Estoy convencido de que el enemigo no es la cultura, ni la modernidad o la postmodernidad; todo esto a mi entender configura más bien el medio en el que nos movemos y al que necesariamente nos tenemos que adaptar, sin hacer eso sí ninguna rebaja del mensaje del Evangelio.
Pero hay un punto en que termina lo que es meramente cultural y uno se topa con aquello que San Pablo llamaba la “mentalidad de este mundo” (Rom 12,2), de cuyo “príncipe” nos prevenía el mismo Jesús (Jn 12,31).
Y eso, el Mundo como sustituto de Dios, es lo que se me hizo evidente anoche en la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos, y me gustaría saber si soy el único, porque aún no he encontrado ninguna crítica en la red.
Desde el primer momento la ceremonia tenía un algo que me hizo sentir incómodo a la vez que fascinado por la misma.
Esa gran liturgia secular contemplada por miles de millones de personas en todo el mundo era algo casi religioso, pues tenía todos los componentes de la verdadera liturgia, sólo que sustituidos por los dioses de barro que los humanos tan a menudo fabricamos.
Personas admirables en una faceta como los deportistas, y valores en sí buenos, como el esfuerzo, la competición, la nación y la deportividad, catapultados a la categoría de absolutos, exaltados en torno a una celebración olímpica, y “oficiados” por los “sacerdotes” de la cultura actual.
¿Y quiénes eran esos oficiantes?
Pues tal y como se planteó la ceremonia, los músicos ingleses de todas las épocas que fueron actuando y poniendo banda sonora al exuberante festival de luces, personas y medios que se desplegó en el Estadio Olímpico.
A medida que se sucedían los idolatrados cantantes de marcadas y transgresoras tendencias sexuales como Geoge Michael, Jessi J. y David Bowie, se nos hacía una representación de la cultura postmoderna inglesa que hacía gala de ir a la cabeza del mundo actual.
Dioses de barro, de vidas turbulentas y amplio talento artístico elevados a la categoría de oficiantes de esa gran ceremonia de la humanidad, en la que incluso se resucitaba muertos estilo John Lenon cantando un Imagine que no es sino una oda a un mundo russoniano sin Dios, religión, ni cielo, o un Freddie Mercury enardeciendo a las masas en el momento que no pudo tener al ver truncada su vida antes de las olimpiadas en las que iba a actuar.
Pero la cosa no quedaba ahí, sino que iba in crescendo, hasta aparecer Eric Idle de los Monty Python cantando la canción Always Look On The Bright Side Of Life de esa mofa acerca de Jesucristo que es la película La vida de Bryan.
Para quienes desconozcan la película, la canción traducida “Mira siempre al lado positivo de la vida” aparece cuando Bryan (parodiando a Jesús) está en la cruz y ya no hay forma de salvarse, por lo que el buen ladrón empieza a cantarla. En ella se afirma que no hay nada después de la muerte, que la vida es una M, que da igual tu pecado y que al final tienes que ponerle humor a cualquier situación porque la vida es como estar en el escenario ante todo el mundo. La película acaba con la canción diciendo “saliste de la nada, te vas a la nada, así que no has perdido nada, sonríe”…
Con subliminales declaraciones teológicas como esa para mí la cosa empezaba a parecer un ditirambo, en el que se exaltaban todos los valores de la cultura del mundo y se intentaba hacer una liturgia sin Dios al cual ni por asomo se nombró (a pesar de presidir el príncipe de Gales, cuya abuela es la cabeza de la iglesia de de la cristiana hasta en su bandera Inglaterra)
Todo esto me hacía pensar en polémicas como la prohibición del COI a los aficionados de llevar libros la Biblia o libros religiosos dentro de las instalaciones olímpicas, y los valientes gestos de gente como la etíope Meseret Defar mostrando públicamente su agradecimiento a la Virgen, o detalles marginales como las persignaciones de Serge Ibaka, o las lágrimas de corazón del dominicano Felíx Sánchez quien me consta es cristiano comprometido y orante en las olimpiadas.
Llegando ya al final de la ceremonia apareció un ave fénix sobre el pebetero olímpico, y aunque suene a fijación me acordé de una reciente lectura en la que se comentaba que al diablo le encanta imitar las cosas de Dios, y no pude sino pensar en toda la carga simbólica que suponía apelar al ave mitológica pero sin referirla a Cristo.
De pronto artículos como el de Vicente Alejandro Guillamón, Arranca la masonada de la Olimpiada aparecido estos días en ReL y tildado de exagerado, empezaban a tener sentido pues todo exhalaba un intenso tufillo a una pagana puesta en escena en honor de los dioses de este momento y no era casualidad, pues hay toda una historia detrás desde cuando Teodosio prohibió las olimpiadas porque se dedicaban a un Dios pagano.
