San Juan María Vianney
EL SANTO EXPULSADO DEL SEMINARIO
El 4 de agosto se celebra su memoria. Era el patrono de los párrocos, pero el Papa Benedicto XVI, en el 150 aniversario de la muerte del cura de Ars (2009), lo propuso como santo patrono de todos los sacerdotes del mundo. |
“En esa época los sacerdotes se escondían, y si los encontraban se les cortaba la cabeza. Henri Ghéon |
San Juan María Vianney, conocido simplemente como “el Cura de Ars”, una aldea en la que se desempeñó como párroco durante 41 años, tenía tan solo tres años de vida cuando se desató la Revolución Francesa, y falleció un año después de que en el sur de Francia, a los pies de los Pirineos, la Virgen María se apareciese a Bernadette Soubirous en el pequeño pueblo de Lourdes para comunicarle un mensaje de oración y penitencia.
Juan María nació en Dardilly, un pueblo cercano a Lyon que hoy cuenta con unos ocho mil habitantes, y que en aquel entonces sumaba unos pocos cientos. Era el cuarto de los seis hijos del matrimonio de Mateo y María. Los Vianney eran una familia de campesinos profundamente cristianos, como lo era el resto de los habitantes, vinculados mayormente al trabajo en los viñedos. Mateo Vianney era analfabeto, pero María Béluze sabía leer y escribir: “Después de Dios, se lo debo todo a mi madre, era tan sensata…”. Juan María fue analfabeto hasta los 17 años.
Hasta la adolescencia, su fe debió forjarse en la clandestinidad, pues los años de la Revolución Francesa representaron una tremenda prueba para la Iglesia de Francia, sobre la cual recayó una persecución feroz que condujo a miles de mártires sacerdotes, religiosos y laicos a la cárcel, la tortura y la guillotina, a tal punto que “cada vez son más los historiadores que hablan del acontecimiento de la Revolución Francesa como del ´Primer Genocidio de la Historia Moderna´.” “Decimos que hay martirio cuando el perseguidor, movido de hecho por su odio a la fe, inflige la muerte, aunque se vanaglorie de hacerlo por otra causa. La llamada ´humanista, gloriosa y liberadora Revolución Francesa´ costó a la Iglesia Católica en este país más de dos mil sacerdotes asesinados, una multitud de profanaciones, religiosas violadas y torturadas hasta la muerte, pueblos enteros destruidos y miles de mártires fusilados, guillotinados, descuartizados, ahogados, quemados vivos, torturados por fidelidad a la Iglesia, y, en definitiva, por oponerse a la Revolución Francesa” (Jorge López Teulón). Durante el siglo XX fueron llevados a los altares 440 mártires, pero otros cientos de candidatos engrosan en la actualidad la lista de espera.
La expresión de la fe desapareció de la escena pública. Los sacerdotes fieles se vieron empujados a un ministerio invisible, a celebrar furtivamente las misas aquí o allí, como ocurrió más de una vez en casa de los Vianney, donde llegaron a hospedarse en ocasiones también. Andaban disfrazados, procurando pasar inadvertidos al acecho de las autoridades para salvar sus vidas. Recién en 1800 las iglesias reabrieron sus puertas. La preparación de Juan María junto al querido padre Balley, quien había establecido una escuela para aspirantes al sacerdocio, se interrumpió cuando aquél fue reclutado por las fuerzas de Napoleón para ir a combatir a España.
Pero jamás llegaría a aquellas tierras. El joven Vianney se convirtió en un desertor, se perdió en los alrededores boscosos de la aldea de Robins, y bajo el nombre de Jerónimo Vincent el prófugo vivió un par de años en la casa de una viuda con cuatro hijos, prima del alcalde. Cuando finalmente en 1810 fue exculpado por una amnistía, regresó nuevamente junto al padre Balley para adelantar en sus estudios, hasta que se presentó en el seminario de Verrières, y al año siguiente, en el de Lyon, en que se reencontró con Marcelino Champagnat –fundador de los Hermanos Maristas, canonizado en 1999-, y con Jean Claude Colin –fundador de los Sacerdotes de la Sociedad de María y en proceso de beatificación-, a quienes había conocido en Verrières.
El deficiente desempeño en los estudios, y su ignorancia del latín, provocaron que Juan María Vianney fuera despedido del seminario que estaba a cargo de los padres sulpicianos. Y pensar que había muchas parroquias abandonadas, y muy pocos sacerdotes. Pero el padre Balley no desistía. Se decidió a presentarlo directamente al Vicario General de la diócesis de Lyon, entonces a cargo por ausencia del cardenal. Preguntó si el candidato era piadoso. El padre Balley le contestó que era un modelo de piedad. “Pues bien, que se presente a mí. La gracia de Dios hará el resto… La Iglesia no solamente necesita sacerdotes cultos, sino sobre todo sacerdotes piadosos”. Hoy diríamos, sacerdotes “santos”. “Pienso que el Señor había querido escoger la cabeza más dura de todos los sacerdotes para cumplir el mayor bien posible. Si hubiera encontrado uno todavía peor, lo habría puesto en mi lugar, para demostrar su gran misericordia”, dirá años más tarde el cura de Ars. Fue ordenado sacerdote a los 29 años, y enviado como vicario, para alegría suya, de su querido maestro y “sponsor”, el padre Balley, quien de este modo se había propuesto reforzar la preparación del joven presbítero.
