La Iglesia de un mañana, que ya es hoy
No cabe duda de que la Iglesia está experimentando una metamorfosis en busca de la genuina “criatura”, que un día vio la luz en el Corazón de Cristo, y el Espíritu Santo puso en marcha. Cuando uno lee el NT, y sobre todo los Hechos de los Apóstoles y las Cartas de San Pablo, te queda en el alma una sensación gozosa de estreno. Una Iglesia joven, en un mundo convulso y hostil, que se va abriendo camino con la fe, la esperanza y el amor fraterno. Con el paso del tiempo, y casi sin poder evitarlo, a la barca de Pedro, como ocurre en todos los barcos, se van adhiriendo parásitos que afean la imagen, corroen el casco, y ralentizan la marcha. Ahí está la historia para dar fe del fenómeno hasta nuestros días. Es ley de vida para todos los organismos creados que pululan en el devenir de la historia.
Dostoievski dice acertadamente: El secreto de la existencia humana está no sólo en vivir, sino también en saber para que se vive. La Iglesia fundada por Cristo no basta con que sepa que vive, sino para qué vive. Cual fue la intención del Señor al poner en marcha este nuevo Pueblo de Dios. Y constatamos que muchos católicos no tienen una idea clara de la Iglesia, se quedan con la organización. Y la misma Iglesia en su organización, con frecuencia pierde el norte, y se deja llevar por el viento que sopla. Y nos encontramos que, entre unos y otros, la barca va perdiendo pasajeros, incluso tripulación. Nos puede parecer esta una visión negativa de la Iglesia, pero yo diría más bien que real. Lo tenemos que reconocer con toda humildad.
Estamos poco a poco recuperando la imagen de la Iglesia que estaba escondida tras la pobre pátina que la historia ha ido abocando sin escrúpulos sobre ella. El Papa Benedicto XVI nos ha dejado un análisis crudo de la historia de una Iglesia que camina irremisiblemente hacia una renovación total en sus aspectos accesorios. Buscamos una Iglesia auténtica, no un sucedáneo para quedar bien ante las ideologías: ¿Qué significa esto…? Significa que las grandes palabras de quienes nos profetizan una Iglesia sin Dios y sin fe son palabras vanas. No necesitamos una Iglesia que celebre el culto de la acción en “oraciones” políticas. Es completamente superflua y por eso desparecerá por sí misma. Permanecerá la Iglesia de Jesucristo, la Iglesia que cree en el Dios que se ha hecho ser humano y que nos promete la vida más allá de la muerte. De la misma manera el sacerdote que solo sea un funcionario social puede ser reemplazado por psicoterapeutas y otros especialistas. Pero seguirá siendo aun necesario el sacerdote que no es especialista, que no se queda al margen cuando, en el ejercicio de su ministerio, aconseja, sino que, en nombre de Dios, se pone a disposición de los demás y se entrega a ellos en sus tristezas, sus alegrías, su esperanza y su angustia…
También en esta ocasión, en la crisis de hoy seguirá mañana una Iglesia que habrá perdido mucho. Se hará más pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no podrá llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más favorable… ( Benedicto XVI, “Fe y futuro”, págs. 104 y ss.).
Benedicto XVI continúa describiendo pormenorizadamente la Iglesia del futuro, del hoy ya presente, pero lo veremos en el siguiente capítulo. Considero que la crisis de la pandemia, ha sido una experiencia de lo que la Iglesia va a ser a partir de ahora: la Iglesia de la familia, de la oración, de los pequeños grupos o comunidades, la Iglesia de la humildad de medios, y la ausencia de los que buscaban solo el folclore y manoseaban lo sagrado en provecho propio. Autenticidad sería la palabra clave. Comunidades presididas por el amor y el servicio mutuo. La masa de “creyentes” va pasando a la historia. Los realmente creyentes no buscan la masa, el ruido y las emociones, sino el amor a Dios y al hermano. La auténtica familia de los hijos de Dios.
La Iglesia de las pequeñas comunidades
Siguiendo el diagnóstico del Papa Benedicto XVI, hablamos de la nueva visión de la Iglesia de acuerdo con los signos de los tiempos. No podemos soñar, como antaño, en una Iglesia de masas, de grandes templos abarrotados, de celebraciones multitudinarias. La Iglesia ha de renacer partiendo de los principios evangélicos que dejó bien sentados Jesucristo, y que los primeros cristianos experimentaron con éxito. Una Iglesia de pequeñas comunidades bien arraigadas en la fe, con un fuerte carácter testimonial, y dispuestas a lo que sea necesario, incluido el martirio.
