Una de las dificultades del apostolado es la planteada por los propios hermanos, los cercanos, que a veces no son excesivamente entusiastas, o tal vez todo lo ven como exageraciones desde su medianía.
Son los mismos hermanos de la comunidad los que hacen desistir y ponen trabas, en muchas ocasiones, a la difícil tarea de evangelizar, a veces con absurdos tales como usar el pretexto de "siempre se ha hecho así", "éste viene para cambiarlo todo", "la gente se está riendo de ti", "¿Tú quién te has creído que eres?". Es la experiencia de estar cercano sin haber entrado. De conocer a Jesucristo como mero dato informativo, pero sin una vinculación existencial seria. Los protagonismos, envidias e hipocresías que, encerradas en el seno de la misma comunidad cristiana dificultan e impiden el germen evangelizador del apostolado, porque no olvidemos que la comunidad cristiana está formada por hombres, y como tales, limitados, pecadores y falibles. Solos, nos sentimos solos ante el clima adverso de los mismos miembros de nuestra comunidad, parroquia, movimiento. El verdadero apóstol tiene que pasar por la experiencia, en algún determinado momento, de la soledad. Ni los que parecen compartir las mismas inquietudes lo apoyan, respaldan, valoran.
Lo doloroso no es sólo ser incomprendido, siempre previsible, sino ser rechazado, desestimado, por los mismos en quienes se supone un mismo interés evangelizador y un idéntico deseo de servir a la causa del Reino. Es una ocasión de prueba y de purificación que el Señor regala a sus apóstoles en contadas ocasiones. "¡Maldito el hombre que confía en el hombre y pone en la carne su esperanza!" (Jer 17,5). El Señor conduce así al apóstol a una fe mucho más depurada para asirse sólo a la cruz del Señor y caminar apoyados tan sólo en la fe en Jesucristo. Es una experiencia del camino creyente; a solas con Cristo crucificado, uno siente la fuerza de su Amor en el costado traspasado y, firmemente enraizado en la comunión con el Crucificado, pone su confianza, su esperanza y su amor sólo en el Señor. En nadie más. Sin la experiencia de la soledad creyente, el corazón encuentra personas, métodos y lugares donde poner el corazón. Mas, en esta soledad, el corazón se va poniendo en el Señor purificándose de todas las adherencias que se pegan en el camino.
La astucia, de la que los hijos de Dios carecen y abunda en los hijos de las tinieblas, puede ser un buen ceñidor. A esta astucia añadir la virtud de la prudencia que es el discernimiento espiritual sobre las realidades presentes para ajustar a ella los medios y fines proporcionados. Y aún así puede ser que se rechace frontalmente la acción apostólica.En este caso, la humildad de la fe asumirá la purificación gratuita que el Señor regala para forjar el alma del apóstol. Sin resistirse a la acción de la gracia: "Todo sirve para el bien de aquellos a quienes Dios ama" (Rm 8,28), incluso las envidias y persecuciones de los mismos que proclaman apóstoles, hermanos de una misma comunidad.
Los propios cristianos que nos rodean pueden ser tentación y dificultad para el apostolado evangelizador. "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,67). Los que rodeaban a Jesús, los cercanos e íntimos lo abandonan porque su discurso es difícil y duro. De entre los suyos, sus amigos y confidentes, Judas se convirtió en traidor, aquél que compartía su pan (Sal 40,10).
Son los mismos hermanos de la comunidad los que hacen desistir y ponen trabas, en muchas ocasiones, a la difícil tarea de evangelizar, a veces con absurdos tales como usar el pretexto de "siempre se ha hecho así", "éste viene para cambiarlo todo", "la gente se está riendo de ti", "¿Tú quién te has creído que eres?". Es la experiencia de estar cercano sin haber entrado. De conocer a Jesucristo como mero dato informativo, pero sin una vinculación existencial seria. Los protagonismos, envidias e hipocresías que, encerradas en el seno de la misma comunidad cristiana dificultan e impiden el germen evangelizador del apostolado, porque no olvidemos que la comunidad cristiana está formada por hombres, y como tales, limitados, pecadores y falibles. Solos, nos sentimos solos ante el clima adverso de los mismos miembros de nuestra comunidad, parroquia, movimiento. El verdadero apóstol tiene que pasar por la experiencia, en algún determinado momento, de la soledad. Ni los que parecen compartir las mismas inquietudes lo apoyan, respaldan, valoran.
