Es una apariencia de serenidad, de tranquilidad estival, en la que cuanto ha de venir sólo puede ser previsible y en la línea del crecimiento. Porque cuanto está pasando no puede ser otra cosa que un accidente necesario e intrascendente en la línea del progreso. Ciertamente se percibe que el problema económico es de una gravedad inusitada, pero se entiende dentro de la teoría del desarrollo perpetuo. Y es ésta la peculiaridad de nuestros días, el que la percepción de la realidad está pervertida por una ideación que impide comprenderla. Occidente se enfrenta a una peculiar dicotomía en el que las cosas han de ser lo que se espera de ellas independiente de lo que sean. Por ello tantas apariciones marianas, tantas revelaciones privadas, enfrentan una peculiar crítica: ante su apocalíptico mensaje, nada pasa. Todo sigue como siempre.
 

Pero la lectura de los tiempos, tanto desde la negación del hecho profético como desde las entrañas de lo mistérico enfrenta una misma enfermedad: la ideación de la realidad. Desde la primera perspectiva -la mundana- occidente será cada vez más rica, más avanzada, más desarrollada, a pesar de los baches que exige el sistema, dolorosos, pero provisionales. Desde la otra perspectiva -tanto el aparicionismo plano como el new age pagano- a pesar de la apariencia de desarrollo habrá de venir un cambio brusco que trastoque todas las estructuras, con independencia de la realidad, porque ese cambio es -además de previsible, anticipable y cognoscible- fruto de fuerzas superiores al mismo hombre.
 

A corto plazo, paradójicamente, ambas posturas parecen tener razón, porque si es cierto que el día a día confirma que el firmamento está bien anclado en el cielo, al mismo tiempo el paso de los días deja ver que lo que parecía sistema inquebrantable es más vulnerable de lo que pudiera parecer. Y por todo ello, ambas posturas son irreconciliables. Pero en el fondo la ideación de la realidad muda cuanto pasa impidiendo ver su alcance real, porque las cosas no han de ser lo que se quiera de ellas, sino lo que realmente son. Dicho de otro modo, lo profético no dice lo que un caprichoso destino nos está preparando, sino lo que las decisiones presentes están forjando. Y unas decisiones morales.
 

Por ello es de preveer un destino concreto y nada positivo, porque las decisiones inmorales del hombre a lo largo de los tiempos han ido acumulándose en una tétrica herencia que ahora parece condensada, contenida, soportada en equilibrio precario. Y equilibrio que se ve dificultado con la añadidura continua y brutal de pecados que se suman a ese misterioso dique que parece contener tanta culpa pasada, presente y futura, hasta su ruptura. Por ello la lectura apocalíptica de la realidad está más cerca del verdadero pensamiento cristiano que la lectura progresista y positiva. Porque la lectura apocalíptica de cuanto pasa tiene su base en la moral, por tanto en el hombre, mientras que la lectura progresista que impregna el pensamiento occidental, y por ello el cristianismo actual, tiene su base en la economía, en el bienestar, en la calidad de vida.
 

Y con todo, con toda la argumentación sociológica, económica o técnica que se quiera, en la cual se aprecia que el presente está soportando tensiones de muy difícil solución y que habrán de romper en mil fracturas diversas, hay un aspecto evangélico que debe situar al cristiano ante la sensación de que, se perciba lo que se perciba, se crea lo que se crea, estos tiempos desde luego no son normales, porque estos tiempos han sido anticipados por Cristo como el juicio de las naciones. “Cuando veáis a Jerusalem asediada por los soldados sabed que entonces que ha llegado su desolación... Caerán al filo de la espada y serán deportados a todas las naciones y Jerusalem será pisoteada por los gentiles hasta que se cumpla el tiempo de las naciones.”
 

La ideación de la realidad, la esperanza acrítica sobre ella, ha impedido valorar en su justo sentido el que, pase lo que pase, una de las señales evangélicas por antonomasia, ha sido cumplida. Pero los tiempos, los tiempos presentes no son como otros tiempos, no son como todos los tiempos, porque una de las señales evangélicas ha sido cumplida. ¿Qué hay en juego? Es difícil anticipar su contenido sin riesgo de proyectar “ideaciones”, pero la realidad actual, en la que se constata la toma de postura a favor de la inmoralidad, puede ayudar a entender que ese tiempo de las naciones que está por cumplirse significa, en primer lugar, que este tiempo es el de la decisión por Dios o por no Dios, radicalmente, literalmente. Y esto habrá de traer consecuencias. Se quiera ver o no.
 


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