En pocos casos como en el de la Asunción de María, y aun cuando en modo alguno se permita citarlo la constitución apostólica que declara el dogma, la tradición va unida a la literatura apócrifa, en un doble movimiento de generadora y testimonio de la tradición.
Los libros apócrifos referidos a la Asunción de María son muchos y forman el género que se da en llamar “literatura asuncionista”. Quizás el primero sea el Libro del Tránsito, también conocido como el Pseudo Melitón, por venir atribuído a Melitón de Sardes, el cual a su vez se referiría al testimonio de un tal Leucio, supuesto discípulo de los apóstoles. Un libro que cabe datar en los siglos IV-V aunque incorporando tradiciones anteriores, tan antiguas como del s. II algunas.
Según él, María habría sido resucitada y asunta al cielo recién enterrada. Llegado Jesús al escenario del óbito, habría preguntado a sus apóstoles, que la velaban:
“¿Qué queréis vosotros que haga con ella?”
Una vez más, es el vehemente Pedro el que se apresura a responder:
“A tus servidores les parecería justo que lo mismo que, habiendo vencido a la muerte Tú reinas en tu gloria, resucites el cuerpo de María y la conduzcas al Cielo llena de alegría”.
“[Entonces] llevaron los apóstoles el féretro y depositaron su santo y venerado cuerpo en Getsemaní, en un sepulcro sin estrenar […] Y por tres días consecutivos se oyeron voces de ángeles invisibles que alababan a su Hijo, Cristo nuestro Dios. Más cuando concluyó el tercer día, dejaron de oírse las voces, por lo que todos se apercibieron de que su venerado e inmaculado cuerpo había sido trasladado al Paraíso”.
Un exponente importante del género es el Libro de San Juan Evangelista, que algunos datan igualmente en los siglos IV-V, aunque otros retrasen su datación a finales del s. VI. El Libro de San Juan Evangelista es llamado así por venir firmado por el apóstol Juan:
“Yo Juan, por mi parte, respondí y dije: “Me encontraba en Efeso […]” (LiJnEv 17)
En él se relata que pocos años después de la crucifixión de Jesús, en algún momento en el que sólo algunos apóstoles estuvieran en Jerusalén y muchos de ellos hubieran ya entregado la vida por su causa (¿año 60 tal vez?), -y ello aún a pesar de que, de manera milagrosa, todos se hallan juntos para tan señalada ocasión-, María habría sido asunta al cielo desde la misma Jerusalén:
“Entonces un resplandor más fuerte que la luz nimbó la faz de la madre del Señor y ella se levantó y fue bendiciendo con su propia mano a cada uno de los apóstoles. Y todos dieron gloria a Dios. Y el Señor, después de extender sus puras manos, recibió su alma santa e inmaculada” (LiJnEv. 44).
Cosa que habría ocurrido un domingo (LiJuEv, 38). Lo que sigue, es idéntico a lo que ya hemos leído en el Libro del Tránsito.
©L.A.
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