En el seno de la comunidad cristiana surgen divergencias y divisiones que debilitan el afán misionero y el celo apostólico. Cuando por formas o métodos pastorales se altera la rutina adquirida y las costumbres establecidas de antaño, siempre se alzan voces, muchas veces desde la ignorancia, que apagan todo ímpetu y celo y desaniman. "Te pedimos Señor por los que han consagrado su vida al servicio de los hombres, que nunca se dejen vencer por el desánimo ante la incomprensión de los hombres": así reza la Liturgia de las Horas por aquellos que son incomprendidos en su recto y justo quehacer.
Lo doloroso no es sólo ser incomprendido, siempre previsible, sino ser rechazado, desestimado, por los mismos en quienes se supone un mismo interés evangelizador y un idéntico deseo de servir a la causa del Reino. Es una ocasión de prueba y de purificación que el Señor regala a sus apóstoles en contadas ocasiones. "¡Maldito el hombre que confía en el hombre y pone en la carne su esperanza!" (Jer 17,5). El Señor conduce así al apóstol a una fe mucho más depurada para asirse sólo a la cruz del Señor y caminar apoyados tan sólo en la fe en Jesucristo. Es una experiencia del camino creyente; a solas con Cristo crucificado, uno siente la fuerza de su Amor en el costado traspasado y, firmemente enraizado en la comunión con el Crucificado, pone su confianza, su esperanza y su amor sólo en el Señor. En nadie más. Sin la experiencia de la soledad creyente, el corazón encuentra personas, métodos y lugares donde poner el corazón. Mas, en esta soledad, el corazón se va poniendo en el Señor purificándose de todas las adherencias que se pegan en el camino.
El trabajo apostólico nunca es fácil. "Dichosos vosotros cuando os insulten, os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa" (Mt 5,11).
Más aún. En la misma comunidad cristiana, a veces, se repite aquello que el Señor anunció: "Si no hay gente de paz, sacudíos el polvo de los pies" (Mt 10,14). Actuar desde la conciencia siguiendo la llamada, el Pastor, Cristo, que hoy continúa enviando apóstoles, pero siendo realistas y "astutos como serpientes y sencillos como palomas" (Mt 10,16) para evitar daños mayores y, sobre todo, que el sujeto no se corrompa (EE EE) por la tensión interior que genera la realidad adversa contra los principios que la razón, movida por la fe y guiada por la conciencia, impone.
La astucia, de la que los hijos de Dios carecen y abunda en los hijos de las tinieblas, puede ser un buen ceñidor. A esta astucia añadir la virtud de la prudencia que es el discernimiento espiritual sobre las realidades presentes para ajustar a ella los medios y fines proporcionados. Y aún así puede ser que se rechace frontalmente la acción apostólica.En este caso, la humildad de la fe asumirá la purificación gratuita que el Señor regala para forjar el alma del apóstol. Sin resistirse a la acción de la gracia: "Todo sirve para el bien de aquellos a quienes Dios ama" (Rm 8,28), incluso las envidias y persecuciones de los mismos que proclaman apóstoles, hermanos de una misma comunidad.
Sólo una anotación más. A veces no todo es persecución o rechazo; en ocasiones es que realmente no estamos obrando bien o no realizamos correctamente el apostolado y eso sí provoca reajustas normales, situaciones incómodas y nos corrigen. No hemos de ser tan presuntuosos de creer que siempre y por todo nos están "persiguiendo" cuando a veces es que estamos imponiendo nuestro capricho o nuestro criterio erróneo. El discernimiento nos hará saber si es persecución o es una corrección oportuna por parte de los demás.