Este profesor explicaba que, asombrado, preguntó a uno de los formadores del Seminario qué significaba aquello. El formador le explicó que, posiblemente, aquella mujer habría pedido algo a la Virgen y, como no se lo concedía, había ido a regañarla y le había colgado un pañuelo para que no se olvidase de lo que le estaba pidiendo.
Esta historia, que oí cuando yo estaba en el Seminario, siempre me ha hecho pensar. Quizás más de un lector se habrá sonreído al leer esta anécdota, pero si lo pensamos un poco, todos, de una forma o de otra, más que pedir a Dios, parece que le exigimos. Queremos que nos dé aquello que pedimos y si no nos lo da, nos enfadamos. Entonces, surge una pregunta, ¿por qué buscamos a Dios?
Nos puede suceder como aquellos que se alimentaron en la multiplicación de los panes y los peces. Jesús se lo reprochó, me buscáis… porque habéis comido de los panes y os habéis saciado (Juan 6, 26). ¿Buscamos a Dios por lo que nos da o porque es Dios? ¿Qué busco cuando rezo o participo en la Eucaristía? Encontrarme con el Señor, estar bien, en paz… Claro que sí, pero ¿y si no encuentro eso? Puede suceder, te habrá pasado en más de una ocasión, que hay momentos en los que no te apetezca nada rezar, ni ir a misa, ni saber nada de Dios. Incluso que cuando rezas “no sientes” nada. Hay aridez, sequedad, y una oscuridad tan grande que te parece que todo es mentira, y un fraude.
Quizás sea ese el momento de la purificación, de la rectitud de intención. Cuando Dios no me da aquello que los santos llaman “consuelos”, pequeños regalos que nos ofrece de vez en cuando, y que son caricias del Señor, es el momento de perseverar, porque es en esas ocasiones, cuando busco a Dios, no por lo que me da, si no porque es Dios, y eso debería bastar.
Y, ¿no consistirá precisamente en esto trabajar en la obra que Dios quiere? ¿Creer en el que Él ha enviado, incluso si no hubiera signos visibles?
A menudo me pregunto qué es lo que Dios saca de mí realmente en esta situación –no fe, no amor- ni siquiera en los sentimientos. No puede imaginarse lo mal que me sentí el otro día.- Hubo un momento en el que casi dije que no.- Tomé el Rosario deliberadamente y muy despacio, sin casi meditar ni pensar –lo dije lenta y calmadamente. El momento pasó –pero la oscuridad es tan oscura y el dolor tan doloroso.- Sin embargo acepto todo lo que Él me dé y le doy todo lo que Él tome. Las personas dicen que –al ver mi gran fe, se sienten más cerca de Dios.- ¿No es esto engañar a la gente? Cada vez que he querido decir la verdad –‘que no tengo fe’- las palabras simplemente no me vienen –mi boca permanece cerrada.- Y sin embargo, continúo sonriendo siempre a Dios y a todos[1].