La decisión del Vaticano de llevar a juicio a Paolo Gabriele, el ex mayordomo del Papa, y a un cómplice suyo que trabaja como informático en la Secretaría de Estado, indica que la Santa Sede se ha tomado en serio la purga interna que debe hacer para poder ofrecer el servicio al pueblo de Dios a que está obligada. Si esto no hubiera sucedido y, bajo una capa de misericordia, se hubiera echado tierra al asunto, una gruesa sombra de sospecha se hubiera extendido sobre todo el sistema, salpicando incluso al Pontífice. Un ulterior perdón del Papa no va a poder eximir ya a Gabriele de las consecuencias penales que del juicio se deriven.
Pero, aparte de esto, siguen abiertos interrogantes muy importantes. El ex mayordomo dijo que había actuado solo y la implicación del informático demuestra que mintió. ¿Se le puede creer en todo lo demás? El informe de la investigación hecho público por el Vaticano indica que dicha investigación no ha terminado y eso quiere decir que no se fían de lo que Gabriele ha dicho -y hacen bien en no fiarse- y que tienen la sospecha de que hay una red de cómplices de alto nivel detrás del principal acusado. De hecho, cuando éste fue detenido dijo: "Ya habéis conseguido encontrar el chivo expiatorio".
Que se tenga la sospecha e también los indicios de que Gabriele no actuó solo e incluso de que no era más que un mero peón en la trama, no significa que se pueda llegar con pruebas hasta los verdaderos responsables. Si el acusado los delatara -cosa que no ha hecho, pues ha afirmado que todo lo hizo solo- sería más fácil. Salvo que rectifique su declaración, es probable que el ovillo quede para siempre sin desenredar. Sabemos que Gabriele miente y sabemos que lo hace porque protege a alguien. ¿O quizá se está protegiendo a sí mismo y a su familia? No hay que olvidar que la "omertà" es algo tan italiano como la pizza.