Todo hallazgo científico y desarrollo tecnológico abre debates y largas sesiones de conversación. Tanto para bien como para mal, tanto para preocupaciones como para grandes emociones positivas. No importa el momento.
La tendencias tecnológicas del último bienio no son ninguna clase de excepción. De hecho, a una de ella, sin entrar en una precisión más apropiada para la formación técnica, nos referiremos en el presente artículo.
Hablamos de la Inteligencia Artificial (IA), una rama computacional basada en máquinas que, por medio del potencial matemático (no necesariamente algebraico) sea capaz de adoptar actos de acción motriz o de razonamiento cuasi humanos.
Se engloban, dentro de esta, la consideración de los sistemas expertos, los robots y las redes neuronales artificiales así como la posibilidad de tomar como base un conocimiento previo, aportado por el homo sapiens, que pueden ser también referencias espaciales.
Podrían decirse más cosas pero, como se dijo al principio, no se iba a ir más allá de indicar sobre qué estábamos hablando. Quien escribe no se está dirigiendo a sujetos del gremio, sino a un público más amplio, con preocupaciones concretas.
Más allá de la Bioética
Cuando se ha hablado de la IA fuera de los entornos más técnicos, ingenieriles y "economicistas" (en el buen sentido del término), si ha habido inquietudes morales, estas no han solido ir más allá de la cuestión del transhumanismo.
Es cierto que, desde el Vaticano, con la firma adhesiva de corporaciones tecnológicas como IBM y Microsoft, se ha propuesto un enfoque que pivote sobre «la transparencia, inclusión, responsabilidad, imparcialidad, confiabilidad y seguridad y privacidad».
No obstante, la mayoría de disertaciones versan sobre una preocupación cuya negación es tan inconveniente como imposible: el riesgo de que, en un futuro remoto, el homo sapiens se vea superado y derrotado por un nuevo concepto de "hombre no natural".
Sí, el transhumanismo procura, siguiendo los esquemas de soberbia, planificación centralizada, el miedo injustificado y la envidia, no solo desafiar al Creador, sino tener artefactos ajenos a la espontaneidad natural.
Pero en muchas ocasiones, creo que se olvida observar la IA desde un prisma de innovación tecnológica inocente que se considera ya en muchas universidades y empresas, como ocurrió en su día con otras innovaciones: por ejemplo, la Web 2.0 o Internet como tal.
¿Reconsiderar la Inteligencia Artificial?
Sabemos que la IA se está utilizando, por parte de algunas de las mayores degeneraciones de la Revolución (el Estado controlado por el Partido Comunista Chino, principalmente) para oprimir y destruir la sociedad orgánica, denegando su dignidad y su libertad.
Pero también sabemos que hay compuestos químicos que se utilizan para procesos de exterminio como el aborto y la eutanasia, y no por ello uno demoniza automáticamente a la Medicina o la Farmacología.
Con lo cual, creo, honesta y desinteresadamente, que la IA ha de apreciarse con una actitud de esperanza en el sentido más cristiano posible, nada contradictoria con los propósitos espirituales de santificación del trabajo.
En función de sus dones y de sus preferencias, uno tiene el deber moral de servir al prójimo, a la sociedad y de cuidar aquello que fue creado por Dios, mediante el desempeño de algún oficio, de eso que llamamos trabajo.
El trabajo no es solo una evidente llamada a la responsabilidad para con el trabajo bien hecho y a la respetuosidad mínima para con el prójimo. También es una oportunidad para la vocación creadora y emprendedora que, espontáneamente, ha de emerger de nosotros.
Esa vocación está vinculada también con lo bello, lo bueno y lo justo así como, muy obviamente con la motivación. Sí, una motivación que llama a ser uno lo más innovador, para que, a base de prueba y error, uno pueda discernir en qué mejorar ese buen servicio.
Con lo cual, es lógico que tanto quien investiga sobre parte del mundo que le rodea como quien sirve a los demás por medio de su trabajo hayan podido "converger" espontáneamente en ciertos avances computacionales.
Servir innovando, para mejor
La IA fascina, pero no hay necesidad de limitarse a una percepción de ciencia-ficción o pesimismo a poder ser comprensible. Como ocurrió en su día con la invención del tractor o de la cosechadora, no se trata de poner en peligro a la persona.
Ser más productivo no es simplemente dar más oportunidades para ganar más dinero (el valor de las cosas no lo determina la fuerza del trabajo físico o mental, sino una subjetividad evidente por tanto y en cuanto no somos un patrón homogéneo).
La productividad tampoco es una mera creación de nuevas categorías profesionales que respondan al buen desarrollo de estos avances. También es una fuente de beneficios emocionales y físicos para la persona.
Uno puede ahorrarse un esfuerzo físico que le exponía a riesgo de muerte o graves lesiones así como cierto grado de esfuerzo mental a considerar como agravante de estrés psicoemocional y de accidentes cerebro y cardiovasculares.
Ese tiempo puede ser perfectamente dedicado a la conciliación familiar, a la caridad con terceras personas o a la cohesión humana de la vida en comunidad. Y sí, puede tener mucho más tiempo para sus libremente disertados quehaceres espirituales.
Pero también puede ver cómo merece la pena tener esperanza, cómo se puede obrar para un Bien mayor. La seguridad urbanística, los menores tiempos clínicos de espera y la prevención de catástrofes o el diagnóstico precoz del cáncer nunca serán mal recibidos.
Con lo cual, si se obra en pro del Bien, para ayudar al hombre, no hay motivos por los cuales un católico deba de oponerse a estos benévolos desarrollos tecnológicos. Basta con que quienes trabajan para ello o con ello traten de obrar bajo un buen marco moral.