Hoy domingo 31 de julio se celebra el día del padre en la República Dominicana, mi isla bonita. Hace años este día para mí se ha convertido en una fecha llena de sentimientos entremezclados, nostalgia, tristeza, alegría, sonrisas, lágrimas… una mezcolanza que tengo que confesar que me cuesta enfrentar. Puedo intuir que os imagináis el porqué de mis sentimientos; hace 8 años que celebro este día a través de los recuerdos que atesoro de mi amado papá.
Mi padre murió cómo siempre quiso, sin sufrimiento, sin dolor, sus últimas palabras para mi fueron “no te preocupes, estoy bien mi hija'', mientras cerraba sus ojos para siempre a este mundo y los abría al de la vida eterna. Fue de repente, inesperado e impactante, desolador, pero lleno de misericordia y sostén de Dios.
Esa noche, la del día de su partida, tuve el regalo de soñar con él. Le vi en mi jardín, estaba jóven, como en mis recuerdos de la infancia, fuerte y guapo. Iba subiendo las escaleritas que van a mi casa, contento y sonriendo. A mitad de camino me miró, no me dijo nada, solo sonrió, con esa sonrisa que echaré de menos toda la vida… Recuerdo que le miré y dije una oración, ¡gracias Señor, qué bien se ve papi, guau ahora sí está bien! y desperté, con lágrimas, con una sonrisa, con el corazón inflamado, con una paz que sobrepasa todo entendimiento.
En su funeral me tocó decir unas palabras, resumiendolo dije algo así: Mi hermano y yo hemos tenido la dicha de tener a un papá que ha sido la mejor muestra del amor de Dios Padre que alguien puede tener en esta tierra, nosotros jugamos con ventaja a la hora de entender el amor de Dios, porque nuestro padre nos lo enseñó. Un hombre que estaba allí en el funeral salió muy tocado y fue a pedir perdón a sus hijos y su mujer, diciéndoles que quería que cuando muriese sus hijos pudieran hablar así de él.
Lamentablemente no todos hemos gozado de la gracia de tener un padre bueno. A muchos les ha tocado vivir el abandono y el desamor, incluso el abuso y el maltrato de parte de esa persona que debió ser refugio seguro. Se me parte el corazón ante esta realidad, no imagináis cómo lo siento.
Sea cual sea tu historia, la buena noticia es que no somos huérfanos, no estamos solos. Todos, absolutamente todos, contamos con el amor inconmovible de un Padre que jamás dejará de querernos.
"Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de tu lado no se apartará y mi alianza de paz no se moverá - dice el Señor (tu Papá), que tiene compasión de ti." (Isaías 54, 10)
Tú y yo tenemos el privilegio de ser llamados hijos, legítimos, valorados, cuidados, apartados, profundamente amados; estamos cubiertos por Su paternidad, nadie nos la puede quitar, esta identidad nos pertenece.
Y lo mejor de todo, es que no tenemos que hacer nada para merecer o ganar este amor, sólo abrir el corazón y recibirlo, como el niño que lo espera todo, confiando en que su padre sólo le dará lo mejor, porque sí, porque lo ama, sin más lógica que la del que confía.
Y cómo dice un meme muy bonito que leí una vez, en los días más oscuros, cuando siento que no soy suficiente, que no soy amada o que no valgo, recuerdo de Quién soy hija y ¡me arreglo la corona!
¡Qué gran amor nos ha dado el Padre que nos llama hijos y lo somos!