Cuando fui coordinador de un grupo juvenil, me pasó algo parecido. Con los adolescentes y jóvenes fue muy fácil entenderme, sin embargo, con los adultos que ayudaban en las sesiones, no hubo “clic”. ¿La razón? Algunos opinaban que me faltaba ser un poco más cercano, pues me negaba a participar en ciertas dinámicas, tales como el “baile de la pelusa”. En su momento, me preocupé, sin embargo, luego comprendí que debía ser yo mismo, que la pastoral juvenil implica dejar a un lado las máscaras, que si buscaban un show, podían ir al circo. Por lo tanto, el hecho de formar parte de un proyecto apostólico, si bien implica mejorar como personas, nunca debe ser visto como un motivo para caer en la despersonalización.
Hay que estar cerca de la realidad, de las penas y alegrías de los demás, sin embargo, esto debe darse en un marco de equilibrio y madurez. Contar chistes groseros, para convertirse en el coordinador del año, sale sobrando. Que la cercanía sea sinónimo de servicio, sinceridad, amabilidad, alegría, sencillez, naturalidad, firmeza y claridad. En resumen, se vale reír y tener un trato amistoso, pero sin convertirse en el títere de algunos.