El pasado sábado por la tarde Benedicto XVI asistió al concierto ofrecido en su honor por Caritas de Ratisbona, ciudad alemana del este del Estado federado de Baviera. En unas breves palabras que dirigió a los asistentes, recordó un certero pasaje de Santa Clara de Asís: 

En un himno a la Santa se lee: ‘De la transparencia de Dios has recibido la luz. Tú le has dado espacio, Él ha crecido en ti y se ha derramado por el mundo; aclara nuestros corazones’.Es ésta la actitud de fondo que vuelve a colmar al hombre y le dona la paz: la apertura a la claritas divina, la resplandeciente belleza y fuerza vital del Creador, que nos hace crecer más allá de nosotros mismos. Hoy hemos encontrado esta claritas de manera maravillosa y ella nos ha iluminado. Por lo tanto es de consecuencia que los artistas se comprometan por el bien, por la ayuda y el apoyo de los necesitados, partiendo de su profunda experiencia de la belleza. Ellos transmiten el bien que han recibido como don. Esto fluye en el mundo. Y de esta manera el Hombre crece, se vuelve transparente y consiente de la presencia y del actuar de su Creador 

Son palabras dirigidas hacia los artistas, que gracias al don de transmitir la belleza nos hacen más conscientes de la presencia de Dios. Pero el pasaje de Santa Clara nos da la oportunidad de reflexionar sobre la presencia de Dios y su acción en nosotros. Dios se refleja en la belleza que nos rodea, pero no siempre es fácil ver esa belleza. ¿Qué necesitamos? 

Dios se presenta de forma transparente ante nosotros, casi invisible a nuestros sentidos. Su presencia se puede intuir en todo lo que nos rodea, pero sin que ello implique disminución alguna de nuestra libertad. Es precisamente la transparencia de Dios lo que nos permite encontrar la Luz que nos ilumina en nuestro camino. 

Santa Clara da un paso más allá y nos habla de dejarle espacio a la Luz; dejarle espacio a Dios. Si no dejamos espacio a la Luz, Esta no vendrá a anidar en nuestro corazón. Sin duda seremos guiados por la Luz, pero no podremos ser portadores que la lleven a otras personas. Si la Luz crece en nosotros, podrá derramarse por el mundo a través nuestra y hacer a su vez, más transparente y limpio nuestro corazón. 

Ver la Luz no es algo sencillo, ya que requiere la limpieza de corazón suficiente. ¿Qué nos impide ver la Luz? Lo primero que nos ciega es la desconfianza. Desconfiar conlleva temor y el temor es fruto de la ignorancia. El temor que guardamos en nosotros produce violencia que se evidencia en un trato descortés, despectivo o menospreciante sobre las personas que nos rodean. Sin Luz necesitamos protegernos y para ello creamos prejuicios que nos sirvan de defensa. 

Para abrir los ojos a la Luz, la actitud que nos recomienda el Santo Padre es de “apertura a la claritas divina, la resplandeciente belleza y fuerza vital del Creador, que nos hace crecer más allá de nosotros mismos”. Apertura y confianza frente a clausura y desconfianza. 

El significado de la celebre frase de Juan Pablo II “¡No tengáis miedo! ¡Abrid las puertas a Cristo!” se hace más evidente que nunca. Si sentimos que Dios nos acoge y nos ofrece su ayuda ¿Por qué temer? ¿Qué nos hace temer a la Luz de Dios? La ignorancia es la fuente de todo temor y la soberbia, la muralla que impide derribarla.