«Honorables señores y señoras, si es verdad que de la defensa y de la promoción de la dignidad de la persona humana son ‘rigurosa y responsablemente deudores los hombres y mujeres en cada coyuntura de la historia’ (Catecismo de la Iglesia Católica, 1929), también es verdad que dicha responsabilidad concierne, de forma particular, a todos los que están llamados a desempeñar un papel público. Ellos, en especial, cuando están animados por la fe cristiana deben ser ‘capaces de transmitir a las generaciones del mañana razones de vida y de esperanza’ (Gaudium et Spes, 31. Es útil recordar en este sentido el libro de la Sabiduría: ‘un juicio inexorable espera a los que están arriba’ (Sab 6,5). Advertencia que no quiere asustar, sino más bien animar y alentar a los gobernantes, en todo nivel, a realizar todas las posibilidades de bien de las que son capaces, según la medida y misión que el Señor encomienda a cada uno»
Sin duda el oficio de la política no es sencillo y conlleva muchos malos tragos. Pero el principal escollo con que se encuentra el político cristiano es la total ausencia de referencias compartidas a la hora de buscar el bien común. Bien común que no tiene porque ser el bien de todos y cada no de quienes conformamos la sociedad. La política es un campo abonado para el relativismo y una máquina de creación de privilegios disfrazados de derechos. Hoy en día es imposible hablar del bien común sin pasar por incontables privilegios particulares, que no pueden ser puestos en duda. Digamos que los políticos tienen la capacidad para ayudarnos a conseguir el bien común, seca e inmóvil. Seca e inmóvil como la mano de un pobre hombre, tal como se puede leer en el pasaje evangélico de Lucas 6, 611. San Ambrosio de Milan nos habla de este pasaje de forma muy clarificadora:
La mano que Adán se había alargado para coger el fruto del árbol prohibido, el Señor la impregnó de la savia saludable de las buenas obras, a fin de que, secada por la falta, fuera curada por las buenas obras. En esta ocasión Jesús acusa a sus adversarios que, con su falsas interpretaciones, violaban los preceptos de la Ley; ellos defendían que en día de sábado era preciso no hacer ni tan sólo buenas obras, siendo así que la Ley, que prefiguraba en el presente lo que debía ser en el futuro, dice, ciertamente, que es el mal el que no debe trabajar, pero no el bien.
Has oído las palabras del Señor: «Extiende el brazo». Este es el remedio para todos. Y tú que crees tener sana la mano, vigila la avaricia, vigila que el sacrilegio no la paralice. Extiéndela a menudo: extiéndela hacia el pobre que te suplica, extiéndela para ayudar al prójimo, para socorrer a la viuda, para arrancar de la injusticia al que ves sometido a una vejación inmerecida; extiéndela hacia Dios por tus pecados. Es de esta manera que se extiende la mano; es de esta manera que sana. (San Ambrosio de Milán. Comentario al evangelio de Lucas, V, 39)
¿Qué paraliza la mano del político cristiano? Tal vez le atenace el miedo a hacer un mal aparente, sin darse cuenta que también quedan paralizados para hacer el bien a la sociedad. Sin duda también le paraliza la necesidad de conseguir logros a corto plazo, que no son más que logros aparentes y superficiales. La política a corto plazo siempre conlleva una dosis de relativismo nada despreciable. Es más, muchos aparentes bienes a corto plazo, no son más que males disfrazados de oportunidades fáciles de conseguir.
Pero estas actitudes también se dan en nuestro día a día. Dentro de nuestras responsabilidades preferimos no tener problemas y no nos importa dejar para el futuro las consecuencias de nuestros atajos. Hoy en día estamos padeciendo los atajos que se tomaron durante los 10 años pasados. Padecemos los bienes a corto plazo que tanto nos gustaban.
Es complicado hacer pedagogía y explicar a la sociedad la necesidadde dejar a un lado a quienes nos ofrecen un salvavidas que se hunde a los 5 minutos y encima nos deja más cansados que antes. Necesitamos extender la mano y aprender a socorrer a largo plazo a quienes nos rodean. ¿Qué mejor socorro que evangelizar con el ejemplo y con las ideas claras.
Cristo nos dice, igual que en evangelio de Lucas: “dijo al hombre que tenía la mano seca: «Levántate y ponte ahí en medio.» Él se levantó y se puso allí. Entonces Jesús les dijo: «Yo os pregunto si en sábado es lícito hacer el bien en vez de hacer el mal, salvar una vida en vez de destruirla.» Y, mirando a todos ellos, le dijo: «Extiende tu mano.» Él lo hizo, y quedó restablecida su mano. Ellos se ofuscaron y deliberaban entre sí qué harían a Jesús.”
Extendamos nuestras manos y trabajemos para que el Reino de Dios se haga cada día más presente. Extendamos nuestras manos aunque quienes nos rodean se ofusquen y piensen que es mejor hacernos desaparecer. ¿Por qué? Porque siempre es mejor hacer el bien que fastidia, que el mal que se solicita.