Hoy hace cuarenta y un años de la muerte de Juan Pablo I. En más de una ocasión hemos recordado pasajes de un libro excepcional que escribió siendo patriarca de Venecia, titulado Ilustrísimos señores1. Se recoge en él una serie de cartas, cuarenta en total, dirigidas a los más dispares personajes de la historia y la ficción literaria. La primera de ellas es al escritor inglés Charles Dickens.
«Acabo de recordar -dice Juan Pablo I- tu amor a los pobres. Lo has sentido y expresado maravillosamente, porque de niño viviste entre los pobres. A los diez años, con papá en la cárcel por deudas, y para ayudar a mamá y a los hermanos, fuiste a trabajar a una fábrica de barnices. De la mañana a la noche tus manecitas embalaban cajas de betún bajo la mirada de un patrón que no conocía la piedad; por la noche tenías que dormir en un desván; el domingo, para acompañar a papá, lo pasabas con toda la familia en la cárcel… Por todo esto, tus novelas están pobladas de pobre gente que vive en una miseria impresionante…
Y entonces el Cardenal Luciani, que en aquel agosto de 1978 llegaría a ser el Papa Juan Pablo I, recuerda la figura del usurero Scrooge, protagonista de Canción de Navidad en prosa.
Dos señores, que llegan a su estudio cuaderno y pluma en ristre, le interpelan:
-Es Navidad, millares de personas carecen de lo necesario, señor.
Respuesta de Scrooge:
-¿Es que no hay prisiones? ¿No funcionan ya los hospicios?
-Ciertamente que existen y funcionan, pero pueden hacer muy poco para alegrar los espíritus y los cuerpos en Navidad. Hemos pensado en recoger fondos para entregar a los pobres alimentos, bebida y combustible. ¿Con qué cifra puedo inscribirle?
-Con ninguna. Quiero que me dejen en paz. Yo no festejo la Navidad y no me voy a permitir el lujo de hacerla festejar a los holgazanes. Pagando el impuesto de pobres, doy mi ayuda a cárceles, a las instituciones de mendicidad; el que esté en la miseria, que se dirija a ellas.
-Muchos no pueden ir, y muchos otros preferirían morir antes que hacerlo.
-Si prefieren morir será mejor que lo hagan pronto para disminuir el exceso de población. Y además, ustedes perdonen, estas cosas no me interesan.
Así habéis descrito al usurero Scrooge: preocupado sólo por el dinero y los negocios. Hoy podíamos decir que es un nuevo Epulón. Pero cuando habla de negocios al espectro de su espíritu gemelo, el difunto socio usurero Marley, éste se lamenta dolorosamente:
¡Los negocios! Tener compasión tendría que haber sido mi negocio: caridad, clemencia y benevolencia, todo eso tendría que haber sido mi negocio. ¿Por qué he andado entre la muchedumbre de mis semejantes con los ojos clavados en tierra, sin levantarlos nunca hacia aquella bendita estrella que condujo a los magos a una choza? ¿Acaso no había otras pobres casas hacia las cuales su luz habría podido guiarme?
Y continúa:
Desde que escribiste estas palabras (1843) han pasado casi ciento sesenta años. Estarás impaciente por saber si y cómo se ha puesto remedio a las situaciones de miseria y de injusticia que tú denunciaste».
Bien, pues ahora parémonos y meditemos que para esas veces en las que pensamos que lo que podemos hacer no vale la pena, es hermoso recordar que el eficaz realismo de Dickens -el trabajo que hizo a través de su pluma- tuvo incluso consecuencias en el plano social, como fue la reforma de la legislación inglesa sobre la infancia, sobre la explotación infantil. A veces podemos hacer más de lo que pensamos.
