No debemos ni podemos ser medio para nadie, sino fines, sujetos no manipulables ni intrumentalizables por los demás, porque nuestra vida tiene un valor infinito. Por eso el valor del tiempo que empleamos en vivir esta vida es como oro. No debemos desperdiciar ni la vida ni el tiempo.
Más aún, si llegamos a reconocer que nuestra vida tiene un valor sagrado, porque Dios nos la ha regalado, nos corresponde saber que Él ha puesto todo nuestro entorno para ser reconocido sólo por nosotros, y podemos entonces ver también que, además de un don, se trata de una tarea: nos urge comunicar aquello que disfrutamos y remitir a Su Creador providente y todo Amor.
Por tanto somos, en potencia, medios cualificados para Dios, mucho más que el resto de la creación, instrumentos para que a través nuestro otros puedan llegar a encontrarse con Él. Así podría resumirse nuestro ser Iglesia: ser medio del encuentro con Jesús de Nazaret hoy también, que a través nuestro todos puedan encontrarse con Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Nuestro mundo necesita medios para sus encuentros con nosotros, sus hijos, que debemos tratarnos siempre como fines a nosotros mismos y entre nosotros.
En este comienzo de curso pienso en éstas dos propuestas exigentes: mayor conciencia de nuestra dignidad humana y de la tarea que tenemos entre manos. En el primer caso es nuestra dignidad como fines en nosotros mismos, templos de Su Espíritu. En el segundo, medios en las manos de Dios para ser alabanza de Su Gloria.