Esto es una constante en muchos espacios eclesiales. Buscar afuera lo que ya existe adentro. No se trata de cerrarse al mundo, a las diferentes culturas y religiones, sino de saber valorar lo nuestro, lo que nos distingue.
¿Por qué obsesionarse con el yoga cuando existe la lectio divina?, ¿por qué copiar el estilo de los cantos de otras denominaciones cuando hay todo un acervo de música sacra antigua y nueva?, ¿por qué buscar respuestas a partir de una visión progresista o conservadora cuando tenemos el magisterio que hunde sus raíces tanto en Jesús como en las primeras comunidades cristianas?, etcétera.
Creo que a veces menospreciamos lo que somos y tenemos. Sin caer en una actitud triunfalista, valdría la pena valorar y, desde ahí, dar a conocer lo que el Espíritu Santo nos ha ido regalando con el paso del tiempo. No es obsesionarse con la tradición, sino dejar que lo católico siga siendo católico. Adelante con la creatividad, ánimo con las nuevas ideas y proyectos, pero siempre manteniendo viva nuestra identidad. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?