Benedicto XVI afirma: Como pequeñas comunidades, reclamará con mucha más fuerza la iniciativa de cada uno de sus miembros (“Fe y futuro”, pág. 104). El Papa emérito, siendo cardenal y profesor, se atreve a insinuar que posiblemente será necesario ordenar sacerdotes a cristianos probados que sigan ejerciendo su profesión. Este tema suscitó gran controversia en la celebración del Sínodo de la Amazonía. Benedicto XVI no habla de hombres casados, sino de varones formados y probados por sus virtudes cristianas y su formación. Y esto, pensando en la escasez de presbíteros ordenados en una línea clásica como hasta ahora, y por necesidad para la administración de Sacramentos y celebración de la Eucaristía. Es decir, que esas pequeñas comunidades, o grupos apostólicos, contarían con su presbítero, pero teniendo en cuenta -afirma Benedicto XVI- que será indispensable el sacerdote dedicado por entero al ejercicio del ministerio como hasta ahora. Serían aquellos como un diaconado que accede, en circunstancias concretas y debidamente preparados, al sacerdocio sin necesidad de largos años de estudio y excesivas exigencias, necesarias, pero accidentales. Pero esta posibilidad de momento es una mera hipótesis. El Espíritu Santo tendrá la “ultima palabra”.
La Iglesia reconocerá de nuevo en la fe y en la oración su verdadero centro y experimentará nuevamente los sacramentos como celebración y no como un problema de estructura litúrgica… Será una Iglesia interiorizada, que no suspira por su mandato político y no flirtea con la izquierda ni con la derecha (o.c. pág. 105).
Será una Iglesia de los pequeños, de los sencillos, de los que realmente buscan la santidad que propone Jesucristo. Todo ello supone un proceso lento, largo y laborioso como el que siguió la Iglesia de los primeros siglos, hasta la profunda reflexión conciliar, y la debida interpretación de la doctrina del Vaticano II. Exigirá un parón y una constante reflexión, como ha ocurrido con la pandemia que estamos sufriendo. Nos ha parado a todos y nos ha puesto a pensar. Los insensatos seguirán con su marcha, pero la gente responsable va sacando sus conclusiones. Y el problema sigue vigente porque el virus no se ha marchado, está escondido. En el terreno ideológico y espiritual ocurre lo mismo. El virus de la duda, del relativismo, de la apostasía sigue haciendo estragos silenciosamente.
Afirma Benedicto XVI que cuando el hombre indiferente, alejado de Dios, cerrado al espíritu se encuentre solo, absolutamente pobre, entonces descubrirá la pequeña comunidad de los creyentes como algo totalmente nuevo. Como una esperanza importante para ellos, como una respuesta que siempre ha buscado a tientas… A la Iglesia le aguardan tiempos muy difíciles. Su verdadera crisis aún no ha comenzado todavía. Hay que contar con fuertes sacudidas… pero al final permanecerá la Iglesia de la fe… Florecerá de nuevo, y se hará visible a los seres humanos como la patria que les da vida y esperanza más allá de la muerte (o.c. pág. 106).
Testimonio de una conversa: Un día, ya con 39 años, pasé por delante de una iglesia y algo me impulsó a pasar. Entré y me senté en el último banco. Miré hacia el altar. No sentía nada. Nada. Nada en absoluto. Lo mismo que si estuviera sentada en un banco del parque. No había nadie. Me puse a pensar. Se pensaba muy bien con tanto silencio. ¡Hacía años que no estaba tanto tiempo inmersa en mis propios pensamientos, rodeada de un silencio tan reconfortante! ¡Qué pena!, pensé, con la fe que yo tenía de jovencita. ¡Pues pídela!, oí en mi interior. ¿Pedir fe?, yo creo que o se tiene o no se tiene. ¡Esas cosas no se piden! ¡Pídela!, insistía la voz interior. Bueno, por intentarlo…. me acerqué al primer banco, me arrodillé justo delante del Sagrario y pedí: ---Dios mío, quiero recuperar la fe que tenía de niña y quiero entrar en una iglesia y sentir ese respeto y ese recogimiento que sentía hace ya demasiados años… y que ahora no siento… Hace ya casi un año, que voy a misa a diario. Confieso cada mes y comulgo cada día. Ahora, entrar en una iglesia me produce un cúmulo de sensaciones maravillosas. Participar de la Santa Misa, una fiesta. Me encomiendo mucho a mi padre, que tanto hizo por encauzar mi alma en esta vida y no fue hasta con su propia muerte, cuando lo consiguió. Llevo ya 2 años dando muchas gracias a Dios. Muchísimas gracias, por tantas cosas… Y pidiendo… sin parar, para otros y para mí, cosas, que como siempre…se me van concediendo… pero también pido… por la “buena muerte” y porque 15 días antes de morir, me sea concedido un aviso. Parece ridículo, ¿verdad? Puedes reírte cuanto quieras. No te lo reprocho. Pero te aseguro que ridículo, no es. (África, Aragón). Son almas de esa “nueva Iglesia” que está naciendo.
Dios nos sigue esperando en esa entrañable Iglesia, y nos quiere santos, precisamente ahora que la fe no está muy de moda, pero la necesitamos para vivir.
Juan García Inza