En una mañana me he leído 636 páginas, sin descanso. Toda una novela. Estoy exhausto, pero feliz. Y lo he hecho fundamentalmente por una motivación digamos que sentimental (como casi todas las mías). Fue el último libro que quiso leer Pilar, mi suegra, pero no pudo: una extrema debilidad, la cirugía a corazón descubierto, y por fin la muerte, se lo impidió. No pudo ser. Pilar era una buena y voraz lectora, y me persiguió durante días para que le dejara la novela que hoy, yo, he vuelto a leer a modo de homenaje, pero también con gusto. Reconozco que soy duro de roer a la hora de prestar libros. En tres palabras: no me fío. Pero al final lo consiguió. La hojeaba, intentaba, pero le faltaba el aliento: "Guillermo, no tengo ya fuerzas ni para leer". Después de muchas lágrimas -una muerte santa la suya, como santa fue su vida-, de idas y venidas, de oración y pena, y esa radical ausencia, rescaté el volumen de su casa. Y hasta esta mañana. Como si lo estuviera leyendo por ella, o se lo estuviera leyendo a ella. Porque es una buena historia. Y bien contada. El hombre y sus postrimerías. Un mundo roto, agonizante, constreñido por el mal, por la irrealidad, por lo vano.

Ya digo: 636 páginas de novela. "El Padre Elías ( Un Apocalipsis)". Editado por Libroslibres. Una novela cuyo principal personaje es la vida interior del hombre. ¿Qué queda de nuestras almas? ¿Cómo afrontamos las verdades eternas? Abocados a una decadencia suicida, a un vacío, a una desesperación y amargura. Estorba el bien, la virtud se desecha, y no se da importancia a la verdad. Una novela tras la cual se advierte una profunda reflexión. Su autor, el canadiense Michael D. O´Brien (1948) ha cumplido, ha escrito un gran libro (la traducción al español es de Jordi Giménez Samanes). Sería muy fácil descalificar la novela con triquiñuelas -literarias o no-, pero la trama del mundo -la de hoy, la de ahora- se mueve en estos parámetros de desespiritualización y engaño. Y permitimos seguir siendo engañados. Es más cómodo no pensar, sin trascender ni un ápice de vida. Y puede que sea cierto, puede que la primera trompeta ya haya sonado, y que haya llegado la hora de pensar un poco, de ser sinceros con nosotros mismos, de auscultar el alma. No es necesario ponerse tremendo -y menos todavía tremendista-, pero nos pongamos como nos pongamos Dios está aquí, y espera un mínimo de amor, y de conciencia.