Dicen que a río revuelto, ganancia de pescadores. Es lo que está haciendo Hollande en Francia. Cuando la gente habla de crisis económica y eso angustia a la mayoría, él aprovecha para introducir en el sistema educativo francés una asignatura de manipulación ideológica que será obligatoria para niños y jóvenes. Casi al mismo tiempo que anuncia un recorte de 30.000 millones de euros en el presupuesto -lo cual se hará a costa de los servicios que da el Estado a los más necesitados-, dice que en Francia hace falta enseñar "moral laica" y que él está dispuesto a ser el Napoleón de semejante disparate.
Aunque falta por ver exactamente en qué consiste esa moral laica, podemos imaginarnos buena parte de su contenido. En realidad tampoco hace falta tener mucha imaginación, pues basta con ver un libro de la "Educación para la ciudadanía" que en España impuso Zapatero para echarse a temblar. Mira por donde, Zapatero está siendo pionero en algo y está dando lecciones a Europa: en la destrucción de lo poco que queda de sentido ético entre la juventud. Para que luego digan que no servía para nada. Hasta Hollande le copia. Hay que ver qué baja ha caído la "grandeur de la France".
Pero ¿por qué esta nueva vuelta de tuerca del secularismo? ¿Es que no está ya bastante corrompida la juventud europea? ¿no es lo suficientemente relativista? ¿cabe aún una degeneración mayor? Si dos de cada tres adolescentes españoles -por poner un ejemplo- se emborrachan casi todos los fines de semana, ¿qué quieren? ¿qué todos se emborrachen todos los días?
¿No será, por el contrario, que tienen miedo? ¿No serán estos los últimos estertores de la bestia herida? Ellos han conducido Europa a su ocaso, a su decadencia, a su profundísima crisis, y lo saben. Ellos -los Zapateros y Hollandes del continente- han provocado que abunden los "ni ni" (ni estudian ni trabajan) mientras escasean los que deciden comprometerse para toda la vida en la aventura más apasionante e importante que pueda hacer un ser humano: fundar una familia. Y ahora, quizá, tienen miedo a que la realidad que han provocado se les vuelva en contra y por eso quieren rematar su labor destructiva. Es posible que nos encontremos ante una reedición de la que fuera la última y más cruel persecución contra los cristianos, la de Diocleciano; después de él vino Constantino y, por fin, la paz.
Hay que aguantar y no rendirse. Hay que plantar cara con todas las herramientas legales que aún permite el sistema. Y, sobre todo, hay que rezar. Salvar a los jóvenes, salvar a la familia, es hoy tan vital para la Iglesia como para la sociedad. No es nuestro futuro como católicos el que está en juego, sino que es el futuro de todos los seres humanos el que quiere destruir "el demonio y sus ángeles", Lucifer y sus amigos.