Pero claro, todo esto no lo ve cualquiera.
Lo pensaba mientras mis hijas bailaban al ritmo de las reunificadas Spice Girls viendo la ceremonia en familia, lo cual no me preocupaba pues ellas ni saben de la vida íntima y ejemplarizante de las Spice, ni de la influencia que han podido tener en la juventud actual como modelos a imitar.
Lo mismo con las letras de las canciones, pues como están en inglés aquí la gente las canta sin saber lo que dicen ni nada acerca de la historia que tienen detrás.
Por ejemplo la nihilista “Always look at the bright side of life” es considerada la tercera canción preferida de los ingleses en los funerales.
Canciones como “Imagine” de John Lenon son un mito sustitutivo de Dios las cuales alabamos sin filtro pese a que se permiten afirmar cosas como “imagínate que sólo hay cielo sobre nuestras cabezas, y bajo nosotros no hay infierno…nada por lo que morir…”.
Otro ejemplo es la canción Freedom que interpretó George Michael, la cual es todo un icono para el movimiento gay (y en su momento una valiente confesión al mundo); es muy interesante leer una explicación de su mensaje como la que se ofrece aquí para saber lo que estamos cantando.
Verdaderamente si esta gente, estas ideas y este espíritu es el espíritu olímpico y el que se quiere transmitir al mundo, tenemos que estar muy preocupados como cristianos del tipo de contenidos que se transmiten a nuestros hijos con la cultura y la música actual.
Pero lo más preocupante es que somos parte de ello sin darnos cuenta, somos un espectador más en medio de esta marea cultural sin Dios y hemos perdido el filtro para estas cosas (y las trincheras y las nostalgias de Trento no son la solución).
De hecho pienso escribir a mis amigos ingleses cristianos para preguntarles cómo percibieron la ceremonia, pues aunque a nosotros se nos escape, en su caso es algo culturalmente tan palmario que dudo que se hayan podido sentir a gusto con la caracterización de Inglaterra que se reflejó en la ceremonia.
Terminando ya la ceremonia se dio el testigo a la ciudad de Río de Janeiro y por un momento, iluso de mi, pensé en los Kaká de turno y el alivio que supondría ver algo de un país perteneciente a ese 51% de católicos que hay en Latinoamérica, que se supone que no está tan pasado de vueltas como la postmoderna y postreligiosa Inglaterra de los Juegos Olímpicos.
Mi gozo en un pozo, como no podía ser de otra forma, entre ritmos de Samba y danzas de capoeira, se representó un culto animista africano el cual fue presentado por el locutor como culto a Yemayá, que viene a ser todo un clásico en la santería que se practica en Brasil.
No sólo se afirma al hombre por encima de Dios, sino se anima a otros cultos, otros dioses, haciendo bueno el dicho de que quien no tiene a Dios por Dios, tiene a otro dios en su lugar.
Terminada la ceremonia no me quedó duda alguna del porqué de la incomodidad que generó en mi la clausura de los juegos. No era simplemente el pensar en lo gastado en la ceremonia y el derroche de Occidente, que también lo pensé. Algo en mi ser de cristiano se removió pensando en los atletas, el estadio, las olimpiadas, y todas las comparsas voluntarias o involuntarias a ese poder de este mundo donde voluntariamente se ha excluido a Dios y positivamente se le hace la contra.
Como empezaba diciendo, a mi la ceremonia me fascinó, y añadiría que nada de lo que comento aquí me escandalizó… me dio, eso sí, pena y preocupación, pero fue un baño de realidad y casi hasta lo agradezco para saber dónde me muevo.
Y digo bien, fascinante, por muchas razones más allá del espectáculo y lo técnico-organizativo: la primera por lo atrayente que era, la segunda por cómo cautivó a la gente, y la tercera y más importante por la tremenda declaración de fe y de principios de este mundo que supuso. Toda una “Biblia” en la que leer la cosmovisión imperante que exalta dioses de barro, adora becerros y deliberadamente se olvida de Dios.
Me rondaba esta mañana la canción “Dónde está la juventud” que cantábamos en nuestros campamentos de Montañeros que decía aquello de “hacemos dioses de barro con nuestra propia pobreza”.
Los dioses del Olimpo son de barro, no debemos olvidarlo. Aunque la tentación de la serpiente sea el “seréis como dioses”, la llamada de Dios es la de vivir nuestra filiación divina, pues fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios, lo cual es muy diferente a querer usurpar el lugar de Dios.
La buena noticia del cristianismo es que creer en Dios es creer en el hombre, por más que los Monty Python, John Lenon o demás mortales, tributarios de la mentalidad de este mundo, de sus pasiones y esclavitudes así como de sus príncipes, insistan en contraponer Dios a la libertad del hombre…y digan lo que digan, el seguir a Cristo es la verdadera olimpiada y la definitiva carrera…