En los próximos días Roma dará luz verde al último trámite para la beatificación del restaurador de la Orden Jerónima, el mártir de Paracuellos Fray Manuel de la Sagrada Familia. Pero la circunstancia no podría ser más triste: la última comunidad de monjes jerónimos que queda en España podría estar viviendo sus últimos días.
 
La Iglesia española, nosotros, no podemos permitirnos el empobrecimiento que supondría la desaparición de la Orden Jerónima, que además significaría cerrar la página de un capítulo brillante y singular de nuestra identidad espiritual.
 
Pero los seguidores del León del Desierto tal vez hayan desaparecido cuando, dentro de muy pocos años, se conmemore el XVI centenario de San Jerónimo. No será la primera vez que esto sucede. Ya en nuestro tormentoso siglo XIX los Jerónimos fueron obligados a desaparecer. Y fue precisamente el mártir jerónimo de Paracuellos quien restauró la orden.
 
De ferroviario a banquero

Manuel Sanz Domínguez nació en Sotodosos (Guadalajara) en 1887. Su primer trabajo fue en la Compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante. De ahí pasó a la banca, que a la sazón parecía empleo más prometedor que el ferroviario, y empezó a trabajar en el London Cuntis Lda. Su ascenso fue rápido en este ramo y pronto fue fichado por el Banco Rural para encargarse de la dirección de la oficina de la calle Alcalá 26, en Madrid. Pero el recorrido vital del futuro mártir restaurador de la orden jerónima ya estaba marcado por la fe, que le había acompañado desde muy niño.
 
Testimonios de conocidos y amigos recuerdan que ya en sus tiempos de empleado de ferrocarril en Madrid, sin haber cumplido todavía los 25 años, explicaba la Buena Nueva a quien quería escucharle en andenes y oficinas de la estación de Atocha y hacía oídos sordos a las críticas y burlas de sus compañeros de trabajo.
 
Socialistas y anarquistas arremetían contra él sin éxito, o se burlaban y le llamaban “San Manuel”, tratando de restar ánimos a su empuje evangelizador. Tarea inútil. Manuel Sanz nunca se arredró ante las críticas, las incomprensiones y los insultos. La Adoración Nocturna, los ejercicios espirituales en Loyola, los retiros dominicales dirigidos por el hoy beato P. José María Rubio S.J., y su tarea evangelizadora siguieron adelante y desembocaron en la llamada del Señor.
 
Pero las cosas de Dios tienen sus ritmos, que no suelen coincidir con los planes que nosotros trazamos. Sintiéndose llamado a ingresar en la Compañía de Jesús, la deteriorada salud de su padre y el hecho de que sus dos hermanas dependieran económicamente de su sueldo obligaron a Don Manuel a retrasar su decisión. Nunca sería jesuita.

El nacimiento de un monje jerónimo

En 1920 se cumplió el décimoquinto centenario de la muerte de San Jerónimo. Con la excepción de nuestros días, en España este tipo de fechas siempre se han celebrado con solemnidad y publicidad. Y aunque todo estaba a punto de cambiar para mal (de aquellos polvos…), los años 20 arrancaron entre los católicos de nuestro país con una notable profusión de noticias alrededor del santo.

Coincidiendo con este acontecimiento, Don Manuel entró en contacto con los escritos de San Jerónimo a través de un compañero de la Adoración Nocturna, que había tratado sin éxito de restaurar la Orden jerónima.
 
Durante la enfermedad de su padre nuestro hombre profundizó en el Santo y se sumergió en la espiritualidad jerónima y en la gloriosa historia de la Orden, condenada a muerte (aparente) por el laicismo del XIX. Y avituallándose con tan rico bagaje pasaron los años. Su padre falleció y sus hermanas dieron en encontrar sendos modos de vida que les permitieron independizarse. Don Manuel ya estaba en condiciones de dar respuesta al proyecto que el Señor le había propuesto: no sería sacerdote sino monje jerónimo.
 
“¡Pero si la Orden Jerónima no existe!”, le dijo su director espiritual cuando Manuel le confesó sus planes.

“¡Pues la restauraré!”

La restauró. Con otros cinco valientes y con el apoyo incondicional de las monjas que, desde el Monasterio de la Concepción Jerónima de Madrid, llevaban décadas pidiendo al Señor el regreso de sus compañeros varones. Renunció a su brillante carrera profesional, a un futuro que se prometía acomodado, al éxito del siglo, y se empeñó en una tarea aparentemente insensata: recuperar una orden monástica que solo ha existido en nuestro país, con un pasado glorioso y un carisma genuinamente español (de cuando la idea de España y sus valores existían, claro). Una orden que llevaba casi 100 años extinguida en su rama masculina y de la que no quedaba más que algunos monasterios en ruinas.
 
El mártir

La Orden Jerónima recuperó su vitalidad a partir de 1925. Pero su destino parece estar lleno de pruebas especialmente duras. El Gobierno y los partidos que apuntalaban el régimen procuran desde la misma proclamación de la república la formación de un estado de opinión tintes genocidas, que se convertirá en orgía sangrienta avalada e instigada por el poder a partir de 1931. 
 
Sabiéndose buscado por las fuerzas del régimen republicano, Fray Manuel se proclama libre y creyente: “Suceda lo que suceda, doy gracias a Dios porque me ha concedido un destino grande y hermoso. Si vivo, creo que veré restaurada la Orden Jerónima, objeto de todos mis sueños. Y si muero, seré mártir por Cristo, que es más de lo que podía soñar”.
 
Pocos días después de pronunciar estas palabras, los representantes de los partidos políticos que aparentaban encargarse del orden público con el aval del Gobierno de la república detuvieron a Fray Manuel de la Sagrada Familia. Llevaba cerca de dos años enfermo. Lo trasladaron a la Cárcel Modelo junto a otros religiosos, sacerdotes y laicos. Nada más se supo de él.

Muchos años después se pudieron reconstruir los últimos días de Fray Manuel. El 2 de noviembre de 1942, la Causa General recoge un documento que dice así:

“Don Manuel Sanz Domínguez, Religioso Jerónimo, de 49 años de edad, fue detenido el 5 de octubre de 1936 (…) siendo ingresado a la Cárcel Modelo, de donde fue sacado en una expedición el día 6 al 8 de noviembre del mismo año para ser asesinado”.

Paracuellos fue la tumba del restaurador de la Orden Jerónima, que dedicó sus últimos días en la Modelo a evangelizar y atender espiritualmente a los presos.
 
El próximo 6 de noviembre se cumplen 76 años del martirio de Fray Manuel. El día 20 de ese mismo mes se cumplirá en Roma el último trámite previo a su beatificación. Pero dentro de unos pocos años, en 2020, cuando se cumpla el XVI centenario de la muerte de San Jerónimo, quizá los monjes jerónimos hayan vuelto a desaparecer de nuestra Iglesia.
 
En esta ocasión nada habrá tenido nada que ver el laicismo liberal, ni el genocidio religioso. La tarea la están haciendo el relativismo que nos rodea y el humo del maligno que se nos coló dentro.