"Criticaban los judíos a Jesús porque había dicho ‘yo soy el pan bajado del cielo’.... Jesús tomó la palabra y les dijo: No critiquéis. Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré en el último día". (Jn 6,41-45)

 

 

         Resulta verdaderamente difícil no criticar. De una forma o de otra, la mayoría lo hacemos, aunque la mayor parte de las veces las críticas sean leves y estén basadas en argumentos veraces. Cierto es que habría que distinguir las críticas verdaderamente dañinas de esas otras que son simples comentarios hechos con un poco de ligereza pero sin malicia. Pero incluso este tipo “ligth” de comentarios, cuando nos enteramos de que otros los han hecho de nosotros, nos hacen daño, con lo cual deberíamos suponer que también nosotros herimos a los demás cuando los hacemos.

Criticar es, además, atribuirse funciones de juez, considerarse superiores a las personas criticadas y usurpar un poder que sólo Dios, que lo conoce todo, es capaz de detentar y ejecutar. Sólo el Señor es juez de las conciencias y nadie puede pretender usurpar ese puesto.

Por eso Jesús nos enseña a no criticar, a darle al otro nuevas oportunidades, a poner excusas que justifiquen de algún modo –siempre dentro de lo posible- el comportamiento del otro. Sólo así podremos pedirle al Padre que sea comprensivo con nosotros mismos, pues le podremos decir a nuestro favor que nosotros hemos intentado ser comprensivos con nuestro prójimo.

Por último, sería bueno aplicar aquel consejo de San Francisco, en el que pedía que no se dijera nada de nadie ausente que no se pudiera decir con caridad delante de él.

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