Cuando un Papa viaja –y fue Pablo VI quien inauguró esta práctica en los tiempos modernos- lo hace siempre en calidad de pastor universal de la Iglesia. Sin embargo, no se puede olvidar que se trata también de un jefe de Estado. Dos aspectos que, inevitablemente, van unidos y que dotan a los viajes de los Pontífices de unas características especiales, únicas.

Por eso, un viaje papal es más que un viaje de otro jefe de Estado y también es más que un viaje de cualquier otro líder religioso. Por eso, las medidas de seguridad deben ser aún más estrictas que las que rodearían a personajes tan apetecibles para los terroristas como un Obama o como una Merkel. Si ese viaje tiene lugar a una “zona caliente”, la situación se complica todavía más y el objetivo de la visita pastoral tiene que ser realmente importante para asumir los riesgos que conlleva.
En este caso el viaje tiene lugar nada menos que a Líbano. Un Líbano fronterizo con Siria –país que ejerce en su vecino una gran influencia-, que acoge a más de un millón de refugiados palestinos de entre los cuales ha surgido una sangrienta guerrilla –Hizbollá- y que mantiene en su seno una tensión no resuelta entre las comunidades cristianas y musulmanas. Además, y por si fuera poco, el Santo Padre celebrará la Misa en Beirut el 16 de septiembre, día de la matanza de más de mil palestinos por milicianos cristianos, como represalia al asesinato del presidente cristiano del país por terroristas palestinos.
¿Merece la pena correr el riesgo de que maten al Papa o de que, en un atentado contra él, mueran decenas de personas? Es una cuestión de difícil respuesta, que sin duda el Vaticano y el propio Pontífice han sopesado. Benedicto XVI quiere estar, como el pastor que representa a Cristo en la tierra, al lado de las ovejas acosadas, martirizadas, que sufren lo indecible en esa zona del mundo conocida como Oriente Medio. Eso es motivo suficiente para arriesgar su vida. ¿Y la vida de los demás? No hay que olvidar que ninguno de los que acudan a un acto presidido por el Pontífice ignora el riesgo que corre y que, por lo tanto, si va sabe lo que le puede suceder. Seguramente que si se les preguntara si merece la pena correr ese riesgo contestarían no sólo que sí, sino que para ellos eso no es mucho más que lo que tienen que afrontar cada día, para ir al trabajo, para ir a la compra o para ir a Misa.
Lo que nosotros tenemos que hacer es rezar. Este Papa está demostrando un temple heroico, pero no debe estar solo ante el peligro. Que nuestras oraciones sean su escudo y su fortaleza.

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