Lo ha dicho Garci, el gran director español de cine, uno de los pocos capaz de apartarse de esa gran zafiedad sin calidad ninguna y paniaguada que es, en general (y no sin excepciones, entre las cuales el propio Garci), el cine español: “el problema de España es que nos queremos poco”.
A mí no me pilla desprevenido, yo ya lo sabía, y como Garci y como yo, muchos de Vds. ¿o no?
A mí no me pilla desprevenido, yo ya lo sabía, y como Garci y como yo, muchos de Vds. ¿o no?
Nos queremos poco los españoles en el doble sentido de la afirmación: nos queremos poco porque queremos poco a nuestros compatriotas. Tan poco tan poco, que hasta la palabra nos sabe mal: “compatriota”, ¿pero que co… tengo yo que ver con el tío que vive a mi lado? ¿Qué porque ponga en su DNI la misma nacionalidad que pone en el mío le voy a tener que dispensar un trato en algo especial?
Y nos queremos poco porque nos queremos poco a nosotros mismos: en una extraña autopercepción de nuestro propio ser, el solo hecho de hacer algo nosotros o alguien que nos es cercano, nos resulta argumento suficiente para mirarlo como peor, para negarle toda validez o discutirle todo valor.
Este es el país donde alguien puede nada menos que ganar unas elecciones diciéndonos que la mitad de nuestro territorio (de por sí pequeño) no nos pertenece; que nuestra historia es una pura mierda; que nuestra religión sólo ha servido para sembrar dolor; que nuestra lengua no ha sido otra cosa que un instrumento de opresión; y que los que nos hacen daño son en realidad nuestras víctimas. Este es el país para muchos de cuyos nacionales, cuando nos echan de algún sitio estamos bien echados; pero cuando somos nosotros los que echamos, estuvo mal hacerlo.
Efectivamente, como dice Garci o cabe colegir de sus palabras, el problema de España es un problema de autoestima. Y la triste realidad es que el que no se quiere es que porque no se estima merecedor de ser querido; y que el que no se estima merecedor de ser querido es porque se tiene por menos; y que el que se tiene por menos es porque sufre de un complejo de inferioridad. Que tal es, por desgracia, la gran tribulación de España. Y con la que tenemos que luchar a diario los que por el contrario, creemos en España y amamos su historia, su cultura, su religión… y lo que representa y ha representado en el mundo y en la historia desde hace ya más de dos mil años. Así, tal como somos: grandes, unidos, seguros, con nuestra historia y nuestro bagaje a cuestas… Y no como nos proponen tantos enemigos de este país -y no sólo nacionalistas, lo que es aún más penoso y difícil de combatir-, por desgracia más cercanos e infiltrados de lo que los tiene cualquier otro del mundo: pequeños, acobardados, inseguros, separados, divididos por cualquier tontería, hasta por el acento con el que hablamos una misma lengua… al solo objeto de sacar partido ellos de nuestra debilidad.
©L.A.
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