Leo en Corrispondenza Romana la noticia de la consagración de la nueva catedral católica de Karaganda, una histórica ciudad de Kazajistán que fue escenario de la represión estalinista más feroz. No en vano allí se instaló el célebre Karlag, que incluía 26 lager o campos concentración. Y no puedo dejar de pensar en la ironía que se gasta Dios y en sus caminos, misteriosos, pero ineludibles.
Porque la catedral, un bonito edificio neogótico, lleva el nombre de la Virgen de Fátima. ¿Quién se hubiera imaginado hace unas décadas que se iba a dedicar una nueva catedral en territorio soviético a la Virgen de Fátima, la de aquello de "Rusia se convertirá" y del triunfo de Corazón Inmaculado?
El lugar, Kazajistán, también tiene miga, porque el origen de su pequeña comunidad católica está en los deportados por Stalin enviados a los numerosos campos de concentración comunistas en aquella república del Asia Central. ¿Quién le iba a decir a Stalin que con sus deportaciones, con las que creía estar destruyendo a la Iglesia Católica en la URSS, estaba extendiendo la semilla de la fe por esas regiones?
El Salmo 2º vuelve a hacerse realidad una vez más:
Los reyes de la tierra se sublevan, y los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Ungido... El que reina en el cielo se sonríe; el Señor se burla de ellos.