Tres años después, una vez fallecido su querido amigo, fue enviado a Ars, de donde no volvería a salir. Se trataba de una recóndita aldea de unos 230 habitantes y unas cuarenta casas. ¿Por qué enviarlo allí? En realidad no era siquiera una parroquia, dependía de la de Mizérieux, a tres kilómetros. “En los círculos parroquiales, Ars era considerado como una especie de Siberia […] Normalmente no hubiera tenido sacerdote, pero la señorita María-Ana-Colomba Garnier des Garets, más conocida como la señorita de Ars, que habitaba en el castillo y pertenecía a una familia muy influyente, había conseguido que se hiciera el nombramiento” (López Teulón). El cura de Ars caminó 38 kilómetros desde Ecully hasta Ars, seguido por una carreta que llevaba su cama, algo de ropa y unos cuantos libros del difunto reverendo Bally.
A partir de 1827 se iniciaron las peregrinaciones, y el nombre del cura de Ars comenzó a extenderse por toda Francia, y luego cruzó a otras naciones. Hacia 1845 ya llegaban entre 300 y 400 visitantes por día. Por su confesionario –allí estaba entre 16 y 18 horas diarias-, desfilaba todo tipo de gente, desde los más sencillos hasta los personajes más importantes del país. Aquél cabezota dura que no había podido con los estudios del seminario, ahora resolvía delicados casos de conciencia, su consejo
era requerido por las personas más encumbradas, y su palabra era buscada afanosamente por todos: “el último pueblo de Francia tuvo al primer cura de Francia, y toda Francia fue a verlo. […] Y, de no haber muerto, habría convertido a toda Francia” (H. Ghéon). El famoso predicador de Notre Dame de París, el dominico Lacordaire, fue a Ars para conocer, ver y escuchar al cura de Ars: “Juan María Vianney es mejor predicador que yo, porque cuando la gente me oye a mí, comenta: ´¡Qué bien predica!´. En cambio, cuando escuchan a Juan María Vianney, exclama: ´¡Qué bueno es Dios!´”.
El cura de Ars tuvo una entrañable amistad con el Hermano Gabriel Taborin, fundador de los Hermanos de la Sagrada Familia, a los que derivó más de 40 postulantes, de los que llegaron a perseverar 17. Tres hermanos de la congregación se hicieron cargo de la escuela fundada en Ars por el padre Vianney. Uno de ellos, el hermano Jerónimo, era cocinero, sastre, jardinero y estaba dedicado al servicio personal del santo cura de Ars. El hermano Taborin acudió rápidamente al encuentro de Vianney al enterarse de que se hallaba grave. Era el 4 de agosto de 1859. Llegó a las 4 de la madrugada. El Cura de Ars había fallecido dos horas antes. Una multitud de 300 sacerdotes y religiosos, y seis mil fieles acompañó sus restos por las calles del pueblo.
Era el año 1828. En el granero parroquial sólo quedaba un puñado de trigo. La cosecha había sido muy mala. La panadería era fundamental para el mantenimiento de “La Providencia”, escuela para huérfanas fundada por el cura de Ars. El sacerdote se reunió con las huérfanas para pedir a Dios Padre el pan de cada día. Luego, hizo abrir las puertas del granero, el cual, para sorpresa de todos, desbordaba como nunca, jamás se lo había visto así de colmado. Fue el milagro más grande del cura de Ars.
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Frases del Cura de Ars Sobre los sacerdotes: Ø Si el sacerdote fuera bien consciente de la grandeza de su ministerio, apenas podría vivir Ø Dejen una parroquia 20 años sin sacerdote: se adorará a los animales Sobre el Santísimo Sacramento Ø Si nos dijeran “a tal hora va a resucitar un muerto”, correríamos para verlo. Pero la Consagración… ¿no es un milagro mayor que la resurrección de un muerto? Ø ¿Qué hace nuestro Señor en el Sagrario? Nos espera. Ø Porque nuestro Señor no se muestra en el Santísimo Sacramento en toda su majestad, están aquí sin respeto; pero, sin embargo, ¡es Él! ¡Él está en medio de nosotros! Ø Cuando se despierten durante la noche, transpórtense rápidamente en espíritu ante el Sagrario Ø El Sagrario: ¡el bufet de Dios! Ø Hay pocos que reciban los sacramentos con buena disposición Sobre el sacerdote y la Palabra de Dios Ø Ganaría lo mismo, creo, guardando silencio que hablándoles Sobre el sacerdote y la misericordia de Dios Ø ¡Es tan fácil salvarse! Ø Dios es tan bueno, que a pesar de los ultrajes que le hacemos nos lleva al Paraíso casi a pesar nuestro. Ø Los pecados que escondemos reaparecerán todos. Para esconderlos bien, hay que confesarlos bien Ø Se dice que hay muchos que se confiesan y pocos que se convierten. Creo que es cierto: hay pocos que se confiesen con arrepentimiento |