En la vida espiritual se puede llegar a la ruina espiritual por un dicho o hecho de otro, en cuanto que con su amonestación, solicitación o ejemplo lleva a otro a pecar (Santo Tomás de Aquino)
Más de una vez me he acordado de esas palabras, especialmente cuando tengo que predicar. Pienso lo fácil que puede ser decir a las personas lo que tienen que hacer, o como se tienen que comportar, pero ¿y yo? ¿Mis palabras, mis obras, aquello que la gente ve en mí, los acerca o los aleja de Dios?
Según el diccionario de la Real Academia, escándalo es acción o palabra que es causa de que uno obre mal o piense mal de otro, y también ruina espiritual o pecado en que cae el prójimo por ocasión del dicho o hecho de otro. Y, precisamente esto, ha sido y es uno de los argumentos más empleados contra el cristianismo y los cristianos: “no predican con el ejemplo”.
Sí, ya sé lo que me vas a decir, que menudos son muchos de los que dicen eso. Estoy de acuerdo, pero como decía mi padre, si los demás se quieren tirar a un pozo, yo no tengo que ir detrás de ellos. Yo, con mi comportamiento, no debería dar argumentos, y si los doy es para todo lo contrario, como dice el apóstol Pedro que haciendo el bien tapéis la boca a la estupidez de los hombres ignorantes (1 Pedro 2,15).
Es cierto que nos tiene que mover sólo la gloria de Dios, que tenemos que obrar con humildad y sencillez, sin aparentar, pero hay una cosa cierta, que la gente nos ve, y una palabra o un gesto puede acercar o alejar de Dios. Y cuánta gente, que estaba lejos de Dios o no lo conocía, que ha visto la belleza del cristianismo a través de la entrega, la generosidad, la alegría… de muchos, no se habrá acercado de nuevo a la Iglesia.
Amado Señor, ayúdame a esparcir tu fragancia donde quiera que vaya. Inunda mi alma de espíritu y vida. Penetra y posee todo mi ser hasta tal punto que toda mi vida solo sea una emanación de la tuya.
Brilla a través de mí, y mora en mi de tal manera que todas las almas que entren en contacto conmigo puedan sentir tu presencia en mi alma.
Haz que me miren y ya no me vean a mí sino solamente a ti, oh Señor.
Quédate conmigo y entonces comenzaré a brillar como brillas Tú; a brillar para servir de luz a los demás a través de mí.
La luz, oh Señor, irradiará toda de Ti; no de mí; serás Tu, quien ilumine a los demás a través de mí.
Permíteme pues alabarte de la manera que más te gusta, brillando para quienes me rodean.
Haz que predique sin predicar, no con palabras sino con mi ejemplo, por la fuerza contagiosa, por la influencia de lo que hago, por la evidente plenitud del amor que te tiene mi corazón. Amén (Beato John Henry Newman)