Pasar unos dias en el monasterio de Silos, en su hospedería, es toda una experiencia humana y religiosa que nos abre los ojos a un mundo rebosante de paisajes nuevos, de latidos monacales, de llamadas envueltas en la brisa suave de la espiritualidad y que van adquiriendo, a medida que pasan las jornadas de silencio y reflexión, una tonalidad propia de los susurros de Dios. Vivir unos dias en Silos es una experiencia única, porque es algo así como si detuviéramos nuestra vida y abriéramos de par en par sus ventanales al canto gregoriano de los benedictinos, al rumor de sus pasos, a la paz de sus claustros, a la sonoridad de su silencio, y también, cómo no, -ese es uno de los privilegios de los que se hospedan en el monasterio-, a la posibilidad de un encuentro personal con un monje que te recibe, te acoge, te escucha, te aconseja, te abre horizontes, te ofrece, si lo deseas, el perdón de Dios, el horizonte de una vida con las claves más hermosas para ser vivida en plenitud.
En realidad, vivir en Silos unos dias, es convertirse en monje sin compromiso. En América Latina ya existe un cenobio, una casa donde se vive como en un monasterio: eucaristía, liturgia de las horas, vida fraterna. La originalidad de este cenobio radica en que, quines lo frecuentan, no contraen ningún compromiso. Se puede ir por un fin de semana, por una semana, por un mes o por un tiempo indefinido. San Benito ya habia previsto en su regla esta experiencia. Sí, la regla benedictina prevé una vida como la de los monjes sin compromiso, pero les llama huéspedes. Los huéspedes son importantes en la regla benedictina, y en todos los monasterios que la siguen. Pueden hacer la misma vida de los monjes, pero no son monjes. La diferencia entre los monjes y los huéspedes no radica tanto en las cosas que hacen, porque todos hacemos más o menos lo mismo, cuanto en haberse comprometido para siempre a hacerlo. La esencia de la vida monástica no es lo que hacen los monjes, porque esto también lo hacen los huéspedes, sino haberse comprometido a hacerlo toda la vida, y haber hecho de este compromiso una ofrenda a Dios.
A la vuelta de Silos, quiero enviar esta postal periodística a sus monjes, especialmente, al flamante prior de la comunidad, padre Moisés Salgado, -el abad, Lorenzo Maté, asistía en Roma, a una reunión de abades benedictinos- a quien agradezco varios encuentros y paseos por la huerta del monasterio; al padre Bernardo, poeta por sus cuatro costados; al padre Pedro, filósofo, y a toda la familia benedictina, por haberme permitido compartir con ellos las comidas en su refectorio, en silencio, escuchando lecturas de honda espiritualidad.
Quizás, por todo esto, la hospedería de Silos ha estado a rebosar durante el pasado verano, porque, cada vez, el hombre de hoy siente en lo más profundo de su ser la nostalgia de Dios.