Decía el otro día en el buen programa de Telemadrid “Kilómetro cero” el catedrático Benigno Pendás, que en torno a Eurovegas se había producido un curiosa confluencia de opiniones entre dos agentes de la vida pública española que acostumbran a encontrarse pocas veces en la dura travesía: el Sr. Pendás no llegó a decir quiénes eran esos curiosos e inesperados compañeros de viaje, pero a nadie se le oculta que se refería a la izquierda española y a la Iglesia.
La legítima y sincera posición de la Iglesia sobre Eurovegas, después de todo, no es difícil de entender. Es más, para decir verdad, no era esperable otra que la que ha manifestado. Por otro lado, al tratarse de un agente social sin responsabilidad de gobierno en la sociedad civil, su expresión no tiene más alcance que el que tiene una opinión cuya expresión garantiza el sistema de libertades del que nos hemos dotado los españoles. Y para colmo de males, resulta que hasta tiene razón la Iglesia en aquellos problemas sobre los que avisa, alcoholismo, prostitución, sobre los que será preciso estar muy encima. Tanto que a lo mejor, hasta sirve Eurovegas para que controlemos mejor los que ya tenemos instalados entre nosotros.
Más extraña me ha resultado la actitud de la izquierda, convertida fíjense Vds., a estas alturas, en adalid del puritanismo, la pacatería, la timoracia y el relamidismo… ¡Qué lejos los tiempos en los que el mejor alcalde de Madrid –ojo, no me refiero a Carlos III, sino al que le quitó el puesto, el catedrático Galván- pronunciara entre la euforia y entusiasmo incontenidos de sus conmilitones aquél hermoso y vibrante “¡al loro, y el que no esté colocado que se coloque!” lleno de sabiduría, sentido, responsabilidad y mesura, ¿se acuerdan Vds.?
La realidad es que la posición de la izquierda española, -y del pesoísmo en particular-, sobre el tema Eurovegas, sólo tiene que ver con la rabia y con la envidia que le produce no haber sido ella la que administrara y se beneficiara de la inversión, y en todo caso, con la utilidad que, según cree, le puede proporcionar para erosionar al gobierno de la Comunidad de Madrid. No se habría pronunciado como lo ha hecho de haber sido Andalucía uno de los candidatos a la inversión, o de haber estado el pesoísmo gobernando en Cataluña o Madrid... Y hasta casi casi, si me apuran, de haber continuado en el gobierno de la nación.
Dicho todo lo cual, por lo que a mí respecta, creo que preocuparse por los efectos negativos que el comentado complejo pueda tener sobre la depauperada y encrisecida sociedad española se parece bastante a preocuparse porque a un condenado a muerte le vayan a sentar mal al hígado los huevos fritos de su última comida, o por los perjuicios que en Somalia pueda tener que las carretas de bueyes no vengan con airbag de serie.
Lo que en España va a llevar a muchos a la depresión, a la droga, a la miseria, a la ruina moral y espiritual no va a ser un casino de más o de menos en Alcorcón o en cualquier otro lugar del Madrid o de España, cuya gran industria nacional no es otra que el turismo, sino por el contrario, el paro monstruoso que asuela al país, con cinco millones de personas sin trabajo repartidos por todos sus rincones; esos seis de cada diez jóvenes españoles que no encuentran trabajo; y y prefiere quedarse en casa (de sus papás) a ver Gran Hermano… Eso, eso es lo que va a producir y está produciendo la gran miseria humana, económica y moral de los españoles y particularmente de los jóvenes españoles, y no precisamente trabajar en un casino gigantesco.
A mí también me habría gustado, créanme Vds., que en vez de ser el Sr. Adelson el que se trae un casino a Madrid, hubiera sido el MIT de Massachussets el que se hubiera traído su laboratorio central de investigación, o la NASA su centro mundial de control aerospacial. Pero la realidad es la que es: la sola lectura del informe PISA no creo que haga muy viables semejantes proyectos en España durante por lo menos algunas décadas.
Ahora bien, a estas alturas escuchar a los que han instalado a la sociedad española en el “todo vale” y en el “las cosas son lo que uno quiere que sean en cada momento” preocupados por las consecuencias morales del proyectito en cuestión… discúlpenme, pero produce cuanto menos hilaridad.
Y de verdad, colar, lo que se dice colar... no cuela, Sr. Gómez.
Ahora bien, a estas alturas escuchar a los que han instalado a la sociedad española en el “todo vale” y en el “las cosas son lo que uno quiere que sean en cada momento” preocupados por las consecuencias morales del proyectito en cuestión… discúlpenme, pero produce cuanto menos hilaridad.
Y de verdad, colar, lo que se dice colar... no cuela, Sr. Gómez.
©L.A.
Si desea suscribirse a esta columna y recibirla en su correo cada día,
Otros artículos del autor relacionados con el tema