una purificación”
Benedicto XVI
No sé casi nada de plantas, arbustos o árboles. Sin embargo, últimamente estoy muy interesado en el sicómoro. He de reconocer que, incluso, este verano he leído algo sobre él. Por supuesto, si lo tuviera delante no sabría reconocerle, aunque por su distribución no creo que haya visto uno con mis propios ojos. Lo del sicómoro es interesante. Déjenme que les cuente.
Es un tipo de higuera. Me he enterado que hay varios tipos de higueras y una de ellas es el ficus sycomorus, distinta a otras higueras que se dan en Europa o en Estados Unidos. El sicómoro que me interesa es el que se encuentra, por ejemplo, en Egipto o en buena parte de África. De copa espesa, nuestro sicómoro nos ofrece frutos de dos o tres centímetros de diámetro; su sabor –característica lamentable- es desagradable. Más que para uso humano los frutos sirven para alimentar el ganado –apetitoso para las cabras- y para los pájaros.
Mi interés por el sicómoro se lo debo a Benedicto XVI. Como es habitual en él establece una audaz comparación entre nuestro árbol y cómo debe intervenir un cristiano en la cultura de nuestro tiempo. Para ello Benedicto recuerda las siguientes palabras de Basilio el Grande:
“El sicómoro es un árbol que produce muchísimos frutos. Pero éstos no tiene gusto a nada, excepto que se les haga con cuidado un tajo y se deje escurrir su jugo, así se vuelven sabrosos. Por este motivo creemos que el sicómoro es un símbolo para el conjunto de los pueblos paganos; forma una gran cantidad, pero al mismo tiempo es insípido, lo cual se deriva de la vida en las costumbres paganas. Cuando se consigue hacerle un tajo por medio del Logos, esa vida se transforma, se vuelve sabrosa y aprovechable”.
El entonces cardenal Ratzinger recordó este texto de Basilio en una intervención ante el episcopado italiano llamada Evangelio y cultura, que el lector español puede consultar en el libro Caminos de Jesucristo, publicado por Ediciones Cristiandad.
La imagen del sicómoro es interesante. Basilio, y con él el cardenal Ratzinger, nos invitan a pensar que la tarea del cristianismo en nuestra época es la de dar un tajo, un corte. El cristiano en su ambiente, y en términos generales en el ámbito de la cultura, debe ser un testigo hiriente, incisivo, peligroso, incómodo, molesto en los tiempos que vive. El corte, el tajo que debemos practicar al sicómoro para que dé frutos sabrosos es imprescindible; de lo contrario el árbol que da abundantes frutos, se torna un árbol para cabras, vacas y pájaros.
La cultura cristiana, el cristianismo, es un corte respecto del paganismo. El cristianismo no destruyó los abundantes y valiosos frutos del paganismo: los transformó con la fuerza del Espíritu haciéndolos gustosos a nuestro paladar. Pero no pensemos en tiempos lejanos –los primeros cristianos, las disputas filosóficas primeras con las escuelas grecolatinas-; pensemos que el paganismo, con más o menos fuerza, ha estado presente en todas las épocas. Por desgracia, vivimos hoy tiempos fuertemente neopaganos.
Hay una cierta idea de cultura cristiana que me resulta repelente. Hablo del moralismo beato que pontifica y juzga las conciencias de las personas desde un podio de barro. Un cristianismo así produce una literatura, una filosofía o un teatro mojigato y ñoño: nada que ver con el Evangelio. El cristiano actual, que desee fecundar su ambiente arriesgándose a ser señalado, debe ser hiriente, incisivo, cortante, molesto, desagradable para muchos. Todo lo que esta época hipócrita quiere encubrir, él lo destapará; todo lo que otros no se atreven a decir por ser políticamente incorrecto, él se lanzará a señalarlo, como el niño que gritó que el rey estaba desnudo en el famoso cuento de Andersen. Sólo de ese modo el cristiano, movido por el Espíritu de , podrá iluminar con la belleza de sus palabras, de sus imágenes, de su arte una época sombría, la nuestra.
Hablamos mucho de “evangelizar la cultura”. Empecemos por nosotros mismos. Sepamos que hoy, como siempre, el cristiano es un hombre a contracorriente, que vive en el mundo, pero sin ser de él. Evangelizar la cultura es lo más contracultural que hay. Ojalá que el Espíritu Santo suscite hombres y mujeres que no tengan miedo a dar un buen tajo al sicómoro.
Un saludo