Las vacaciones me ofrecen un pequeño paréntesis para una entradita en el blog y la voy a aprovechar para hacer un comentario sobre un suceso, la restauración de un fresco en Borja, creo que de todos conocido, por lo que no veo necesario resumirlo. No obstante, para el que no esté al tanto, puede ponerse al día AQUÍ. El acontecimiento tiene muchos perfiles en los que fijarse, me centrare brevemente en uno.

 

Todo el mundo tiene derecho a emitir su opinión, pero vivimos en el opinionismo. Todo el mundo tiene derecho a pintar, pero no todos están cualificados para llevar a cabo una restauración. Para esto no es suficiente la buena intención, se precisa competencia en la materia. Es necesario conocer los propios límites y saber dejar los pinceles en casa cuando sea menester.

 

Otro tanto ocurre con las opiniones. En los medios de comunicación, escuchamos todo tipo de memeces dichas campanudamente por presuntos entendidos en todas las materias, a cualquiera se le pone un micrófono en la calle para que opine sobre algo y son pocos los que prefieren declarar su incompetencia sobre el asunto de que se trate.

 

Esto ocurre también en las conversaciones privadas. En algunas materias, como es el caso de la teología, esto alcanza tonos dantescos. Cuando la ignorancia reclamaría la humildad de callar y preguntar a quien pueda ilustrarnos, se impone la soberbia de sostener contra viento y marea la propia opinión, que la mayoría de las veces suele ser una memez difícil de medir, pues para la categoría de herejía hace falta un cierto nivel.

 

¿Y qué decir de lo que uno puede encontrarse en internet? Es fácil que llame la atención lo del Ecce homo de Borja, pero lo grotesco en blogs y otro tipo de lugares de opinión digital es abundantísimo, tanto por la banda de estribor como por la de babor. Trantándose de cuestiones de fe, lo mejor sería que resplandeciera la humildad, que se trasluciera la sospecha de que uno se puede equivocar, que se sabe que en materia de fe hay palabras definitivas, las del magisterio y no las propias.

 

En el anuncio del evangelio, hay que proclamar el kerygma, no lo que a mí se me ocurra. En la catequesis, hay que transmitir la fe de la Iglesia. En la predicación, dar un paso atrás para que en primer lugar aparezca sólo el Evangelio. Y, en una conversación sobre cosas opinables, es necesario estar abierto a que me ilustren y enriquezcan, especialmente los de más madurez de fe y/o mejores conocimientos.

 

El opinionismo, en lo que a la fe se refiere, nos habla de falta de humildad ciertamente, pero también de las graves deficiencias que sufrimos en la iniciación cristiana. El mundo se nos cuela por muchas grietas y una de ellas es ésta.

 

Y, como esto es una opinión, estoy abierto a quien me muestre algo mejor.