Insistiendo en su enseñanza sobre el peligro de las riquezas, Jesús propone esta parábola en la que se contrapone la situación de los protagonistas en la tierra con su situación después de la muerte. Las riquezas no sólo son incapaces de asegurar la vida, la salvación del hombre, sino que, de hecho, conducen a la ruina, porque atrapan el corazón y le hacen insensible a la voluntad de Dios y a las necesidades del prójimo. Quien vive en la abundancia y el lujo mientras a su lado el pobre pasa necesidad no sólo desprecia al pobre, sino también a Dios.
Y así, escuchamos estas palabras de san Juan Pablo II en el número 42 de la encíclica Sollicitudo Rei Socialis:
La doctrina social de la Iglesia, hoy más que nunca tiene el deber de abrirse a una perspectiva internacional en la línea del Concilio Vaticano II, de las recientes Encíclicas... No será, pues, superfluo examinar de nuevo y profundizar bajo esta luz los temas y las orientaciones características, tratados por el Magisterio en estos años.
Entre dichos temas quiero señalar aquí la opción o amor preferencial por los pobres. Esta es una opción o una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia. Se refiere a la vida de cada cristiano, en cuanto imitador de la vida de Cristo, pero se aplica igualmente a nuestras responsabilidades sociales y, consiguientemente, a nuestro modo de vivir y a las decisiones que se deben tomar coherentemente sobre la propiedad y el uso de los bienes.
Pero hoy, vista la dimensión mundial que ha adquirido la cuestión social, este amor preferencial, con las decisiones que nos inspira, no puede dejar de abarcar a las inmensas muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor: no se puede olvidar la existencia de esta realidad. Ignorarlo significaría parecernos al rico Epulón que fingió no conocer al mendigo Lázaro, postrado a su puerta (cf. Lc 16,19-31).
Después sí, cuando le necesita, cuando tiene sed, cuando incluso con bondad recuerda a sus hermanos, entonces sí recuerda a Lázaro y le llama por su nombre. Aquí está muchas veces la falsedad de nuestra actuación...
Nuestra vida cotidiana, así como nuestras decisiones en el campo político y económico deben estar marcadas por estas realidades. Igualmente los responsables de las naciones y de los mismos Organismos internacionales, mientras han de tener siempre presente como prioritaria en sus planes la verdadera dimensión humana, no han de olvidar dar precedencia al fenómeno de la creciente pobreza. Por desgracia, los pobres, lejos de disminuir, se multiplican no sólo en los países menos desarrollados sino también en los más desarrollados, lo cual resulta no menos escandaloso.
Es necesario recordar una vez más aquel principio peculiar de la doctrina cristiana: los bienes de este mundo están originariamente destinados a todos. El derecho a la propiedad privada es válido y necesario, pero no anula el valor de tal principio. En efecto, sobre ella grava una hipoteca social, es decir, posee, como cualidad intrínseca, una función social fundada y justificada precisamente sobre el principio del destino universal de los bienes. En este empeño por los pobres, no ha de olvidarse aquella forma especial de pobreza que es la privación de los derechos fundamentales de la persona, en concreto el derecho a la libertad religiosa y el derecho, también, a la iniciativa económica.
El próximo martes 1 de octubre, el Santo Padre Francisco presidirá el rezo de las Vísperas en la Basílica de San Pedro, con lo que se inaugurará el Mes Misionero Extraordinario, en el día en que la Iglesia celebra a Santa Teresita de Lisieux, Patrona de las Misiones y doctora de la Iglesia.
Si algo me atrae sobremanera de esta santa es su antijansenismo declarado. Hoy tendríamos que seguir hablando de un semijansenismo2.
