Los del brazo fuerte, ya ven Vds. Y es que como sin duda saben ya, el que fuera el primer hombre en pisar la luna, a los acordes de aquel célebre “pequeño paso para un hombre pero gran paso para la Humanidad”, Neil Armstrong, moría el pasado sábado en un hospital en Columbus (Ohio), incapaz de superar una operación cardíaca para desbloquear unas arterias las cuales, sin embargo, no le impidieron entonces consumar una de las más grandes hazañas ejecutadas por el hombre a lo largo de la historia de su especie sobre el planeta tierra: la de tocar, por fin, el inalcanzable objeto de los sueños de los enamorados.
¡Cómo olvidar lo que cada uno hacía aquel lejano 21 de julio de 1969, a las 2:56:20 UTC (Universal time coordinated, Hora coordinada universal), 3:56:20 hora española! En mi caso, mis padres, muy estrictos por lo que hace a la hora de meternos en la cama a los cuatro hermanos y violando con carácter excepcional las rigurosas normas que atañían a nuestra educación, nos despertaron misteriosamente a todos, para ponernos ante un televisor en blanco y negro con una única cadena y unas horas de un segundo canal al que todos llamábamos UHF, en cuya pequeña y redondeada pantalla a duras penas acertábamos a distinguir una especie de figura fantasmal, el espíritu de un espectro, pesadísimamente ataviado y descendiendo torpemente por unas escuálidas escaleras, que pronunciaba, entre ruidos desagradabilísimos, extrañas palabras que naturalmente no entendíamos, ni cuyo alcance atisbábamos entonces.
Ha muerto Neil Armstrong. Aunque cada uno de nosotros no le haya vuelto a dedicar más que dos o tres recuerdos después de que acometiera aquella hazaña gigantesca, la vida no volverá a ser lo mismo sin él: “una pequeña pérdida para un hombre, una gran pérdida para la Humanidad”.
No es el único Armstrong que ha pasado por su personal calvario esta semana. Sólo dos días antes nos enterábamos de que uno de los grandes deportistas de toda la historia, el que obtuvo un record que probablemente nunca más será batido sobre una bicicleta, aunque a lo que parece, sí desde un despacho, el de ganar siete veces una de las pruebas deportivas más devastadoras del mundo, el Tour de Francia, en una extraña operación en cuyos detalles no quiero entrar pero indudablemente espoleada desde la inconmensurables envidia y vileza humanas, era vapuleado mediáticamente por una serie de personajetes tan anónimos como despreciables, cuyo único mérito consiste en calentar sillones intentando justificar su puesto aunque sea a costa, o precisamente gracias a hacerlo a costa, de los grandes héroes de la Humanidad, única manera que conocen de acceder a una efímera notoriedad desde el pastoso atalaya de su insoportable nadiedad.
Le pueden quitar a Lance sus siete tours. A mí personalmente me dará igual, porque para mí Lance siempre será el campeonísimo que venció al primero al cáncer y luego al Tourmalet. Si lo primero ya es hazaña suficiente al alcance de pocos seres humanos, lo segundo es una hazaña sólo al alcance de una persona como Lance: antipático probablemente, algo arrogante sin duda, -quien sabe hasta qué punto esos rasgos de su carácter no son los que le han valido pasar por el calvario por el que está pasando- pero uno de esos extraños seres humanos ante los que agachar la cabeza, es la única manera en que uno puede considerarse digno de formar parte de la Humanidad.
©L.A.
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