Su muerte fue noticia en los primeros dias del pasado julio, pero su vida se ha convertido en testimonio esplendoroso y magnifico, traspasando las fronteras de su entorno hasta encaramarse en las páginas de los más importantes diarios y revistas. Y no sólo porque se trata de una mujer periodista, que formó parte de la delegación diocesana de Medios de Comunicación Social, sino por imperativo de justicia y porque me sale del alma, el nombre de Bárbara Castro García, aquella sonrisa abierta a la esperanza, aquel semblante feliz, aquella mirada serena y luminosa, merecen no sólo las lineas fugaces de un articulo periodístico sino todo un homenaje de gratitud, todo un abrazo cordial, la enhorabuena que se encamina a las alturas, donde Bárbara goza ya de la plenitud de su vida en la intimidad con Dios.
La historia es conocida en nuestra ciudad, en Córdoba, pero su ejemplo sigue acaparando la atención y el interés en las redes sociales, en los ambientes creyentes y no creyentes que vislumbran, en los entresijos de nuestro mundo, la aparición de un cielo nuevo y una tierra nueva, reflejados en la conducta y en el buen hacer de esta mujer, joven madre, que ofreció su vida para salvar la de su hija. Su vida corre casi paralela a la de Chiara Corbella, prefiriendo ambas madres retrasar los tratamientos médicos para no perjudicar a sus bebés. Con el hermoso titulo, "Hola, princesa", el marido de Bárbara, Ignacio Cabezas, escribió una carta a su esposa, que fue leída en la Eucaristía celebrada el 7 de julio en la parroquia de san Francisco, que se inicia con estas palabras: "Hoy he decidido contar a los demás lo que han sido estos dos años para los dos. Lo que te ha costado llegar hasta aquí. Lo que has luchado por tener a nuestra hija. Lo que has sufrido... Y todo ha sido por amor: a tu hija, amor a tu familia, amor hacia mi y también amor a Dios".
Ignacio enumera después el esplendor de felicidad de su matrimonio: "¿Te acuerdas de nuestra vida? Lo que nos queríamos, los planes que teníamos juntos, nuestra casa, nuestros viajes, nuestros amigos y familia, y recientemente, el fruto de nuestro amor, nuestra hija tan deseada. Fueron unos meses que nunca podía haberlos imagino mejores. ¡Gracias por ser el pilar de mi felicidad!".
A continuación, cuenta la prueba de la enfermedad, y la inmensa ternura con que envolvía estas palabras, dirigidas a su esposa: "Vida mía, estoy seguro que el Señor nos ha dejado esta batalla porque sabe que somos capaces de ganarla, que tú y yo somos fuertes, que no nos vamos a rendir y que, además, nuestro motor para la lucha va a ser nuestra fe en Él".
Sigue desgranando la carta hermosos sentimientos, con una lineas finales de gratitud por tanto amor, tanta entrega, tanta generosidad.
Bárbara se nos fue, pero su testimonio permanece. Querida compañera: "Día y noche, la canción sin fin de tu muerte se levanta como el mar alrededor de la isla soleada de la vida...".