"El padre Segundo Gutiérrez fue siempre un gran sacerdote, un religioso fiel, un hombre muy bueno, entregado a su vocación y a su ministerio, que pasó prácticamente toda su vida en Córdoba, donde llegó en la década de los 60, permaneciendo en esta comunidad hasta el mes de agosto del 2011, que marchó a Granada, donde ha muerto".
Así, con estas palabras nos comentaba el padre Carlos Mateos, superior de la comunidad de los Claretianos, de san Pablo, la noticia de tu muerte, que empapa de dolor blanco y celeste el alma de esa Córdoba, a la que tú tanto amaste y en la que dejaste tu palabra ardiente de excelente predicador; tus versos encendidos, de buen poeta; tus esculturas talladas en madera noble, en el cedro del Líbano, convertidas en imágenes o figuras mensajeras, con el sello profético de tu amable y sonriente visión de la historia. Guardo con cariño el regalo de una de tus obras -la figura representa unas manos y una paloma-, con la que quisiste definir y encomendarme la grandeza de la vocación sacerdotal y periodística.
Fueron muchos los encuentros rebosantes de amistad, los saludos fugaces por la calle, las entrevistas para el periódico, los articulos en los que quise recoger siempre, no sólo tus afanes y quehaceres sino los latidos de tu corazón. Entre las intimidades de nuestras charlas, reluce una de tus confidencias: "Un día en que me mandaron hacer la "Oración del artista", caí en la cuenta de que Cristo siempre estuvo rodeado de madera. El pesebre suponemos que era de madera. Y la barca. Probablemente tambien las sandalias. Este elemento está presente en toda la vida de Cristo, hasta el punto que muere en una cruz de madera".
Muy delicadamente, me contaste que las primeras esculturas que hacía eran un poco tremendas: "Tan es así, que algunos me lo recriminaban. Al principio, yo trabajaba así, pero con el paso del tiempo me fui dando cuenta que hasta a los mismos enfermos les gusta más un Cristo dulce que los anime. Me fui abriendo a Cristos resucitados". Ciertamente, contemplar tus esculturas es una gozada. Sugieren "un cielo nuevo y una tierra nueva". Me decías con gran satisfacción: "La gente, en una exposición que realicé en Paris, comentaba: "¡Qué alegría, qué paz se respira aqui! ¡Parece que se nos invita a bailar! En la exposición, mostraba muchos arlequines, yogas, matrimonios, sagradas familias, Cristos alegres, Cristos resucitados".
Hoy, en la hora del adiós, recuerdo con entrañable afecto, uno de tus pensamientos más hermosos: "En todas mis esculturas, en mis poemas, en mis predicaciones, intento expresar y proclamar que Dios nos ama". Al corazón de ese Dios, Padre de ternuras y bondades, ha llegado tu vida, como un poema de luz y de esperanza para los que te conocimos y siempre te admiramos.