Algunos predican errores de este tamaño: Dios nos ama, pero existen siempre más posibilidades de que le causemos disgusto que de que le gustemos. La vida cristiana es imposible para un hombre del mundo. La predicación debe despertar el tormento. No existe religión perfecta más que la cumplida entre los religiosos. El matrimonio está tolerado, pero perjudica a la vida profunda del alma y nos vuelve cautivos de la carne. La tierra, que constituye nuestro lugar, es un exilio; el tiempo es una moneda con la que es posible comprar la eternidad, aunque no tiene valor en sí misma. El sufrimiento es un estado más natural. La concupiscencia es un abismo que atrae y del que no se puede surgir sino por gracia. El cielo es un lugar de gloria sin relación con la tierra, que sigue siendo tierra de pecado…
Y así podríamos seguir obteniendo conclusiones subsiguientes, que lo único que provocan es una amargura absoluta en el caminar cristiano. Es entonces cuando Santa Teresita se nos presenta afirmando: ¡Todo es mucho más sencillo!
Cuando uno descubre a Santa Teresa del Niño Jesús, uno se dice: ¡Uf, por fin una santa a nuestro alcance, por fin es posible la santidad...! En Historia de un alma, su diario espiritual, no se habla más que de la infancia espiritual, el camino destinado a las pequeñas almas que hacen cosas pequeñas. Allí la descubrimos dormida durante la oración o hablando de deshojar rosas y de recoger un alfiler con amor. Hasta el punto de que los espíritus fuertes pasan de largo o se sientan en el banco de los reidores -podíamos decir de los soberbios- y dicen: ¿Cómo? ¿La santidad no es más que eso? ¡Historias de colegialas en un convento! ¡No nos interesa!
¡Pues a nosotros sí nos interesa! Y entonces ella nos responde:
Mi vida no es más que un instante, una hora pasajera.
Mi vida no es más que un solo día
que me escapa y que huye.
Tú lo sabes, ¡oh Dios mío! Para amarte en la tierra
no tengo más que hoy...
¡Qué me importa, Señor, que el porvenir sea sombrío!
Orarte por mañana, ¡oh no, es algo que no puedo...!
Conserva puro mi corazón,
cúbreme con tu sombra
nada más que por hoy.
Pronto volaré, para proferir sus alabanzas.
Entonces cantaré al son de la lira de los Ángeles
cuando haya lucido sobre mi alma el día sin ocaso:
¡El Eterno Hoy!...3
Un gran amigo de Santa Teresa, el cardenal Mercier, había dicho:
- ¿A qué se reduce, para cada uno de nosotros, el juego de las causas segundas cuyos hilos mantenía la providencia en nuestro pasado?
- ¿A una cosa única: a preparar el momento presente?
- No tengo que gemir más por un pasado que ya no es, ni inquietarme por un futuro que no existe. Es el único momento presente lo que quiero bendecir, y, aunque fuera con angustias e incluso escalofríos, intrépidamente realizar.
Esta es la lección de hoy. Aquí radica la dificultad. Ver el tiempo como un pasaje provisional. Prepararnos viviendo en esta tierra el encuentro con los hermanos, que nos necesitan no sólo en lo material, en lo económico, para salir de su pobreza, sino, sobre todo, para hablarles de Cristo, para hablarles de la salvación, que es para todos. Ver el tiempo como un pasaje provisional; es decir, como una nada. Pero además considerar este instante que yo tengo como lo que me va a capacitar para salvarme. Esta tierra es, pues, mi cielo, porque me va a posibilitar el encontrarme con Dios a través de mis buenas acciones, a través del amor que yo profese a Dios.
El día para la eternidad. Este día, para salvarme. Cargado con mis obras, con el trabajo que realizo. El camino, como afirma Santa Teresita, es éste: No tenemos más que esta vida para vivir la fe. No disponemos más que de los breves instantes de nuestra vida para amar a Jesús. No hay que hacer más que una sola cosa durante la noche, la única noche de la vida, que no vendrá más que una sola vez: es amar, amar a Jesús.
