No es la primera vez que comento mi ligera discrepancia con las prioridades evangelizadoras y pastorales que la Iglesia actual. Sin querer minusvalorar el compromiso y las ganas de hacer algo positivo que tenemos, creo que sería necesario replantearse bastantes cuestiones. Cuestiones que aparecen claramente indicadas en los Evangelios, pero que preferimos no atender. ¿Por qué? La razón la he indicado con frecuencia: damos más importancia a lo aparente que a lo sustancial. Lo aparente se construye y se mantiene con cierta facilidad.
Lo sustancial necesita de cimientos poderosos y trabajo coherente durante generaciones.
Si estamos de paso, lo que nos interesa es aparentar y encima, nadie valora lo sustancial y terminamos centrando los esfuerzos en aquello que más rédito personal nos ofrece.
En el Evangelio de hoy domingo, se puede leer como Cristo señala lo esencial para la predicación: sencillez, aceptación de las circunstancias de la misión. Hoy en día tendemos a complicar la comunicación de la Buena Noticia.
Tendemos a ver los medios como fines en sí mismos y a quedarnos en la superficie de la misión que nos ha señalado el Señor.
Nuestro Señor Jesucristo instituyó guías e instructores para el mundo entero, y también «administradores de los Misterios de Dios» (1 Co 4:1). Les mandó a brillar y a iluminar como antorchas no solamente en el país de los judíos…, sino también en todo lugar bajo el sol, para los hombres que viven sobre la faz de la tierra (Mt 5:14).
Quería enviar a sus discípulos como el Padre lo envió a él mismo (Jn 20:21): los que estaban destinados a ser sus imitadores debían entonces descubrir para qué misión el Padre había enviado a su Hijo. Y él mismo nos explicó de diversas maneras el carácter de su misión. Un día dijo: «No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores» (Lc 5:32). Y también: «he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 6:38).Y en otra ocasión dijo: «Dios no ha enviado a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3:17).
Al decir que los enviaba como el Padre lo había enviado a él mismo, estaba resumiendo en algunas palabras la función de los apóstoles. De este modo sabrían que deben llamar a los pecadores a convertirse, sanar a los enfermos corporalmente y espiritualmente, en sus funciones de administradores no buscar de ninguna manera a hacer su voluntad, sino la voluntad de Aquél que los había enviado, y finalmente, salvar al mundo en la medida en que éste reciba las enseñanzas del Señor. (Cirilo de Alejandría. Comentario del Evangelio de San Juan 12:1)
La Iglesia actual tiende a centrar el impulso evangelizador y pastoral en determinados grupos humanos. Uno de estos grupos son los “jóvenes de edad” y otro es el de los “pobres económicos”. En comunicación se sabe que el mensaje debe estar codificado convenientemente para que llegue con eficacia al grupo adecuado. De ahí que el “lenguaje” empleado sea esencial. Pero el problema aparece cuando queremos hacer llegar el mensaje de forma generalista e indiscriminada. Lanzar un mensaje para determinados grupos sociales por medios generalistas es temerario, ya que el mismo mensaje puede resultar maravilloso para unos e inaceptable para otros. Ente nuestra ineficacia comunicativa es necesario preguntarnos ¿Por qué no llega el mensaje? No toda la culpa la tienen el lenguaje empleado, aunque este lenguaje sea importante. Hay otros factores que solemos olvidar:
- 1.- El medio de comunicación para llegar a todos debe ser generalista, pero el medio siempre colorea el mensaje y a veces hasta lo distorsiona. Les pongo un ejemplo real. Un mensaje enviado a través de un video mediante el estándar comunicativo de los youtubers actuales, resulta aceptable para unos pocos, mientras que para la mayoría de las personas resulta intrascendente o incluso repulsivo. Un grupo recibe el mensaje con normalidad, pero en otros se generan anticuerpos comunicativos. Este es uno de los problemas de utilizar medios generalistas, con un lenguaje particularizado.
- 2.- Recibir al mensaje no quiere decir que se comprenda y se acepte. A veces nos quedamos en las estadísticas comunicativas para evidenciar el éxito de la comunicación del Evangelio. El número de “Likes” y “seguidores”, aparece como sello de calidad. La semilla puede llegar, pero la capacidad germinar es algo muy diferente. La parábola del sembrador evidencia que el marketing y las estrategias comunicativas, nunca serán las panaceas de la evangelización.
- 3.-Pensemos lo que sucede actualmente con la eficacia de los antibióticos. Cuando se utilizan medios y formas particulares, de manera generalista e indiscriminada, la eficacia del medio y de las formas, termina por desaparecer. ¿Por qué? Porque la sociedad, el mundo, sabe defenderse del Mensaje Cristiano y lo hace con gran eficacia.
Volvamos al Evangelio de hoy. Evangelio se comunica a través de la sencillez y la humildad. Cristo indica a los Apóstoles que: “no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero”, para señalar que tenemos que aceptar lo que suceda sin tener un plan B preparado. Los planes no funcionan al evangelizar. Lo que funciona es la presencia que da testimonio de persona a persona durante el camino de la vida. Únicamente cuando el receptor está preparado para escuchar y entender el mensaje, se convierte en tierra fértil. La semilla no debería lanzarse pensando en grupos diana. Cualquier persona puede recibir el Evangelio sin tener en cuenta nada adicional. Debería de llegar a todos sin tener en cuenta edad o circunstancias socio-económicas. ¿Somos conscientes de esto? Porque a veces parece que a la Iglesia le interesan únicamente determinados grupos humanos, ignorando a los demás.
Cada vez que se habla de “opciones preferenciales”, lanzamos un mensaje de indiferencia hacia quienes no se sienten incluidos en ellas.
Las personas podemos aceptar el Mensaje Cristiano en cualquier momento de nuestra vida. Los momentos duros, en los que nos damos cuenta de nuestra debilidad e incapacidad, son los mejores. En esos momentos somos pobres de espíritu y Cristo es muy claro: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5,3).
Sólo quien pierde las certezas y confianzas en el mundo, en sus fuerzas personales, se da cuenta de que necesita la Palabra que da sentido y llena su vida.
¿El mejor medio de comunicación? Cada cristiano en su vida cotidiana. ¿Cómo transmitir el Mensaje? Mediante la forma en que vivimos la vida siendo símbolos vivos de Cristo. ¿La mejor pastoral? Una comunidad viva y acogedora. ¿Cómo obtener fuerzas para seguir adelante día a día? Mediante la oración, los sacramentos y la unidad.