Cuando lo santos nos hablan de Dios, de sus experiencias místicas, un denominador común es siempre la belleza. Una luz, un rostro, una música, o simplemente una sensación, pero la belleza es algo que siempre nos cuentan que está ahí.
Por el contrario, es obvio, y no hay más que fijarse un poco alrededor para verlo, que las personas viciosas se caracterizan generalmente por su mal gusto y su atracción por lo feo.
Siendo así que el amor a Dios se rodea de belleza y el vicio se rodea de lo feo, podemos afirmar también, sin riesgo a equivocarnos, que se da el efecto inverso: que la belleza acerca a Dios y lo feo aleja de Dios. Y esto es muy relevante porque la belleza no es sólo vestirnos elegante para el cotillón de fin de año o una boda. Todos los días desarrollamos la belleza o la fealdad en multitud de ocasiones, por ejemplo en nuestra forma de vestir, la forma de hablar, de comer, de caminar. También nuestras aficiones y diversiones. Y las películas que vemos, los libros, la música e incluso los chistes que contamos.
Y es un error pensar que esto es una exageración porque no es en absoluto indiferente que te guste una cosa u otra. El efecto de cada pequeño detalle puede que sea imperceptible, pero la suma de diez o veinte años de detalles sí tiene su efecto: nuestro cerebro no deja de ser un amasijo de neuronas que se conectan, y cuanto más conectadas a lo feo será más difícil acercarse a Dios. Pero conectadas, y cuanto más mejor, a lo bello, serán una gran ayuda.
Aramis