PINCELADAS MARTIRIALES
El martirio del beato Antonio Arribas Hortigüela y 6 Compañeros, misioneros del Sagrado Corazón de Jesús, asesinados el 29 de septiembre de 1936 en la provincia de Gerona por el mero hecho de ser consagrados, fue reconocido el 8 de julio de 2016 por el Papa Francisco. Canet de Mar es un pequeño pueblo barcelonés, situado a unos 40 km al norte de la Ciudad Condal, a orillas del Mediterráneo. En la parte más elevada del pueblo, hacia ‘La Cruz’, casi como continuación del Santuario de Nuestra Señora de la Misericordia, patrona del Maresme, se encuentra el Seminario M.S.C.
Era el 19 de julio de 1936. En el Seminario M.S.C. (Pequeña Obra) se preparaban 65 futuros misioneros. Cuidaban de ellos 8 sacerdotes y cuatro hermanos coadjutores. Ese día llegó la noticia de que patrullas incontroladas se mueven por el pueblo, asustando a unos y siendo vitoreadas por otros. Hacia las cuatro de la tarde un tropel de gentes armadas irrumpe en el Seminario. Al fondo ya se veía la humareda de la iglesia parroquial, que había sido incendiada.
A la vista de los asustados muchachos, las intenciones primeras de saqueo y quema se suavizan. «No os pasará nada», les dicen. Incluso, ante una blasfemia que lanza alguno, pudo escucharse la caricaturesca corrección tolerante del jefe en funciones: «Respeto a las ideas, camarada».
A continuación, obligan a los religiosos y a los niños a abandonar la casa, y les «alojan» en el parque del Santuario de la Misericordia, que se convierte así en un pequeño campo de concentración, donde serán vigilados a todas las horas durante las dos semanas siguientes. Ante sus mismos ojos se saqueó primero, y se incendió después, el Santuario.
Habían transcurrido ya casi dos meses desde que habían salido de Canet de Mar. Era un 29 de septiembre: entre las tres y las cuatro de la tarde fueron sacados los religiosos de su encierro en la escuela del pueblo. Muchos vecinos estaban presentes. Iban atados de dos en dos; el séptimo llevaba las manos atadas a la espalda. En Besalú dejaron la carretera de Figueras para tomar la de Bañolas. Como a unos cinco kilómetros, el coche que les sigue se detiene después de una revuelta. El autobús sigue aún como unos 200 metros más y se detiene también, antes de pasar el puente. Allí hay una casa de piedra, en ruinas, junto a un pequeño ribazo con arbolado. Es el lugar elegido para matarlos.
Se detiene el coche. Ha llegado la hora, la gran hora, el gran momento. Sacan primero a cuatro, mientras los demás quedan en el coche. Les ordenan que se coloquen en el ribazo. Son vanos los gritos, los ruegos y las lágrimas:
- No nos matéis. ¿Qué mal hemos hecho?
Nada es capaz de ablandar el corazón de aquellas hienas. Les mandan que se pongan de espaldas. Y entonces surge la voz valerosa de uno de los cuatro:
-Los cobardes mueren de espalda y nosotros no somos ni cobardes, ni criminales. Vosotros nos matáis porque somos religiosos. ¡Viva!...
La descarga apagó el viva empezado sin que llegara a su término. Cayeron los cuatro primeros. Inmediatamente, sacan a los otros tres. Ni los gritos, ni las súplicas logran conmover a aquellos asesinos. Los ponen delante de los caídos y los acribillan a balazos. Así, en un momento terrible y sublime a la vez, quedaron segadas aquellas vidas puras e inocentes. En dos filas quedaron tendidos sus cuerpos inertes y sin vida. Sus almas, acompañadas de los Ángeles, volaron a la presencia del Cordero. El sacrificio estaba consumado. Ahora, la tierra regada por su sangre generosa, ya puede germinar y dar flores de alegría y de esperanza, y frutos de vida eterna.
1 Albino LUCIANI, Ilustrísimos señores, página 1siguientes (Madrid, 1997).
2 Jean GUITTON, El genio de Teresa de Lisieux, página 26 (Valencia, 1996).
3 Santa TERESA DE LISIEUX, Poesías 5.