho, sí recabará en la zona una modalidad de culto local, y hasta “se registran” dos milagros realizados por su intercesión entre los años 1144 y 1149, si bien, aunque se le conozca generalmente como Saint William of Norwich, nunca será canonizado.
 
 
            ©L.A.
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